DIEZ AÑOS DE SOLEDAD
(carta abierta a mi colega Eduardo
Pérez)
Si se tienen que juntar cuatro o cinco
cosas para hacer que uno deje su ciudad y se vaya a otro lado en particular,
pues esas cuatro o cinco cosas se juntaron en el verano de 2005 para que deje
Buenos Aires. Y para que me venga a Misiones. Primero a Leandro N. Alem. Y
después a Oberá. Para seguir haciendo lo que hago desde hace treinta años como
único modo que conozco de ganarme la vida: trabajar. Y para seguir laburando en
lo que hago desde hace veinticinco años, más o menos bien o más o menos mal:
periodismo.
Lo primero que aprendí es que mi nombre de
pila, “Walter”, sería habitualmente reemplazado por mi gentilicio: “porteño”.
Como si eso quisiera decir algo. Lo segundo que aprendí es que en Misiones la
mayoría de la gente-aún-no quiere rebelarse contra el poder que los oprime.
Quiere ser parte. Como en todos los
feudos que conocí. De lo que derivó lo tercero que aprendí: que ejercer
el periodismo crítico (el único que hay porque si no es crítico es propaganda)
me iba a dejar en la vereda de enfrente de mucha gente que iba a preferir pensar
que yo, soberbio, los “miraba desde arriba”. Que es más fácil que asumir que ellos
se arrodillaron hace mucho. Y que cuando uno se arrodilla, desde ahí, parece
que todo el que eligió estar de pie te mira desde arriba.
Y seguí.
Con el apoyo del único gremio que un periodista tiene en Misiones: sus cojones.
Y critiqué con toda la información que
tenía a Néstor y a Cristina Kirchner. Y a Carlos Rovira y a Maurice Closs. Y a
Ewaldo Rindfleisch. Haciendo lo que aconsejaba don Miguel de Unamuno: “siempre
hay que decir la verdad. Y especialmente cuando no conviene”. Y vaya si no
convenía porque la economía iba bien y en la Argentina cuando alcanza para el
asado y para llenar el changuito cualquier rufián tiene votos. Pero dije lo que
tenía que decir.
Si en Misiones era y es costumbre dejarse
patotear por cualquiera con un poco de poder, me cagué en esa costumbre. El
respeto es un ida y vuelta.
Eso me cerró puertas para siempre. Hubiera
bastado con callarme y aceptar las miguitas del gran banquete con la que en los
últimos doce años se compraron medios y periodistas. No lo hice pero no por
ética sino por una cuestión gástrica: no tengo estómago para irla de
chupamedias de nadie.
El lunes 8 de enero de 2007 fui a trabajar
a la radio en la que entonces estaba-FM Centro de Oberá-y junto a mi colega
José Tarditti y a la locutora Mariela Duarte Burgos encontramos un candado sin
llave. No nos dejaron entrar. ¿Qué había pasado? Habíamos criticado a
Rindfleisch. Estábamos “avivando giles”. Contando lo que pasaba. Desmalezando
esos caminos por los que ahora tantos caminan. Esos a los que les encanta
empezar por donde los demás terminamos. Buscamos la solidaridad. Encontramos la
de mucha gente y la de casi ningún colega obereño. Como el único respaldo que
tenía era el de la silla en la que me sentaba a conducir el programa de radio,
tiré unas paredes en Buenos Aires. Y me la devolvieron al pie en el Foro de
Periodismo Argentino-FOPEA-por entonces comandado por un ex profesor de la facultad,
Daniel Santoro. Y encontré también la colaboración de colegas, de amigos o las
dos cosas juntas como Hugo Macchiavelli o Daniel Tognetti. O María Itumelia
Torres (misionera y fopeana). ¿El resto de los medios obereños? Se hicieron los
otarios de un modo impresentable. Es que el editor (Rindfleisch), podía llegar
a enojarse. Reconozco que después,
cuando pude, me vengué. Se lo merecían. Tristes alcahuetes del Poder que la van
de periodistas…
A los que trabajamos en Misionescuatro,
como personal y profesionalmente no nos pueden decir nada, nos quieren correr
con el asunto de que es el canal de Ramón Puerta. Cosa que suele venir
exclusivamente de tres clases de personas. Anotá flaco: de los boludos, de los
muy boludos o de los recontraboludos.
Nunca te olvidés aquello que un día te
cité de Alfredo Palacios: “a la gente se la conoce cuando tiene Poder”, decía
el socialista. Por eso los periodistas molestamos a oficialistas-porque no los
dejamos robar y mentir tranquilos-y a opositores-porque no les palmeamos las
espaldas en su búsqueda de poder para hacer, de aquél lado del mostrador, lo
que les molestaba cuando estaban de éste lado. Y ni hablemos del “fuego amigo”.
Que también hay que combatir. Que a veces es incluso peor que el de los otros.
Leí por ahí que lo sucedido con dos
diputados provinciales te quitó un domingo en familia. ¿Estás loco? Nunca más
permitas eso. ¿Y qué esperabas ver en algunos colegas? ¿Comprensión? Ja, ja, ja, ja, no. No era eso lo que
esperabas ver. Hace muchos años, andaba cerca de la bolsa de comercio en la
city porteña y en la pizarra vi lo que cotizaban las acciones de empresas muy
importantes. Un colega que se había ganado las canas que peinaba, me dijo:
“fijate que arriba de Renault y de Acindar está el ego de los periodistas. Que
también cotiza en bolsa”.
Fuerza y a seguir. “Si te tiran diez
veces, te levantas. Otras diez, otras cien. Otras quinientas. No han de ser tus
caídas tan violentas. Y tampoco, por ley, han de ser tantas”. Lo escribió
Almafuerte y se lo creo.
En Oberá y en Misiones hay colegas que
valen la pena. Y mucha gente que vale la pena. Refugiate en ellos.
Los periodistas, aquellos que nos tomamos
nuestra profesión en serio, los que jamás nos haremos acaudalados con nuestro
trabajo, los que ejercemos la honestidad intelectual, solemos estar solos. Porque
“molestamos” diciendo lo que no todo el mundo está dispuesto a oir. Me pasé
diez años solo en Oberá. Hasta que la realidad demostró de un modo obsceno que
lo que contamos que pasaba, pasaba. Y no perdí. Gané. Me gané a quiénes hoy son
mi nueva familia. Me gané el respeto de mis muchos oyentes. Y me gané el placer
de ver que cuando me encuentro con algunos poderosos, son ellos los que agachan
la cabeza. No yo.
Flaco, ¿conocés la etimología de la
palabra “dignidad”? Creo que lo hablamos en algún programita de “Clandestino”.
En la antigua Roma la “dignitas” era una cualidad. Que algunos podían llegar a
querer quitártela. Por eso, al no permitir que te quiten la “dignidad”, uno se
“indignaba”. De ahí deriva la palabra “indignación”. De no dejar que te quiten
la dignidad.
Ahora estás indignado. Pero ya se te va a
pasar.
Te dejo flaco. Tengo que seguir haciendo
lo que hacemos los periodistas: “molestar”.
Y eso
está muy bien…