La sociedad obereña vive como la selección
argentina de fútbol juega: esperando que “un Messi” le solucione todos los
problemas de un modo mágico.
Con una mentalidad fogueada en la espera
más que en la búsqueda se hizo
inhabitual y desconocido el ejercicio de la ciudadanía. Abundan “Pastores” e
“iglesias” cultores de un cristianismo singular que recortó los mandamientos a
nueve (el séptimo parece haber desaparecido de la doctrina). Partícipes de una religión que tolera
demasiado la corrupción específica de la política, buena parte de los
habitantes de Oberá no busca combatir a la banda de impresentables que la (des)
gobierna. Pretenden formar parte de ella.
¿Cómo se transforma esa mentalidad?
No se trata de cambiar de señor feudal
sino de evolucionar del feudo. Si no se logra modificar el tipo de mentalidad
dominante el señor Ewaldo Rindfleisch,
que debe dejar la alcaldía en 2015, volverá y será millones. Para empeorar la
cosa quiénes deberían poner su intelecto al servicio de la concientización
prefieren callarse la boca. Una postura
que en Oberá paga bien.
Los dirigentes o quiénes aspiran a serlo no
analizan a la gente. La misma gente a la que luego le van a pedir el voto.
Prefieren continuar con una retórica
demagoga que supone mayoritaria a la voluntad de cambio. Pero que en los hechos
concretos no logra estimular lo suficiente
la participación y menos aún consigue cambiar el voto. No entienden o no
saben que con semejante mezcla de miedo, envidia y resignación, la forma en la
que el pueblo ha aprendido a relacionarse
con el Poder transforma a toda esperanza de cambio en una utopía. Deconstruir
esto, urge.
Algunas Iglesias Protestantes de Oberá han
conseguido casi como en ninguna otra latitud que el pueblo deposite toda su
esperanza en la felicidad que traerá “la
otra vida” dándole así cero bolilla a cuestiones más terrenales como la
corrupción estatal, la mentira de la propaganda oficial, la falta de agua, luz
y gas o a la puesta en marcha de una buena vez de un proyecto colectivo que
además de la felicidad del alma le otorgue paz a los sentidos. Muchos han sido
fanatizados ( algunos “cristianos” obereños hablan, escriben y actúan como
barrabravas de Chacarita Juniors) y entonces los que manejan la cosa pública saben
que tienen amplio margen de maniobra
porque esta clase de cristianos no “hacen lío”. Es un trabajo de orfebrería
psicológica que llevó años y que ha resultado sumamente eficaz. Es cierto que
en la última década ha surgido en la ciudad una masa crítica que exige y que
lucha no cuerpo a cuerpo sino mentalidad a mentalidad. Pero aún es minoría. Y para que pase a mayoría hay que ayudarla. Eso no viene sólo.
Transformar una fe potente, comprometida y hermosamente ética como la cristiana en una
caricatura de sí misma es algo que va a costar mucho cambiar. El establishment de
Oberá confía en éso.
Educarnos, concientizarnos, exigir y
exigirnos, conocer nuestros derechos, explotar lo mejor que tenemos como
sociedad y como geografía es un camino a recorrer que implica esfuerzo y
trabajo constante y que genera resultados positivos reales y perdurables.
En Oberá muchos prefieren poner a Dios para que arregle las cosas.
No saben que, precisamente para arreglar
las cosas , fue que Dios los puso a ellos…
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