AYER PIROMANÍACOS, HOY BOMBEROS
En la
Argentina se ha tornado inhabitual encontrar personas que se indignen ante
ciertos hechos y ciertos discursos, más allá de sus autores. La costumbre es
criticar las macanas, refutar los dichos o condenar los hechos, según los
autores. Si son del “palo político” de uno, se les tolera todo. Si son del
“otro palo”, no se les tolera nada.
A catorce meses de la asunción de un nuevo
gobierno kirchnerista conviene tomarse un omeprazol por día. Es para evitar la
acidez y el reflujo gastroesofágico que puede provocar escuchar o leer a los
panqueques que hasta diciembre de 2019 montaban en cólera por la suba de los
precios, especialmente la de los combustibles, la pauperización salarial y la
pérdida del empleo que el país tanto sufrió durante la gestión macrista, pero que
ahora se muestran sumamente “comprensivos” ante descalabros económicos
similares y aún peores.
Son personajes patéticos. Ayer, porque
gobernaba Juntos por el Cambio, la iban de pirómanos. Hoy, porque volvió
Cristina Kirchner, la van de bomberos.
Se los encuentra en varios espacios. En el
peronismo nominal, en algunos sectores teóricamente opositores, en nuestra
impresentable izquierda, en el acomodaticio sindicalismo de siempre, entre los
publicistas del gobierno que se pretenden periodistas, y en la creciente
clientela electoral que cada vez se vende, alquila o permuta más barato.
Lo del peronismo, que de peronismo solo
conserva el nombre, es estructuralmente penoso. Ante un corrupto, si es
“compañero”, importa más que sea compañero, que sea corrupto.
No lo quieren asumir. Pero lo que debaten
unos y otros es quién fracasó mejor.
El notable compositor musical del
posromanticismo, Gustav Mahler, sostenía que “La tradición no es la adoración
de las cenizas, sino la preservación del fuego”.
No Mahler. En la Argentina del 2021 ya no
se prende más fuego.
Lo que hacen ahora, es adorar las cenizas.
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