domingo, 17 de febrero de 2013

LOS BOBOS DE LA HIPERBOLE






     La hipérbole es una palabra que nos viene del griego y que significa “exceso”. En efecto, es una figura retórica que consiste en exagerar algún aspecto de la realidad ya sea aumentando o disminuyendo alguna conducta, situación o característica. La historia de la literatura es muy rica en el uso de hipérboles. Así Mario Benedetti escribe “Porque te miro y muero”,  Miguel Hernández  “No hay extensión más grande que mi herida” o  Federico García Lorca “Por tu amor me duele el aire…, el corazón y el sombrero”. “Tenía una sonrisa de oreja a oreja”, solemos decir cualquiera de nosotros para graficar la alegría de, por ejemplo, un hincha de Boca al ganarle un partido a River, hecho habitual en el último siglo.

     El kirchnerismo es el ejemplo perfecto de la hipérbole política en la Argentina. Así como el Frente Renovador lo es en Misiones. No estamos hablando de propaganda, cosa practicada por todos los sistemas políticos y gobiernos del mundo. Estamos hablando de una hegemonía nunca vista del discurso hiperbólico en la vida cotidiana. Casi no pasa jornada en la que Cristina Kirchner o alguno de sus “chirolitas”  más fogueados en la mentira (Aníbal Fernández, Diana Conti, el encuestador de la corona Artemio Lòpez o la batucada goebbelsiana de “6,7,8”) encaren la grandilocuencia descriptiva de hechos normales revistiendo de carácter épico medidas un poco falsas, absolutamente falsas o decisiones tomadas a favor únicamente de gobernantes que llegaron al Estado para servirse. En Misiones alcanza con poner Canal 12 para asistir a la reproducción de la demagogia y la sanata de oferta.

     Lejos de ser jocoso, lo grave del asunto es el daño causado por tantas boberías dichas y escritas en la mente de sociedades con complejo de inferioridad que se creen el cuento de estar desarrollándose  todos juntos y marchar hacia un destino de inexorable grandeza. ¿Los resultados?  Siempre los mismos: los funcionarios se hacen megamillonarios, viven vidas de sultanes orientales y la gilada no pasa de una casa o un auto en cuotas. Los menos “privilegiados”  ni siquiera saben lo que es darse una ducha cada vez que la necesitan o hacer las cuatro comidas diarias. Sociedades calesitas a las que la práctica constante y extendida de la hipérbole política les hace creer que están mejor cuando muchos ni siquiera están en condiciones de, a esa vida mejor, poder desearla.

     En la Argentina de 2013 la verdad es una nostalgia. La hipérbole política idiotiza a los votantes y pone en ridículo a los votados. No vamos a irnos lejos: por ahí andan unos cuantos obereños, “contentos” porque tienen aguas termales en una ciudad que debió ser declarada en “emergencia hídrica”. Patético! 


    En su obra “El otoño del patriarca”, publicada en 1975, Gabriel García Márquez escribe sobre la soledad del Poder de un anciano dictador de un país imaginario del caribe. “El dictador era un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi general…”, narra con magistral hipérbole.
    Con una sociedad repleta de bobos, falta muy poquito para que sea la hora que  Cristina, Rovira o Rindfleisch ordenen que sea.
    

    
    

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