martes, 31 de enero de 2017

                        ENFERMOS DE IMPORTANCIA 


     El fenómeno no es nada nuevo. Lo nuevo es que su entronización parece imparable. Hace veinte años el politólogo Giovanni Sartori alertó sobre el fenómeno del “homo videns”, un sujeto moldeado por la cultura audiovisual que, según postula el italiano, es inculta. Ergo, no es cultura. Alguien que mira y mira y mira pero sin poder significar y menos resignificar las imágenes que lo atrapan. Ahora el homo videns dio un paso más: aprovechando el creciente mercado de mirones, ya no solo mira. Quiere que lo miren a él. Se trata de la consagración con mayor consenso de la imagen como el aspecto más sobresaliente del ser humano. 

     


    Hace unos días un trío de adolescentes fue a buscar a otro a una plaza céntrica de Oberá. Por el motivo que fuera, le pegaron. Pero cuidando que lo actuado quede registrado en imágenes. Que luego enviaron por WhatsApp. Que luego se viralizaron. Lo que hicieron, cada vez más habitual en el sector, lo mamaron de los adultos. Las dos cosas. Una, la violencia. Dos, el mostrarla. 

     Por estos días basta con entrar a la red social Facebook para toparse con personas que parecieran irse de vacaciones solo para sacarse fotos en el lugar y subirlas para que sus contactos las miren. 


     Hace muchos años Perón criticó en público a algunos dirigentes de su espacio que ocupaban un protagonismo para él inesperado. “Están enfermos de importancia”, diagnosticó. 


     Bien. Las nuevas tecnologías, entre tantas buenas posibilidades que nos ofrecen, pergeñan un modelo de vida en el que cualquier cosa que se haga tendrá sentido si se la puede mostrar. 


     Es el desarrollo moderno de los viejos exhibicionistas que aprovechan el mercado de mirones como nunca para satisfacer sus mambos psicológicos gracias al abanico de chances que ofrecen esas nuevas tecnologías. Gente que siente que no puede vivir sin su celular. Gente cuya primera actividad del día es cambiar su foto del perfil de Facebook o de Twitter. Gente que nos “informa” cuestiones trascendentes  como que ya se levantó, que está tomando mate, que prepara un asado, que lo está comiendo, que recibió visitas, que destapó una cerveza, que se le cortó la mayonesa o que acaba de empezar a lavar el auto. 


     Ni hablar de los que imperiosamente necesitan que todos sepamos que se están divirtiendo mucho en alguna fiesta, lo que torna sospechosa la idea del disfrute. Es raro pensar que en medio de una joda se piense en sacarse una selfie. Salvo que la joda consista no en el evento al que uno fue sino en mostrar la selfie. ¿Dónde está el goce? ¿En hacerlo o en contarlo? ¿En pretender provocar envidia? Si así fuera ninguna de estas costumbres sería revolucionaria porque la envidia es toda una tradición. 


     Los pibes maman esas costumbres. Por ahí andan filmando peleas, atrapados en una civilización que ha sido ganada por el don del espectáculo. 


     Los mass-media estimulan mucho el ideal de cinco minutos de fama. Hacen creer que el televidente, el oyente o el lector “participa” del armado del medio porque pueden mandar sms, mostrar su carita o escribir la primera sandez que le venga en gana para hacerla pasar por opinión. 


     Todo esto no sucede aisladamente. Sucede en paralelo a una decadencia educativa fácilmente verificable a la vez que difícilmente reversible. La chatura se hizo regla y la pobreza intelectual le da demasiados votos a unos cuantos rufianes. Con este asunto de la chatura, que pareciera materia muy opinable, mucho carterista del estado prosperó de un modo obsceno. No puede ser que frente a tanta acción miserable de los canallas insertos en la política la única respuesta sea un emoticón. 


     Todas estas personas que se expresan permanentemente con imágenes, ¿tendrán también las  palabras para poder hacerlo? Porque hay mucho habitante que está más cerca del monosílabo que de una oración completa. 


     Los relativistas podrán desempolvar sus clásicas y cansadoras argumentaciones para pretender que estamos siendo apocalípticos y que todo se reduce a gente muy feliz que se filma y comparte con el resto sus divinos momentos. No les hagás caso. Suelen ser los mismos cretinos que siempre advierten lo que pasó cuando ya pasó. 


     Son los mismos que apoyan y estimulan la hipócrita creencia de que un “contacto” equivale a un “amigo” y de que estar “conectado” es sinónimo de estar “acompañado”. 


     Los chicos filman cualquier cosa que hacen, incluída una pelea o una patoteada como al pibe de la plaza en Oberá, porque aprenden de sus mayores que lo que se hace sirve si se puede mostrar. Hubo una época en que la diferencia entre un adulto y un adolescente era notoria. Se extraña esa época. 


     Ahora resulta que en vez de aportar al combate del narcisismo, lo hacemos pandemia. Para que surjan más y más personas que se alejan de un sueño colectivo, que eso es la política en su forma más pura y noble, para regodearse en sí mismos. 


    ¿Cómo los llamaba el general? 


     Enfermos de importancia. 



No hay comentarios: