martes, 19 de marzo de 2013

“MIENTO PARA LA CORONA”

   




     Es el título del libro  que debería escribir ahora Horacio Verbitsky. Corría 1991 cuando se publicó “Robo para la corona”, un verdadero best seller nacional que desmenuzaba con precisión de cirujano el hecho de que la corrupción en el menemismo era toda una política de gobierno. La frase del título se le adjudica a Samuel Apfelbaum, más conocido por su seudónimo de José Luis Manzano, ministro del Interior de Carlos Menem presidente. El riojano de la corona.
     ¿Te acordás?  Fue hace veinte años. La época en que ser un funcionario corrupto estaba mal visto y la patria periodística se componía  de gente que se dedicaba con fervor a ese género hoy en un desuso planificado que es el periodismo de investigación. Artículos, editoriales, libros, programas de radio y de televisión narraban cotidianamente como “privatizar” se había convertido en un nuevo sinónimo de “robar” en la Argentina de Menem. En paralelo, la mayoría de la sociedad disfrutaba de la burbuja económica de un dólar igual a un peso que convertía a todo ese material periodístico en un gran entretenimiento pero que no modificaba un àpice la intención de voto. Hasta que el “tequilazo” de 1997 trajo problemas al bolsillo de los argentinos . Bolsillos que debajo de billetes, monedas y tarjetas de crédito siempre guarda bien en su fondo y en un pañuelito, un poco de moral. Es que “uno se vuelve moral cuando es desdichado”, decía el gran escritor franchute Marcel Proust.
     De pronto esa época y sus valores fueron tirados por el inodoro. Llenando el éter de chupamedias, el kirchnerismo fue imponiendo con paciencia una nueva mirada sobre  la corrupción de un funcionario: ya no es algo detestable a denunciar, sino un episodio de cotillón frente a las “grandes transformaciones” que Bonny and Clyde han hecho en una década.  Ahora si nos enteramos que un funcionario roba-si nos enteramos-es producto de la reacción de las corporaciones, atentas a que les están mojando la oreja.
     Veinte años después el menemismo se reconvirtió en kirchnerismo y cambió la metodología: ahora se chorea estatizando.
     Pero ya no están-al menos en cantidad-los artículos, libros y programas que hacían periodismo de investigación. De investigación al Poder. Poder Económico y Poder Político. En una Argentina tan desigual como siempre que le cuenten a Neruda el versito de que ahora el Poder Económico está enfrentado con el Político.

     Horacio Verbitsky sintetiza como nadie esta ambigüedad de periodistas que, frente a hechos similares, tienen actitudes distintas. ¿Dónde están los nuevos “Watergate” de este pretendido Carl Bernstein argentino?
¿Dónde aparecen sus investigaciones fundadas sobre personajes como Amado Boudou, Julio De Vido, Cristóbal López, Felisa Miceli, Hebe de Bonafini y su organización de defensa de los derechos humanos devenida en empresa constructora, Ricardo Jaime, Pepe Albistur, Daniel Cameron o Claudio Uberti?  ¿Todos los días una columna en “Página 12” y nunca un aporte esclarecedor sobre el caso Skanska, sobre la arbitraria y oscura distribución de la pauta oficial, sobre Ciccone o sobre la fantástica evolución patrimonial de la “exitosa abogada”?

     Sus defensores dicen que es un periodista con medio siglo de trayectoria entre nosotros. Eso no importa mucho porque  la peste tiene mil.  Dicen que escribe fenómeno. Su padre lo hacía mucho mejor. Sus detractores lo critican ferozmente sacando a relucir su pasado en la guerrilla setentista como un modo de refutar sus ataques al ahora papa Bergoglio. Se equivocan porque no hace falta buscar en su pasado. Lo peor de Verbitsky está en su presente.

    La función del periodista es molestar”, definió en más de una oportunidad. ¿En qué “molestará” Verbitsky a Cristina o a Boudou?

     “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa. El resto es propaganda”, apuntó para los manuales.
     El resto es propaganda, Verbitsky.
    
    

    


martes, 5 de marzo de 2013

LA REVOLUCION DEL “BLA , BLA, BLA”

     




     “Las palabras son balas”
                                          (Josef Stalin, Dictador de la Unión Soviética. 1878-1953)


     Revoluciones eran las de antes. La francesa, decapitando literal y políticamente al absolutismo. La de Pancho Villa en México, contra la exclusión sistémica de Porfirio Díaz. La rusa, acabando con el privilegio clasista de los zares. La de Gandhi, una revolución en paz que les enseñó a los hindúes que era posible saludar a los ingleses dándoles la mano en vez de arrodillarse. La de Perón en la Argentina, generando las condiciones para que la calidad de vida de los trabajadores haya sido la más alta de nuestra historia. La de Fidel Castro, logrando que Cuba dejara de ser la “puta” de los EE:UU.

     En nuestros días el concepto de “revolución” se tergiversó tanto que miles de latinoamericanos creen formar parte de procesos de cambios radicales que no son otra cosa que gatopardismo: cambiar para que nada cambie. De norte a sur y de este a oeste Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, el matrimonio Kirchner en la Argentina y el mismísimo Hugo Chávez en Venezuela armaron astutamente un cotillón político que actúa como un instrumento fenomenal de persuasión. Hacen creer que las cosas cambiaron. Pero no cambiaron.

     ¿Es cierto que América Latina aún sufre por años de dictaduras militares que fueron pergeñadas por los cerebros del Departamento de Estado de los EE:UU?  Es cierto.
      ¿Es cierto que esas dictaduras militares persiguieron, secuestraron, torturaron y obligaron al exilio o mataron al que se atrevía a disentir?  Es cierto.
     ¿Es cierto que los gobiernos constitucionales que aplicaron políticas neoliberales generaron una desigualdad social de la hostia? Es cierto.
     ¿Es cierto que cada país latinoamericano es rehén de una deuda externa constituída por dineros que disfrutaron sus elites y que injustamente deben pagar sus pueblos? Es cierto.
     ¿Es cierto que mucha de nuestra gente vive una existencia miserable sin la debida atención de su salud, sin acceso a una buena educación, con inseguridad, sin Justicia, sin trabajo o con salarios fagocitados por el costo de vida? Es cierto.
     ¿Es cierto que los líderes “revolucionarios” de hoy (Correa, Kirchner, Morales, Chávez) después de llevar ya años en el Poder por fin han tocado en serio intereses de los poderosos a favor de la igualdad, distribuyeron mejor la riqueza, dieron pleno empleo, acabaron con el hambre y la desnutrición, son paladines de la libertad de expresión  e instalaron un nuevo sistema educativo que está empezando a dar sus frutos? No. No es cierto. Es una reverenda mentira. Fenomenalmente contada. Pero mentira.


     Chávez gobernó Venezuela durante 14 años. Correa lleva 6 en Ecuador y Evo otros tantos en Bolivia. . Los Kirchner pasarán la década en la Argentina. Todos dicen repudiar las dictaduras pero no pasa un día sin que vuelquen todo el poder del Estado en contra de aquél “atrevido” que se les oponga, convirtiendo al democrático ejercicio de decir lo que se piensa en un acto de coraje.
Reemplazaron, en algunos casos, los nombres de las elites que se hicieron millonarios a costa del Estado por una nueva elite que integran ellos y sus amigos. Chávez se pasó sus casi tres lustros de gobierno despotricando contra el “imperio” (el yanqui) pero Venezuela vive exclusivamente de venderle petróleo a EE:UU, ergo, al “imperio”. Los pobres siguen tan pobres como siempre y además son rehenes de planes sociales que deben “agradecerle” a los gobiernos votándolos para siempre. Los aumentos salariales se dan a los gritos pero la inflación que se los devora apenas se le permite susurrar.
Odian al periodismo que los critica porque para ellos, reyezuelos despóticos, la información debe ser reemplazada por la propaganda. El opositor es un enemigo “del pueblo”  al que hay que denigrar sin límites. La Justicia es una corte de adulones que lo único que garantiza es impunidad para ellos. No llegaron al Estado para reparar los daños causados por el neoliberalismo privatizador (que muchos de ellos en su momento apoyaron). Llegaron al Estado para servirse.

     ¿Resultados de todas éstas “revoluciones”?  La desigualdad sigue igual o peor que antes. La vida es tan miserable como siempre. Los servicios básicos (agua, luz, gas, teléfono) y los pilares de una verdadera calidad de vida (Salud, Seguridad, Educación, Justicia y Trabajo bien remunerado) siguen siendo una utopía en la vida de millones. Al calor de la obra pública-encarada por un Estado al que nadie controla y que todo lo esconde-los amigos del Poder se enriquecieron para ellos, sus hijos, sus nietos y un par de generaciones más. Muchos de éstos líderes no resistirían un reportaje medianamente a fondo y no podrían explicar como es eso de que empezaron a prosperar justo cuando empezaron a gobernar.

     Aparatos de propaganda estratégicamente pensados para hacer la “gran Goebbels” (“Miente, miente, que algo queda”) convirtieron a los medios de comunicación públicos en el celular de los funcionarios. Sería más fácil ver a Riquelme jugando en River que a un opositor en la televisión pública. Todo el tiempo, como indicaba Antonio Gramsci (teórico marxista del siglo 20) se lleva a cabo una ofensiva cultural que destruye valores para construir unos nuevos que le sean funcionales al Poder. El Poder mete la nariz en cada lugar o institución en dónde se produzcan ideas. La Democracia tiene sus reglas pero hay que meterle en la cabeza al pueblo que frente a un “proceso revolucionario nacional y popular que está transformando la realidad” cositas como la Constitución, la división de poderes, la alternancia en el ejercicio del poder, la transparencia de los actos públicos o las libres conferencias de prensa, son conceptos elaborados en tiempos y por personas que no tuvieron en cuenta los intereses “populares”.

     No hay ninguna revolución en marcha en ningún lado. Venezuela, Ecuador, Bolivia y la Argentina son países calesita. Allí, los pobres nunca dejarán de serlo y los únicos cambios y las únicas transformaciones que ocurren no se verifican en los hechos sino  en el plano de lo simbólico,  la retórica y los discursos. Discursos  que ganan el favor de masas fanatizadas por la divulgación de cáscaras ideológicas  y el reparto de las miguitas que sobran del gran banquete. Todo se reduce a un gran y constante “bla, bla, bla” al que cada vez cuesta más poder refutar en libertad.

     Murió Hugo Chávez y algunos lo comparan con Perón. Ignorantes. O no tienen la más pálida idea de lo que hizo Chávez o no tienen la más pálida idea de lo que hizo Perón.
     Murió Hugo Chávez y algunos temen que se frene la revolución que dicen que llevó a cabo en su República Bolivariana.
     ¿Qué revolución?
    

    

domingo, 3 de marzo de 2013

¿QUE ES ESO DE “VAMOS POR TODO”?




     En el verano de 2012, en el aniversario del primer izamiento  de la Bandera Nacional, la Presidente de la Nación Cristina Fernández, viuda de Kirchner, lanzó en Rosario una frase en la que hay que detenerse. Por supuesto que hay que detenerse. “Vamos por todo” les señaló a sus militantes rentados. Epa! ¿Y éso?  ¿Qué corno querrá decir “vamos por todo” en boca de la mandataria con mayor concentración de Poder político, económico y mediático que conoció la Argentina en el último medio siglo?

     Nadie pregunta. Nadie responde. En un contexto diseñado para que nadie en particular pueda preguntar lo que nadie en particular pueda responder. Pero dado que la trayectoria política de los Kirchner demuestra que desde que “él” asumió como intendente de Río Gallegos en 1987 se han venido pasando  el debido funcionamiento de las instituciones democráticas por El Calafate, esa frase sospechosa  de “ella  obliga  a pedir explicaciones. 

     Puede que alguno crea que Charles Louis de Secondat, más conocido como el Barón de Montesquieu, se puso a escribir su teoría de la División de Poderes porque en el siglo 18 en el que vivió no existía la televisión y entonces al no poder ver a Tinelli se aburría mucho. Pero no fue por éso. Escribió sobre la división de poderes porque las palabras “República” y “Democracia” con la que nos llenamos la boca todos los días tienen sus reglas a respetar para funcionar bien. Una, fundamental, es que una sola persona no puede almacenar todo el Poder y hacer lo que se le antoje. De modo tal que, de entrada nomás, eso de ir por “todo” suena muy mal.

     Es cierto que  la propagada ignorancia cívica lleva a que miles y miles de personas no sepan-y algunos ni siquera pretendan saber-que es la calidad institucional lo que lleva a una sociedad a tener una mejor calidad de vida. Habrá que seguir insistiendo con este concepto tan vinculado  a nuestra vida cotidiana.

     En diciembre la Argentina cumplirá treinta años de ejercicio initerrumpido de la Democracia, hecho inédito en nuestra historia.

     Lejos está el país de haber resuelto ni uno sólo de los grandes problemas estructurales y coyunturales que tiene. No es que faltan cosas por hacer. Falta todo. Y la Presidente es la primera responsable de eso.

     A ver si ahora, antes que sea demasiado tarde, la gilada se despabila…