domingo, 26 de abril de 2020


                SUFRIR EN SILENCIO   


          Como paradoja de un destino cruel, a esta altura de la vida, último domingo de abril, en Misiones hay seis casos confirmados de coronavirus. La misma cantidad del ya tristemente célebre cuento sobre los casos de dengue que el ministro Alarcón narró hace un par de meses en Oberá.

     El pasado martes 18 de febrero Oscar Alarcón, ministro de Salud Pública de Misiones, estuvo en una Oberá que padecía el dengue como hacía mucho que no la afectaba. Teniendo al lado al alcalde local Carlos Fernández, Alarcón se despachó con que ese número, seis casos confirmados, era el correspondiente al último corte (el modo con que el argot del sector se refiere a la cantidad de infectados relevados). A esa misma hora de ese mismo día cualquiera que caminara un par de cuadras por Oberá podía anoticiarse del triple de casos. El camelo estadístico disparó la reacción de varios ciudadanos que decidieron relevar ellos mismos el asunto. Y contaron bastante más que seis.

     En Misiones existe algo llamado “Programa Provincial de Prevención de la enfermedad del Dengue”, que tiene su sede en la avenida Lavalle en Posadas. Todos los días municipios como el de Oberá dan a conocer un cronograma de descacharrización y fumigación en determinados barrios. Y, cuándo la realidad ya no permitió ocultar más la trascendencia del asunto, sucedió que la acción se sumó al discurso.

      Algunos, para dispensar al gobierno, dicen que la gente es sucia. Pues entonces habría que educarla en serio, ¿no?

     Ahora bien, mientras Misiones transita su séptimo mes consecutivo de clima tórrido aunque ya llevemos cinco semanas de otoño, ¿dónde está la cifra concreta de afectados por el dengue? Cifra provincial y el desglose por comunas. Y la cifra de contagiados en Oberá, al parecer el municipio más afectado. Cifra que debe informar obligatoriamente el estado. No un medio de comunicación, ni ciudadanos de buena voluntad, ni una tarotista usando los arcanos.

      La pandemia del coronavirus relegó a un natural segundo plano al dengue-gate del verano 2020. Pero la sociedad no debería naturalizar el enfermarse y pasarla mal en cada verano por culpa de mosquitos, que al igual que algunos funcionarios, necesitan que te duermas.

     En la semana que se va Salud Pública de Misiones emitió un parte en el que menciona que hay 8.178 notificaciones de dengue (personas con síntomas característicos de la enfermedad pero sin un laboratorio hecho). Y solo 291 casos confirmados por laboratorio. En ese parte tampoco se toman en cuenta los testeos rápidos que hacen los laboratorios privados.

    ¿Así, con esas imprecisiones, con esas vaguedades, el estado nos informa de la enfermedad que más afectó a los misioneros en este 2020? El dengue ha provocado por estas latitudes más muertos y enfermos que el coronavirus, la pandemia que sigue siendo un peligro más potencial que real a favor de que en eso sí el gobierno provincial y los comunales han actuado con la rapidez y la seriedad que ameritaba.

     ¿Por qué los hospitales carecen de reactivos? ¿Por qué miles de casos no son confirmados o desechados? ¿Por qué el estado habilitó un 0-800 (0800-444-3400) para que la población haga consultas sobre el dengue que se limitan a recetar paracetamol según los propios dichos del paciente, que pueden ser tan exactos como inexactos? ¿Ahora resulta que se diagnostica por teléfono, sin ver al paciente ni hacerle un triste análisis? ¿Esta es la Salud Pública del siglo XXI?

     Enfermos de dengue nos han contado de su sufrimiento. Fiebre alta, intenso dolor de huesos, migrañas que hacen que hasta el cabello moleste, un estómago que no tolera nada, diarreas, deshidratación y picazón. Así han vivido muchos obereños en este 2020. ¿Cientos? ¿Miles? ¿Dónde está la estadística oficial?

     Como siempre no será alguna adecuada política de Salud Pública sino el frío quién se lleve el dengue.

     “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”, decía Hemingway.

     Qué pena que la gran mayoría del pueblo misionero, para callar lo que sufre, haya aprendido tan rápido…


    
    


         LOS QUE TIENEN QUE SALIR      
         PARA QUE PUEDAS QUEDARTE


     
     “De lo que tengo miedo es de tu miedo”, sostenía William Shakespeare y momentos en los que debemos luchar contra una pandemia, como este momento, provocan un temor espontáneo y más que justificado. De modo tal que no precisamos que los propagadores del miedo nos vengan a psicopatear.

     En las últimas horas la provincia de Misiones registró dos nuevos casos de coronavirus. Un matrimonio de San Vicente, ambos internados en el hospital Samic de Oberá. Él, de 61 años, en terapia intensiva, con asistencia respiratoria mecánica y de pronóstico reservado. Ella, de 56, por el momento solo está aislada.

     La difusión de la noticia, tras un par de semanas en el que Misiones no sumó casos positivos a los tres que tenía, disparó una suerte de ataque de pánico colectivo en el que hay que detenerse para analizarlo. Porque la cuarentena obligatoria es a favor de evitar el contacto entre los cuerpos. No el contacto entre las neuronas.

     De los habitantes de Oberá, con fama de ser “la ciudad de las iglesias”, uno esperaría la puesta en marcha de cadenas de oración y rezos a Dios a favor de que el señor contagiado recupere su salud. No. Los que salieron a la palestra fueron unos impresentables que no han parado de quejarse de que “lo hayan traído acá” (“acá” es el Samic de Oberá). Y lo internaron en el Samic de Oberá porque para eso está acondicionado el Samic de Oberá. Y si el sistema de salud de San Vicente no alcanza ya es un poco tarde para acordarse. Otros lo han calificado de “irresponsable” (mínimamente) porque se fue a un lugar como Sao Paulo, Brasil, la ciudad con más casos en el país sudamericano con más contagiados.

     Otros arremetieron contra los médicos y los enfermeros que lo atendieron, proponiendo más o menos que los deporten al planeta Júpiter hasta nuevo aviso porque capaz que se infectaron. Y desde otras partes de la zona centro y de toda la provincia se pudieron leer barbaridades similares y peores. Están ahí, en los comentarios al pie de los artículos de los diarios digitales y en las redes sociales. La historia del mundo nos cuenta que las pestes sacan en algunos lo mejor que tenemos y en otros lo peor que tenemos. No vendría mal aprovechar la cuarentena para leer “Ensayo sobre la ceguera”, un texto de José Saramago que narra muy bien las miserias que afloran cuándo el “sálvese quién pueda” va ganando terreno.

     Por el contrario, el rescate de la racionalidad puede ser un buen reemplazo de la vacuna que no hay contra esta nueva peste.

     Por todos lados aparece la consigna “Quedate en casa”. Consigna que es acertada, que el gobierno nacional dispuso a tiempo, que el provincial está haciendo cumplir, y que todos debemos acatar. No hay que salir, excepto en los horarios y formas habilitadas, manteniendo el distanciamiento social y usando barbijos. Después, adentro. Pero para que millones de personas se puedan quedar en sus casas hay gente, bastante gente, que tienen que dejar las suyas. Veamos:

     -El señor internado en el Samic de Oberá viajó a Brasil porque es camionero y la empresa para la que trabaja, con sede en San Vicente, lo mandó allí. El transporte de cargas está exceptuado del decreto presidencial que le da marco legal al aislamiento social preventivo.  Los camiones  van y vienen de los países limítrofes y  circulan por toda la Argentina porque si no lo hicieran tendríamos desabastecimiento. ¿O alguno se cree que todos los productos que tanto gustan ir a comprar durante el día a los supermercados los produce el dueño del comercio la noche anterior en su casa? Cada provincia necesita de otra y el país de sus socios comerciales. Así funciona. O no funciona.

     -Por el momento no se llegó al disparate de “escrachar” médicos y enfermeros como ha ocurrido en edificios de Buenos Aires. Los médicos y enfermeros deben atender a los sospechados de coronavirus y a los que se enfermaron. ¿Qué? ¿Los profesionales de la salud que se contagian por atendernos también son unos “irresponsables”?  Eso ya es de nivel subnormal. En el rubro salud hay que agregar a los empleados que brindan el indispensable trabajo burocrático. Andá sumando: los que gestionan las prestaciones médicas (por ejemplo internaciones y externaciones y los servicios farmacéuticos y de provisión de insumos que hay en cada obra social), médicos, enfermeros, personal de limpieza para mantener la asepsia de cada lugar. Y etc., etc, etc. Los hospitales y las clínicas no funcionan en piloto automático.

     -Los policías salen a las calles y, a sus tareas habituales, se les sumaron unas cuantas.

     -Los muchachos y chicas que llevan la mercadería a nuestros domicilios. Y los operadores telefónicos. Los motomandados están cumpliendo una labor fundamental: el delivery. Y, por cierto, ninguno se va a hacer millonario en esa actividad.

     -Empleados de farmacias. Trabajadores que nos atienden durante muchas horas todos los días.

     -Los que trabajan en los supermercados. Repositores, cajeros y cajeras, gerentes, cocineros, los chicos que te arman las bolsas o las cajas para que lleves tu compra. Y acá también cabe el etc, etc, etc.

     -Los muchachos que pasan con el camión recolector de residuos a llevarse la basura que dejamos.

     -Los periodistas profesionales que te mantienen informado, en vez de intoxicarte con las primicias de “Carlitos news” en Facebook o con los whatsApps que te envía cualquier gil.

     -¿Te gusta tomar mate? Es una bebida riquísima. Pues para poder seguir tomándolo debe arrancar la zafra y cada sector de la cadena, productores, tareferos, secaderos, acopio y transporte, tienen que salir a trabajar (con los cuidados que corresponden), para seguir abasteciendo al mercado. Como cualquier rubro de la cadena alimenticia.

     -Veterinarios. Empleados estatales. Bancarios. Los trabajadores que nos brindan el agua, la luz y el gas sin los cuales el “quedate en casa” sería un chiste de mal gusto. Y dispensen los que no figuran en este editorial solo por cuestiones de espacio. ¿Vas sumando la cantidad de personas que tienen que salir de sus casas, con lo que invariablemente se exponen al contagio ellos y sus familias, para que vos te puedas quedar en la tuya? ¿Qué? ¿Son irresponsables? ¿O, en rigor de verdad, son un ejemplo mayúsculo de responsabilidad y amor al prójimo, ese amor al prójimo que ahora no se les nota a unos cuantos que gustan de andar todo el día con el Jesús en la boca?

     Según la mitología griega “Pan”, era el semidios de los pastores y los rebaños y de la sexualidad masculina. Capaz de generar un miedo enloquecedor. A él le debemos la formación de la palabra “pánico”, ese temor excesivo que no hace ningún bien y que obliga a estar atentos para identificar a sus propagadores. Desde funcionarios públicos que aprovechan cualquier cosa para hacer politiquería hasta los cuatro de copas que la van de ases escondidos atrás de los teclados. Concientizar  y hacer cumplir las normas son tareas imprescindibles, pero muy distintas del andar patoteando a los demás.

     “No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”, decía Bertolt Brecht.

      No dejes que te conviertan en uno…

martes, 14 de abril de 2020

                                "LA MORDIDA"




     “La Tuerca” fue un programa cómico de la televisión nacional, creado por un señor llamado Héctor “Toto” Maselli” (el mismo de “Los Campanelli”), que se emitió tanto en la era del blanco y negro como en la era del color. Lo protagonizaban actores con mucho oficio encima (Osvaldo Pacheco, Vicente Rubino, Tino Pascali, Joe Rígoli, el “Pato” Carret, Julio López, Carlos Scaziotta, Marcos Zúcker, Tristán, Nelly Láinez y Guido Gorgatti, entre otros). Y en sus sketches se retrataban escenas atemporales de la forma de vivir de unos cuántos. En “La mordida” parodiaban la jugada que permitía que trabajos como el cambiar una lamparita, poner un tornillo, o cambiar el vidrio de una ventana, llegaran a facturarse en cifras millonarias. Según la escala jerárquica de la empresa, estatal o privada, cada uno le agregaba a la factura “su parte”. Al laburante convocado para el arreglo le decían “Quedate tranquilo. La tuya está”. Porque a él le pagaban solo lo que le correspondía. Y el primero en la lista de “mordidas” (un inolvidable Vicente Rubino), hacía de su reclamo una constante: “No me dejen afuera”.

     Hace unos días nos volvimos a enterar de otra “mordida”. En plena pandemia hubo miserables y canallas que intentaron llevarse unos trescientos millones de pesos a través de una megacompra de alimentos que hizo el Ministerio de Desarrollo Social. El estado nacional, con el dinero de la gente, compró aceite, fideos, arroz y lentejas a valores muy pero muy alejados de los denominados “precios máximos” que el propio gobierno indica que son de cumplimiento obligatorio. Algunos dicen que los responsables son los funcionarios públicos. Lo son. Otros dicen que son los empresarios. También lo son. “La mordida” precisa de unos y de otros. No se excluyen, se complementan. Pero con una diferencia sustantiva: siempre es el estado quién tiene la mayor responsabilidad. Es el gestionador del bien común, el “arbitro” en el cruce de intereses. Concepto de Educación Cívica del primer año de la secundaria.

     El presidente Alberto Fernández, aprovechando que goza de cierto blindaje  por el cagazo general ante el coronavirus, respondió diciendo cosas que pueden ser ciertas pero que en su boca suenan menos ciertas. Dijo que “debe terminarse el país de los vivos”. Que el ministro Daniel Arroyo es un hombre honesto que debió resolver rápido entre “el hambre de la gente y empresarios que se plantaron”. Y agregó que iban a investigar a los responsables. Tuvieron que echar a quince. Y resultó que entre los quince funcionarios cesanteados (a confesión de parte…) hay un tal Gonzalo Calvo, quién hace apenas un año fue apartado de otro cargo público por el intendente kirchnerista del partido bonaerense de Almirante Brown porque, como ahora, estuvo sospechado de corrupción. ¿Quién lo nombró en el nuevo cargo nacional? ¿Magoya o el ministro Arroyo? Y no hay que perder de vista que esta “mordida” trascendió gracias al periodismo que continúa haciendo su trabajo. De lo contrario nadie se hubiera enterado, el estado hubiera pagado con sobreprecios, y el tal Calvo seguiría en su puesto. Y “sanseacabó”, diría Máximo Kirchner.

     Es lo mismo que sucede por estas latitudes. Si no fuera por unos pocos, como Misiones Cuatro, todo sería propaganda oficialista, ponemicrófonos y cero repreguntas. Uno entiende que a los muchachos que manejan la cosa pública  y a sus ladillas les debe molestar que la prensa no los deje “morder” tranquilos. Los enfrentamientos seguirán entonces porque el periodismo, cuándo se ejerce en serio, es así. “A pelarse”, diría un exgobernador misionero.

     En la Argentina “morder” con la obra pública y sobrefacturar todo lo que la falta de controles republicanos permita es parte de la cultura política. No debería serlo. Buena parte de la sociedad tiene alta tolerancia a la corrupción. No debería tenerla. Y muchos siguen actuando como si la plata del estado la pusiera Dios. Pero no la pone Dios.

     Está bien que el Presidente, que es quién tiene la penúltima palabra, concentre sus energías en el combate al coronavirus a favor de salvar vidas, nada menos. Como también es correcto que el periodismo haga lo suyo. Lo que no está bien es que la oposición, nacional y provincial, juegue al “dígalo con mímica”. Porque no todo es COVID-19.

     Y las audiencias podrían aprovechar estos tiempos de cuarentena para leer algún librito de esos que enseñan civismo. Es más provechoso al alma y a la mente que perder el tiempo intentando justificar con argumentos cada vez más desopilantes  a quiénes muerden donde no deben, solo porque son de su “palo” político. Y si la pereza mental ya no permite leer entero un libro de papel,  en internet hay estupendos resúmenes de los trabajos de Thomas Hobbes, de John Locke, de Jean Jacques Rousseau, o del Baron de Montesquieu. Que fueron unos tipos que escribieron sobre algunas cuestiones de las que sabemos bastante poco.

     “No hay cosa que dañe más a una nación que el astuto pase por inteligente”, dijo el filósofo inglés Francis Bacon.

      Puede que leer en esta cuarentena nos ayude con eso. A ver si conseguimos algunos astutos menos.

      Y algunos inteligentes más.

domingo, 5 de abril de 2020


      LOS EXPERTOS, ¿SON EXPERTOS?



     La experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores”, decía el escritor Oscar Wilde. Tremenda experiencia fue la vivida el viernes en todo el país.


       En la semana que culmina se autorizó a los jubilados y pensionados a percibir sus haberes de modo presencial, según la terminación del documento de identidad. También se consintió en que fueran a los bancos los beneficiarios de planes sociales. Cualquiera de nosotros, con mínima información, sabe que los integrantes de esos grupos se cuentan por millones. Descontamos que esto lo deben saber mejor en la ANSES. Cualquiera de nosotros, por información o por experiencia propia, sabe de la desesperación que provoca no poder trabajar y no poder generar ingresos. La cuarentena obligatoria, una más que acertada decisión del gobierno nacional, está dejando a millones de argentinos sin un peso. Y para los jubilados y pensionados, para cualquiera que viva al día, estar dos o tres semanas sin ver un peso es el apocalipsis. Descontamos que esto lo deben saber en los gobiernos. Sea el nacional, cualquier provincial y todo gobierno comunal.

     Pero la autorización a ir a cobrar a los bancos fue una decisión que se tomó demasiado rapidito  y fue ambiguamente comunicada. Primera paradoja: nuestros gobiernos se la pasan cooptando cuánto mass-media pueden y cuánto periodista haya en alquiler, pero de tanto poner el acento en la propaganda no saben hacer lo básico que es informar. Así, cientos de miles de personas salieron a la calle. Desordenadamente. Desesperados. Violando, en un par de horas, la cuarentena que tanto tiempo y esfuerzo nos demanda a todos. Se expuso torpe e irresponsablemente a ese grupo, los adultos mayores, del que nos dicen desde la mañana a la noche, que son los más vulnerables a la acción del coronavirus. De hecho, ya se han enfermado y ya han fallecido los suficientes en nuestro país y en el planeta para avalar ese planteo científico. Segunda paradoja: los medios de comunicación se llenaron de médicos, infectólogos y epidemiólogos que dan cátedra sobre el coronavirus, sus alcances, su dimensión, los modos del contagio, que barbijo sí o barbijo no, que hay que quedarse en casa y que hay que lavarse las manos como si fuéramos la justicia misionera investigando a un pope renovador k. También nos aconsejan no visitar a nuestros padres y abuelos, para no contagiarlos.  Muy bien, entonces ¿por qué ninguno de estos expertos advirtió sobre lo perjudicial que podía ser mandar a tantos abuelos a la calle?

     El presidente Alberto Fernández nos informó que existe un comité de expertos que lo asesora en la pandemia. Cada uno de ellos, reconocidos por la comunidad científica y con trayectorias impecables. ¿Y? ¿Ninguno le dijo nada? ¿O fue advertido y, para decirlo en griego clásico, no les dio ni cinco de pelota?

     Los que gobiernan y los expertos, ¿no se escuchan a sí mismos?

     Dicen que pueden pasar entre cinco días o un poquito más, algunos hablan de un par de semanas, entre el momento del contagio y la aparición de síntomas. Pero también hay portadores asintomáticos. ¿Qué va a pasarle ahora a quiénes fueron expuestos el viernes de un modo tan imperdonable?  Será cuestión de tener más o menos suerte. Que, cómo nos enseñó el escritor Edouard Pailleron, es Dios que mantiene el anonimato.

     Como suele suceder con el kirchnerismo, aún en sus variantes menos tóxicas, nadie renunció a su cargo. Como si nada hubiera pasado. Y sus torpes defensores nos hablan de lo inhumano de los bancos (vaya, ¡que novedad!), del sindicato (como si Sergio Palazzo, el titular de La Bancaria, fuera un militante no de este gobierno sino del de López Obrador en México), y algunos, en su impotencia, caen tan bajo que culpan a los abuelos por no saber o no querer aprender a usar una tarjeta de débito. Por estas horas hay quiénes plantean la necesidad de hacer educación cívica. Mirá vos. Ahora resulta que se acuerdan de “educar al soberano”. Demasiado tarde.

     Hace unos días nos enteramos que el presidente Alberto Fernández tiene un referente intelectual que desconocíamos: ¿Engels? ¿Hegel? ¿Sartre? ¿Kant? ¿Unamuno? ¿Jauretche? No. “Pipo” Gorosito, el entrenador de fútbol que hoy sigue al frente de Tigre en la Primera Nacional (ex Nacional B, ese campeonato que jugaron todos los equipos menos Boca). El Presidente explicó por radio lo que él llama “El teorema de Gorosito”. "Cuando Argentinos Juniors-club del que es hincha- se jugaba el descenso, contrató a Caruso Lombardi. Y a mí, y a los hinchas nos gusta un juego menos especulativo. Luego contrataron a Pipo Gorosito​ y me invitaron a almorzar con él", narró el Presidente. Y remató: "Cuando le expliqué a Pipo lo que me pasaba, me dijo algo que lo adopté para siempre. ‘Si hacés las cosas bien, es muy posible que te vaya bien’. Y a partir de ahí lo llamé el teorema de Gorosito y lo aplico en todo".

     “Si hacés las cosas bien, es muy posible que te vaya bien”.

     Presidente. El viernes pasado hicieron las cosas mal.

     Muy mal…