La palabra
“psicopatear” es un argentinismo creado a favor de la difusión de ciertos
saberes de la psicología, incorporados al lenguaje popular. La acción consiste
en manipular al otro y hacerle sentir
culpas que no tiene, y eso también podría ser un argentinismo. De hecho,
los gobiernos argentinos acostumbran a manipular. ¿Qué gobiernos? Por ejemplo, éste.
Bastante lidiamos con la paupérrima calidad
de vida que tenemos desde hace años para también tener que soportar que nos
digan desde el poder que nos dividimos en dos. De un lado, los que apoyan todo
lo que dice y hace el gobierno y por eso están a favor de la vida. Y del otro lado, los que se atreven a expresar
sus problemas laborales en medio de la pandemia y por eso están a favor de la muerte. Hay que ser todo un canalla
para postular semejante barbaridad. Para andar patoteando a la buena gente.
Con la mala política.
“El
poder se ejerce más que se posee”, sintetizó Michel Foucault. Por cierto, a
diferencia de otros funcionarios que nunca terminaron de asumir su cargo,
políticos como Cristina Kirchner o Carlos Rovira conocen del ejercicio efectivo
del poder. Son más enérgicos que los cargos que ocupan. Por eso una puso al
presidente y el otro se la pasa cambiando gobernadores.
La decisión del gobierno nacional de
decretar una cuarentena obligatoria a partir del pasado 20 de marzo fue oportuna y por eso irreprochable.
Incluso se agiganta frente a la
irresponsabilidad de líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, López Obrador o
Boris Johnson, quiénes soslayaron el asunto y sus países ahora pagan con miles
de muertos. Y esa cuarentena fue correctamente
acompañada por gobiernos provinciales como el de Misiones o comunales como el de Oberá.
Pero…
“Qué me importa lo que dure la cuarentena:
Va a durar lo que tenga que durar para que los argentinos estén sanos y no se
mueran”, dijo anoche el presidente Alberto Fernández
Pero eso no admite, de ningún modo, que el
republicano reconocimiento mute al dócil agradecimiento. Crecer significa
aprender a cuidarnos solos y a asumir responsabilidades. A diferencia de los niños, los adultos no precisamos un papá que nos
cuide y nos dirija la vida. Tampoco es admisible que nos metan miedo. Y menos
que se subestimen las angustias
económicas de la clase media porque son de la clase media que no los vota.
Los
optimistas del ingreso fijo, ergo los que en determinada fecha del mes
tienen su platita depositada por el estado lista para retirar del cajero automático,
van a tener que dejar la insensibilidad de lado y comprender que hay miles de
argentinos que viven de lo que ellos mismos generan y hace mucho que no están
generando nada. La publicidad de la
ayuda del estado le viene ganando la carrera a la llegada de la ayuda del
estado. De modo tal que se precisa, urgente, que alguno de estos genios de
la cosa pública nos enseñe cómo hace una persona para pagar un alquiler, pagar sueldos
en blanco, pagar a sus proveedores, pagar los impuestos, el agua y la luz que siguen llegando, y comer él y su familia. Todo, sin poder trabajar.
Y, vale recordarlo, trabajar es una de las formas más dignas de defender la vida.
Se sabe que un boludo, cuando entra en
pánico, es más boludo todavía. No deberían aprovecharse de eso. Un estadista no
hace eso. La buena gente no hace eso. Ya bastante nocivo es el modo en que
cierta gente trata a los enfermos de coronavirus que son detectados, y el cómo
se discrimina a los médicos, a los enfermeros, a los camioneros y a tantas
personas que tienen que salir para que los demás se puedan quedar, para que el
gobierno ande estimulando ataques de pánico colectivos.
La diagonal entre el cuidado de la salud y
el cuidado de la actividad económica es difícil de trazar. Pero la van a tener
que trazar.
A quedarse en casa. A usar barbijo. A
cumplir con los protocolos de bioseguridad e higiene. Y también a seguir siendo
ciudadanos críticos. A exigir justicia para todos, incluso para la vicepresidente.
A estar atentos a la sucesión de decisiones tomadas que buscan impunidades
intolerables. A repudiar la extorsión de
amenazar a las empresas con tomar parte de ellas a cambio de ayuda. Y a
trabajar para ganar dinero, respetando los debidos protocolos de salud, sin
tener que bancarse que no lo permitan funcionarios que hablan desde la comodidad
de su sueldo garantizado.
El historiador romano Tito Livio advertía
que “el miedo siempre hace ver las cosas peor de lo que son”. Ahora, frente a
semejante peligro, no necesitamos más miedo del que ya se tiene sino de toda
nuestra lucidez. Hay quién pretende que
la libertad individual es poca cosa cuando se vive una pandemia. Casualmente,
son los mismos que siempre pretenden que la libertad individual es poca cosa.
El COVID-19 tiene un alto poder de
contagio. Hasta ahora alcanzó a más de cinco millones de personas en el
planeta, incluyendo once mil argentinos. Se llevó la vida de miles y miles de
seres humanos en el mundo, contando casi quinientos argentinos. No hay dudas. El coronavirus es muy peligroso.
Y
que el gobierno nos psicopatee, también.
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