Hace mucho
que en toda la Argentina, en cualquier ciudad y en cualquier pueblo y en el
área en que se nos ocurra, se instaló una concepción cuya aplicación tiene
efectos devastadores: creer que se pueden hacer las cosas mal pero que, sin
embargo, pueden salir bien.
Somos una
sociedad en la que impera la anomia. Y como nadie se plantea seriamente como
empezar a mejorar, pues seguiremos viviendo de este modo. Con gente bruta y
violenta-de todas las clases sociales-que no respeta absolutamente nada. Y
pretendiendo que así se porta una minoría. Un grupo de inadaptados. Los menos.
Debe tratarse de minorías con un poder increíble entonces, porque arruinan todo
con solo proponèrselo. En realidad, no son tan pocos como nos gusta pensar.
El
kirchnerismo no es el responsable de todos los males del país. Pero lo es de
unos cuántos. Reforzaron la idea, por ejemplo, de que toda noción de disciplina es rémora de
las dictaduras militares. Fue y es parte de un progresismo trucho que nos explica
que el orden es una demanda de la “derecha”.
Y también
tenemos la responsabilidad del actual gobierno de “Cambiemos”, que cuando hace,
después deshace. Acentuando la anomia derivada de comprobar que la norma de hoy
puede ser otra mañana.
Vivimos un
contexto particular en el que el fanatismo nunca contó con tantas posibilidades
de consolidación y de expresión. Desde las redes sociales, diseñadas para
ratificar lo que creemos y rodearnos de fanatizados por lo mismo, hasta los
medios de comunicación tradicionales, que aceptan que cualquiera diga anónimamente
lo que sea y sin filtro, a cambio de tener audiencia y suscriptores. Y no solo
vivimos así en el aquí y ahora. Pergeñamos un futuro similar o peor al diseñar
un sistema educativo, único en el planeta,
en el que los chicos son educados sin límites.
“Operari sequitur ese” (en latín, “el
obrar sigue al ser”) postulaba Santo Tomás de Aquino. Durante años se moldeó la
conducta de fanáticos e intolerantes que se expresan en la política, en el
fútbol, en la calle y en donde se nos ocurra. Gente a la que los hechos la
convencen de que se puede generar caos con solo quererlo ¿Cómo se espera que se
comporten?
Está muy
arraigada esta conducta crónica de hacer todo mal, esperando que salga bien. No
se trata solo de barrabravas y de violencia protegida por el poder. Recorrió el mundo la
foto de una mujer, hincha de River, poniendo bengalas en el cuerpo de su hija,
una nenita, para poder burlar la prohibición de entrar bengalas a la cancha.
Ahí no hay violencia organizada. Hay una cabeza desorganizada.
Actitud
equivocada y peligrosa, pero que continuará porque nos acostumbramos a comentar
los problemas en vez de solucionarlos. A
pretender explicar el deterioro social como si fuera hijo de la economía y de
nada más.
Es más
profundo. Y por eso nos seguirán pasando cosas peores que suspender un
Boca-River. Porque nos enseñan todo el tiempo a huir de lo profundo, a que el
fin justifica los medios y al pensamiento mágico. Ideal para cabezas con pereza
mental.
Y para ojos
que no quieren ver.
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