CRÓNICA
DE UN FANATISMO ANUNCIADO
El dramaturgo español
Jacinto Benavente sostenía que “Hay quiénes envenenan al pueblo. Y después
dicen, “mirá, el pueblo está envenenado”.
Lo que ocurrió
este domingo en Brasil fue la crónica de un fanatismo anunciado. Antes, durante
y después de las elecciones a presidente de 2022, tanto en primera vuelta como
en balotaje, el entonces presidente Jair Bolsonaro se dedicó a embarrar la legitimidad,
primero de un eventual triunfo de su adversario Lula Da Silva, y después de un
concretado triunfo de su adversario Lula Da Silva.
Lo de
Bolsonaro es la expresión más irresponsable y peligrosa, como lo fue Donald
Trump en su momento, de una atmósfera en la que todo el tiempo se estimulan los
fanatismos. De izquierda a derecha y de derecha a izquierda en la política, o
en la industria del entretenimiento con las redes sociales como grandes aliadas,
las personas viven en un microcosmos de ratificación de lo que creen y les
gusta y de bastardeo o eliminación de
todo aquello en lo que no creen y que no les gusta.
Todo el tiempo
la política, el periodismo y la industria del entretenimiento, que así
direccionó a las nuevas tecnologías, le dicen y le dan a la gente una sola
cosa: lo que quieren.
¿Accesos a
pensamientos y gustos opuestos para entenderlos antes de denigrarlos? Never.
Educar en vez de entretener? Menos. Eso quita público. Eso quita audiencia. Eso
no da votos. Eso no suma likes. Eso no genera vistas. Eso no “garpa”…
Esto vino para
quedarse y atraviesa a cualquier clase social y a cualquier continente.
El negocio
consiste en crear fanáticos y la canallada es, después, criticar el fanatismo.
Todos los días
se embrutece a los pueblos.
Para que después los cínicos se pasen el día preguntando por qué será que reaccionan así.
Brutalmente.
Walter Anestiades