COMODOS, INCOMODOS Y ACOMODADOS
La gran mayoría de la sociedad obereña se
comporta de modo displicente frente a la sucesión de daños perpetrados por el
Poder. Y su dirigencia, en todos los niveles, homenajea al concepto de pusilánime. La falta de reacción,
irreversible en el corto plazo, amerita meter la nariz en algunas de las causas
de una conducta colectiva que indigna, entristece, aburre o provoca risa según
el día, el hecho, la posición o el ánimo de cada uno.
En la Misiones feudal de la renovación el
estado es el gran generador de fuentes de trabajo. Directamente a través del
empleo público o indirectamente a través de la obra pública que involucra al sector
privado. Oberá, en éso, no es ninguna
excepción. Es más. Conseguir un conchabo o un subsidio del estado es el norte
de casi todos. Sentimiento habitual en una Argentina en la que la población
cree que la plata del estado es infinita y que la pone Dios.
Pero al estado misionero no lo banca Dios
y mucho menos es el estado republicano
de alguna democracia europea. Es un estado que es también el gobierno y un
gobierno que es el partido. De lo que deriva que los misioneros, más propensos
a negociar con la elite dominante que a rebelarse contra ella, no son
renovadores sino oficialistas.
Un estado que está dirigido por capangas o
por gatopardistas de buenos modales según el tamaño de cada municipio.
Personajes a los que no se puede ni tener de contacto en el facebook si uno no
está dispuesto a ser un chupamedias. Lamentablemente, por espíritu, por la
cultura dominante o por miedo a perder las migajas que sobran de cada banquete
y de las que se alimentan demasiados por estas latitudes, los chupamedias del
Poder se cuentan por miles.
Así las cosas y a pesar de que la mitad de
la población vive de un modo más parecido al siglo XIX que al siglo XXI, el
voto cautivo de quién gobierna coyunturalmente-la renovación-es altísimo.
Suceden acontecimientos tremendos y la injusticia es la regla. De norte a sur y
de este a oeste el Poder hace lo que quiere con una impunidad que da vergüenza
ajena. Vergüenza suficiente para
enojarse por las redes sociales o por los medios de comunicación pero
insuficiente para cambiar la opción del voto.
No se trata de contemplar a este tipo de
sociedades con benevolencia excesiva, a la manera de las víctimas. De hecho, muchos
se ponen la camiseta del Poder y pueden ser más papistas que el Papa (más
renovadores que el intendente o el gobernador).
No hay voluntad de cambio y ni siquiera de
arriesgarse. Arriesgarse a perder el empleo público, el propio o el del hermano, el del primo o el del
tío lejano que llegaron a donde llegaron no por capacidad sino por acomodo.
Los cimientos de esta sociedad feudal son
fuertes. Resistentes a cualquier sismo ciudadano.
Y es una verdadera pena porque en esa
misma sociedad se verifican acciones solidarias increíbles y perduran gestos de
buena educación y de don de gente olvidados ya en las grandes urbes.
En Oberá las cosas están muy mal. Pero así
a algunos les va muy bien. Algunos que, incluso, suelen irla de opositores y
hasta se postulan en las elecciones. Pero no para ganarlas sino para perderlas
y consensuar nuevos lugares de comodidad o proteger los que ya se ocupan. En
Oberá muchos de estos varones las tienen de adorno nomás.
El ejercicio del periodismo no es más que
otro fiel reflejo del status quo. En Oberá casi todo el periodismo que circula
se hace levantando un teléfono desde la municipalidad.
La falta de participación no es un
fenómeno casual ni modificable así nomás. Los cómodos, en alianza con los
acomodados, no piensan mover un dedo en pos del bien colectivo. En Oberá las
personas no quieren solucionar sus problemas. Se conforman con contarlos.
Por su lado, el papel de los que están
incómodos se reduce a perseverar molestando o a hartarse hasta irse. Hay
rebeldía claro. Pero es excepcional, subversiva y marginal. Dicen que el
obereño es pacífico. Seguro. Pero a la manera de la “pax romana”. Esa que los
opresores le imponen a los oprimidos.
La educación, la cultura, la religión, la
información, las relaciones de trabajo. Todo está dirigido a mantener el mismo
ritmo de una sociedad que se mueve como una calesita. No avanza. Gira en el
mismo lugar. Ahí estarán girando también los tartufos para hacer creer que se
ha progresado por un nuevo camino asfaltado o una canilla pública o una casita
IPRODHA o un puesto en la comuna o en la gendarmería. O por la llegada de
turistas. O por una foto con Ingrid Grudke.
En una sociedad conformista caminar
erguido y de pie es ir contra la corriente. Es más: a los que viven de rodillas
les parece cosa de soberbia porque se los mira desde arriba, incapaces de
verificar que son ellos los que deberían cambiar de postura. Se vive una cotidianeidad sin red y víctima
del estado de abandono del que muchos toman conciencia recién cuando les toca.
Cuando ya suele ser demasiado tarde.
“Loco no es el que ha perdido la razón,
sino el que lo ha perdido todo, menos la razón”, escribió Chesterton.
Oberá necesita mucho de esa clase de
gente.
De la clase de “loco” incómodo, que siempre tiene razón.
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