martes, 16 de agosto de 2016

                   "NUESTRO" HIJO DE PUTA  



     
     El imperialismo norteamericano no ha sido un invento marxista sino, por el contrario, una realidad padecida por décadas en América Latina. Del mismo modo que Europa Oriental soportó el imperialismo soviético. Entre los títeres que EE.UU bancó para que Centroamérica no se volviera “roja” fue tristemente célebre Anastasio Somoza García. El mismo que fue el autor intelectual del asesinato del guerrillero Augusto Sandino. El apodado “Tacho”. El que visitó la Argentina en la época del primer peronismo. Se cuenta que en cierta oportunidad el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, al ser advertido acerca de la calaña de líder que gobernaba Nicaragua, respondió: “Puede ser que Somoza sea un hijo de puta. Pero es nuestro hijo de puta”.

     En Misiones los popes de la renovación no se ponen colorados por proteger a los suyos.

     Por ahí anda Cristóbal Barboza. Un personaje que agarró la camioneta oficial del municipio de Arroyo del Medio (que maneja por cuarta vez) y la usó como si fuera de él. Los señores feudales se mueven así. Creen que las pertenencias del estado son suyas. Lo cierto es que se subió al vehículo oficial estando entre San Juan y Mendoza y terminó chocando a un remisero que salió a ganarse la vida un domingo día del padre. El remisero murió. Por el motivo que fuere y cualquiera será indefendible, los tres concejales renovadores votaron no por la obvia destitución que correspondía sino por una impresentable restitución. Y este martes Barboza volverá a la intendencia. A diferencia de Alberto Anderson, que ya no podrá volver a manejar su remís ni a festejar el día del padre. Todo acompañado por la sobreactuación pública de ciertos funcionarios del gobierno que salieron a cuestionar a Barboza y a los ediles que lo ayudaron. ¿En serio creen que Barboza acumuló méritos para abandonar su puesto de intendente? Bien. Expúlsenlo del partido. Intervengan el municipio. Lo pueden hacer con solo decidirse. ¿No era la renovación que desparramó por ahí ese slogan de dos pesos con veinte que reza “solo los hechos dan fe a las palabras”?

      Rebosan los ejemplos de renovadores que han sido protagonistas de hechos repudiables pero  compatibles con el norte de un espacio político que nació de dos “mejicaneadas”: la de Rovira al justicialismo y la de Closs al radicalismo. Pedirles ahora comportamientos republicanos a quiénes hicieron de Misiones un feudo más, ¿no será mucho?

      Después de todo, siempre habrá un Roosevelt que precise de un Somoza…


martes, 2 de agosto de 2016

            DIEZ AÑOS DE SOLEDAD
       (carta abierta a mi colega Eduardo Pérez)



     Si se tienen que juntar cuatro o cinco cosas para hacer que uno deje su ciudad y se vaya a otro lado en particular, pues esas cuatro o cinco cosas se juntaron en el verano de 2005 para que deje Buenos Aires. Y para que me venga a Misiones. Primero a Leandro N. Alem. Y después a Oberá. Para seguir haciendo lo que hago desde hace treinta años como único modo que conozco de ganarme la vida: trabajar. Y para seguir laburando en lo que hago desde hace veinticinco años, más o menos bien o más o menos mal: periodismo.

     Lo primero que aprendí es que mi nombre de pila, “Walter”, sería habitualmente reemplazado por mi gentilicio: “porteño”. Como si eso quisiera decir algo. Lo segundo que aprendí es que en Misiones la mayoría de la gente-aún-no quiere rebelarse contra el poder que los oprime. Quiere ser parte. Como en todos los  feudos que conocí. De lo que derivó lo tercero que aprendí: que ejercer el periodismo crítico (el único que hay porque si no es crítico es propaganda) me iba a dejar en la vereda de enfrente de mucha gente que iba a preferir pensar que yo, soberbio, los “miraba desde arriba”. Que es más fácil que asumir que ellos se arrodillaron hace mucho. Y que cuando uno se arrodilla, desde ahí, parece que todo el que eligió estar de pie te mira desde arriba.

      Y seguí. Con el apoyo del único gremio que un periodista tiene en Misiones: sus cojones.

     Y critiqué con toda la información que tenía a Néstor y a Cristina Kirchner. Y a Carlos Rovira y a Maurice Closs. Y a Ewaldo Rindfleisch. Haciendo lo que aconsejaba don Miguel de Unamuno: “siempre hay que decir la verdad. Y especialmente cuando no conviene”. Y vaya si no convenía porque la economía iba bien y en la Argentina cuando alcanza para el asado y para llenar el changuito cualquier rufián tiene votos. Pero dije lo que tenía que decir.

     Si en Misiones era y es costumbre dejarse patotear por cualquiera con un poco de poder, me cagué en esa costumbre. El respeto es un ida y vuelta.

     Eso me cerró puertas para siempre. Hubiera bastado con callarme y aceptar las miguitas del gran banquete con la que en los últimos doce años se compraron medios y periodistas. No lo hice pero no por ética sino por una cuestión gástrica: no tengo estómago para irla de chupamedias de nadie.

     El lunes 8 de enero de 2007 fui a trabajar a la radio en la que entonces estaba-FM Centro de Oberá-y junto a mi colega José Tarditti y a la locutora Mariela Duarte Burgos encontramos un candado sin llave. No nos dejaron entrar. ¿Qué había pasado? Habíamos criticado a Rindfleisch. Estábamos “avivando giles”. Contando lo que pasaba. Desmalezando esos caminos por los que ahora tantos caminan. Esos a los que les encanta empezar por donde los demás terminamos. Buscamos la solidaridad. Encontramos la de mucha gente y la de casi ningún colega obereño. Como el único respaldo que tenía era el de la silla en la que me sentaba a conducir el programa de radio, tiré unas paredes en Buenos Aires. Y me la devolvieron al pie en el Foro de Periodismo Argentino-FOPEA-por entonces comandado por un ex profesor de la facultad, Daniel Santoro. Y encontré también la colaboración de colegas, de amigos o las dos cosas juntas como Hugo Macchiavelli o Daniel Tognetti. O María Itumelia Torres (misionera y fopeana). ¿El resto de los medios obereños? Se hicieron los otarios de un modo impresentable. Es que el editor (Rindfleisch), podía llegar a enojarse.  Reconozco que después, cuando pude, me vengué. Se lo merecían. Tristes alcahuetes del Poder que la van de periodistas…

      A los que trabajamos en Misionescuatro, como personal y profesionalmente no nos pueden decir nada, nos quieren correr con el asunto de que es el canal de Ramón Puerta. Cosa que suele venir exclusivamente de tres clases de personas. Anotá flaco: de los boludos, de los muy boludos o de los recontraboludos.

     Nunca te olvidés aquello que un día te cité de Alfredo Palacios: “a la gente se la conoce cuando tiene Poder”, decía el socialista. Por eso los periodistas molestamos a oficialistas-porque no los dejamos robar y mentir tranquilos-y a opositores-porque no les palmeamos las espaldas en su búsqueda de poder para hacer, de aquél lado del mostrador, lo que les molestaba cuando estaban de éste lado. Y ni hablemos del “fuego amigo”. Que también hay que combatir. Que a veces es incluso peor que el de los otros.

     Leí por ahí que lo sucedido con dos diputados provinciales te quitó un domingo en familia. ¿Estás loco? Nunca más permitas eso. ¿Y qué esperabas ver en algunos colegas? ¿Comprensión?  Ja, ja, ja, ja, no. No era eso lo que esperabas ver. Hace muchos años, andaba cerca de la bolsa de comercio en la city porteña y en la pizarra vi lo que cotizaban las acciones de empresas muy importantes. Un colega que se había ganado las canas que peinaba, me dijo: “fijate que arriba de Renault y de Acindar está el ego de los periodistas. Que también cotiza en bolsa”.

     Fuerza y a seguir. “Si te tiran diez veces, te levantas. Otras diez, otras cien. Otras quinientas. No han de ser tus caídas tan violentas. Y tampoco, por ley, han de ser tantas”. Lo escribió Almafuerte y se lo creo.

     En Oberá y en Misiones hay colegas que valen la pena. Y mucha gente que vale la pena. Refugiate en ellos.

     Los periodistas, aquellos que nos tomamos nuestra profesión en serio, los que jamás nos haremos acaudalados con nuestro trabajo, los que ejercemos la honestidad intelectual, solemos estar solos. Porque “molestamos” diciendo lo que no todo el mundo está dispuesto a oir. Me pasé diez años solo en Oberá. Hasta que la realidad demostró de un modo obsceno que lo que contamos que pasaba, pasaba. Y no perdí. Gané. Me gané a quiénes hoy son mi nueva familia. Me gané el respeto de mis muchos oyentes. Y me gané el placer de ver que cuando me encuentro con algunos poderosos, son ellos los que agachan la cabeza. No yo.

     Flaco, ¿conocés la etimología de la palabra “dignidad”? Creo que lo hablamos en algún programita de “Clandestino”. En la antigua Roma la “dignitas” era una cualidad. Que algunos podían llegar a querer quitártela. Por eso, al no permitir que te quiten la “dignidad”, uno se “indignaba”. De ahí deriva la palabra “indignación”. De no dejar que te quiten la dignidad.

     Ahora estás indignado. Pero ya se te va a pasar.

      Te dejo flaco. Tengo que seguir haciendo lo que hacemos los periodistas: “molestar”.


     Y eso está  muy bien…