La hipérbole
es una palabra que nos viene del griego y que significa “exceso”. En efecto, es una figura
retórica que consiste en exagerar
algún aspecto de la realidad ya sea aumentando o disminuyendo alguna
conducta, situación o característica. La historia de la literatura es muy rica
en el uso de hipérboles. Así Mario
Benedetti escribe “Porque te miro y muero”,
Miguel Hernández “No hay extensión más grande que mi herida” o Federico
García Lorca “Por tu amor me duele el aire…, el corazón y el sombrero”.
“Tenía una sonrisa de oreja a oreja”, solemos decir cualquiera de nosotros para
graficar la alegría de, por ejemplo, un hincha de Boca al ganarle un partido a
River, hecho habitual en el último siglo.
El kirchnerismo
es el ejemplo perfecto de la hipérbole
política en la Argentina. Así
como el Frente Renovador lo es en
Misiones. No estamos hablando de propaganda, cosa practicada por todos los
sistemas políticos y gobiernos del mundo. Estamos hablando de una hegemonía nunca vista del discurso
hiperbólico en la vida cotidiana. Casi no pasa jornada en la que Cristina
Kirchner o alguno de sus “chirolitas”
más fogueados en la mentira (Aníbal Fernández, Diana Conti, el encuestador
de la corona Artemio Lòpez o la batucada goebbelsiana de “6,7,8”) encaren la
grandilocuencia descriptiva de hechos normales revistiendo de carácter épico
medidas un poco falsas, absolutamente falsas o decisiones tomadas a favor
únicamente de gobernantes que llegaron
al Estado para servirse. En Misiones alcanza con poner Canal 12 para
asistir a la reproducción de la demagogia y la sanata de oferta.
Lejos de ser jocoso, lo grave del asunto
es el daño causado por tantas boberías dichas y escritas en la mente de
sociedades con complejo de inferioridad que se creen el cuento de estar
desarrollándose todos juntos y marchar
hacia un destino de inexorable grandeza. ¿Los resultados? Siempre los mismos: los funcionarios se hacen
megamillonarios, viven vidas de sultanes orientales y la gilada no pasa de una
casa o un auto en cuotas. Los menos “privilegiados” ni siquiera saben lo que es darse una ducha
cada vez que la necesitan o hacer las cuatro comidas diarias. Sociedades
calesitas a las que la práctica constante y extendida de la hipérbole política
les hace creer que están mejor cuando muchos ni siquiera están en condiciones
de, a esa vida mejor, poder desearla.
En la Argentina de 2013 la
verdad es una nostalgia. La hipérbole
política idiotiza a los votantes y pone en ridículo a los votados. No vamos a
irnos lejos: por ahí andan unos cuantos obereños, “contentos” porque tienen
aguas termales en una ciudad que debió ser declarada en “emergencia hídrica”.
Patético!
En su obra “El otoño del patriarca”, publicada en 1975, Gabriel García Márquez escribe sobre la soledad del Poder de un
anciano dictador de un país imaginario del caribe. “El dictador era un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna
vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi
general…”, narra con magistral hipérbole.
Con
una sociedad repleta de bobos, falta muy poquito para que sea la hora que
Cristina, Rovira o Rindfleisch ordenen que sea.
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