BARRABRAVAS
SENSIBLES
“Lo esencial
es invisible a los ojos”, nos enseñó “El Principito”. Debe ser así porque nos
anoticiamos de que parece ser que en el alma de ciertos personajes las ganas de
“pudrirla”, el desprecio por los hinchas del equipo contrario y el odio por la
“yuta”, conviven con una tardía empatía con los jubilados que perciben unos haberes
miserables. Resulta entonces que en la Argentina tenemos barrabravas sensibles…
Buena parte del superávit fiscal del que
se jacta el presidente Milei es tributario del ajuste a las jubilaciones. Un
despropósito que se explica en clave electoral: no son los abuelos sino los
nietos los que bancan al libertario.
Ajustar a los jubilados es una aberración.
Pero una aberración que lleva cuarenta años.
Tras el yerro del cripto-gate (por ahora yerro),
Cristina Kirchner les recordó a sus muchachos que salir a caminar es bueno para
la salud. Y que, después de la caminata, hacer un paro puede ser lo indicado
para descansar.
Patricia Bullrich es una ministra de Seguridad
que debería concentrase en cómo resolver el añejo problema de que las fuerzas
de seguridad carecen del profesionalismo necesario para imponer orden sin que
alguien termine con la cabeza rota o termine muerto.
La sociedad pide “dar palos” , consume las imágenes de los incidentes como un entretenimiento televisivo y después se “indigna” ante los heridos y los muertos.
Desde el año 2013 la Argentina es el único país del planeta en el que las hinchadas no pueden ir de visitantes a un estadio de fútbol porque los hinchas locales los quieren matar. Literalmente. Esa es la gente que, desde el 10 de diciembre de 2023, no puede dormir de noche pensando en los pobres jubilados.
“Yo soy inmenso. Contengo multitudes”,
escribió el poeta Walt Whitman acerca de que en una misma persona pueden
convivir varias formas de ser.
En la Argentina tenemos barras de fútbol
que son todas las cosas que ya sabemos.
Y además, son sensibles.
-Walter Anestiades
-Foto: Getty
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