Como la
demagogia no pasa de moda algunos analistas de la realidad misionera postulan en
público que es la vetusta ley de lemas la que mantiene a la renovación en el
Poder. No se animan a adjudicarle a la sociedad la insoslayable responsabilidad
que tiene. El fenómeno de la llegada, la permanencia y la entronización de los
señores feudales de la provincia es más complejo que la dicotomía ley de lemas
sí vs ley de lemas no. Que ayuda, por supuesto, y por eso no la cambian. Pero un
partido político no obtiene entre el 50 y el 85% de los votos ni se queda con
el ciento por ciento de los municipios (caso único en el país de hoy) porque un
sistema electoral lo favorece. Lo logra porque ha sido hábil para crear una
estricta dependencia hacia él. Y porque encontró un electorado dispuesto. El
entramado de los feudos obliga al analista a no soslayar el desarrollo de una
red de complicidades sociales que a la hora de generar el indispensable caudal
de voto cautivo, suele ser aún más eficaz que el miedo.
En Misiones no hay nada que se pueda decir
y no hay nada que se pueda hacer para cambiar la dirección del voto de
muchísimos habitantes que, mientras el hueso tenga un poquito de carne,
seguirán moviendo la cola de contentos.
Por eso la renovación se puede dar el lujo
de haber transformado los comicios a intendente en una mera interna partidaria.
Setenta y cinco internas partidarias.
Los ambiciosos saben que la renovación es,
desde hace rato y lo es aún, la mejor garantía para competir en las elecciones
para alcaldes y concejales mientras los otros partidos y sus candidatos solo
participan.
Lo sabe Carlos Fernández, intendente de
Oberá. Lo sabe Ariel Chaves, titular del Concejo Deliberante de Oberá. Lo saben
muchos. “No importa que el gato sea blanco o negro. Lo importante es que cace
ratones”, decía el líder chino Deng Xiaoping. Y la renovación, si en algo se
destaca, es en cazar ratones.
Desde la centralidad del partido observan con preocupación que
Fernández se las arregló para tener un grado de adhesión personal a su
candidatura que podría-así en potencial-impulsarlo a hacer la “gran
Rindfleisch”. En 2007 el ahora director de arquitectura provincial dejó el
partido, se postuló por el Frente para la Victoria y le dio una paliza
electoral a toda la renovación junta, incluído el hoy gobernador Hugo
Passalacqua.
Muchos obereños sienten ternura por el
pediatra Fernández que nunca alza la voz, que no se aparta de su tono campechano,
que sonríe naturalmente y que trajo al mundo a una gran cantidad de muchachos y
chicas que hoy ya crecidos pasean con
sus barbas o con sus minis por toda la ciudad. En los pueblos y en las pequeñas
ciudades eso no se olvida. Ser un médico tan cercano a los afectos, a
diferencia del modo distante en que la profesión se ejerce en las grandes
urbes, genera simpatías inolvidables. Genera mucho prestigio.
La consigna es clara. Hay que eclipsar a
Fernández. El intendente renovador más cercano al PRO que tiene la provincia. Uno
que podría no necesitar de la renovación para ganar en su municipio.
Si para algunos, después de la
experiencia Rindfleisch, Fernández es una suerte de mesías, se precisa un
Judas.
Ariel Chaves se parece más a Carlos Fernández
de lo que él cree. También es médico (y de los buenos). También arrastra fama
de “buen tipo”. También se hizo renovador porque le convenía para “llegar”.
Aunque no es tan hábil como Fernández para parecer menos ambicioso de lo que
es. A él se le nota más.
¿Cómo potenciar a Chaves y, a la vez,
esmerilar a Fernández? Utilizar los
servicios del “titismo residual” pasó a ser fundamental.
¿Qué es el “titismo residual”? Se trata de
la cohorte de lacayos que sirvieron de un modo muy obediente al exalcalde
Ewaldo “Tito” Rindfleisch. Un grupo de dirigentes sociales, empresarios,
organizaciones intermedias, operadores judiciales y periodistas que hace un par de años
apostaron fuerte a la candidatura de Daniel Behler, el delfín de Rindfleisch,
para continuar al comando del territorio comunal. Pero Fernández los masacró
con votos. La clase media obereña, la que marca los humores de la sociedad y
define cada comicio, hizo del pediatra
su nuevo referente.
Cualquiera que viva en Oberá podrá darse
cuenta de los “milagros” que desde el diez de diciembre de 2015 se vienen
produciendo en la ciudad. Personas que durante doce años fueron ciegas, ahora
ven. Personas que durante doce años fueron sordas, ahora oyen. Y personas que
durante doce años fueron mudas, ahora hablan.
En los últimos meses el hoy alcalde de
Oberá ha debido lidiar con una radicalización de la protesta social que es
inédita en los últimos tres lustros. Una toma de la municipalidad. Un intento
de hacer lo mismo. Una marcha, neutralizada a tiempo, que se dirigía al
domicilio particular de Fernández. Toma de espacios públicos. Usurpación de
terrenos privados. Intentos varios de hacer lo mismo. Todo tan “espontáneo”
como una pelea mediática de los jurados del “Bailando…” de Tinelli.
Rindfleisch tenía destreza política y
recursos para disciplinar o cooptar a quiénes podían controlar la protesta
social. Fernández no tiene ninguna de las dos cosas.
La opereta de algunos medios de
comunicación locales es hasta risueña por su obviedad. Después de doce años de
desparramar “Lexotanil” para garantizar el letargo, ahora reparten bebidas
energizantes. Fernández no puede darles la pauta que les daba Rindfleisch,
hecho que provocó que haya periodistas que volvieron al periodismo.
Ariel Cháves no pasa un día sin proclamar
su independencia del ejecutivo local y no pierde oportunidad de brindar ante
cada micrófono que le acercan-y se lo acercan seguido-un curso acelerado de las
teorías de Montesquieu sobre el “checks and balances” (controles y
contrapesos). Todo retórico. Todo sanata. Pero que sirve para posicionarlo ante
quiénes reciben propaganda como si fuera información.
Fernández es un administrador del status
quo. Está claro que él no llegó al poder para encarar ninguna revolución. De
hecho no tocó-ni va a tocar-ningún negocio directo de su antecesor, que bien
protegido está por la corona. Pero con él en la alcaldía algunos
perdieron privilegios. Y los extrañan mucho.
Con
la disputa por el poder reducida a una interna renovadora, Oberá da para todo.
Hasta para una pelea entre lo malo y lo peor.
Obnubilados por la nostalgia por Rindfleisch,
algunos se olvidan aquella recomendación de Napoleón Bonaparte: “Nunca
interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error”. No advierten que tienen
a su favor los errores no forzados del propio
Fernández.
Otoño de 2017. La ciudad de Oberá no se
desarrolla, sigue tan postergada como siempre
y el único cambio es que ahora a algunos las injusticias empezaron a
importarles. Carlos Fernández se dedica exclusivamente a recaudar para ordenar
el desparramo financiero que le dejó Rindfleisch. Que es renovador como él,
aunque a veces hable como si el arquitecto perteneciera al Partido Socialista
Obrero español. Y en medio de eso la política la hace un solo partido porque el
resto, orgánicamente, ni siquiera se
anima.
Judas besó al Mesías antes de entregarlo.
Hoy se usa un abrazo.