En los días
que corren las personas son estimuladas, quizás como nunca antes, a pararse
frente al mundo con una actitud que se eleva por encima de cualquier otra: la
de buscar entretenerse. Eso puede ser un inconveniente a la hora de informarse.
Cuando en vez de tomar conciencia sobre algo pretendemos entretenernos con las
noticias, y ya que entretenerse tiene que ver con distraerse, aparece algo que
suena a oxímoron: ¿uno se informa para evadirse?
Si los periodistas y los mass-media, a
favor de conseguir o mantener la atención de unas audiencias ganadas por el
deseo de querer entretenerse aún en aquello que de entretenimiento no tiene
nada, ceden poniendo a los contenidos al servicio de las nuevas tecnologías y
no al revés, pues estarían contribuyendo al embrutecimiento de la sociedad. Y
eso es exactamente lo que sucede.
La historia del denominado “periodismo
amarillo” parece encontrar su génesis en
la Nueva York de fines del siglo XIX cuando los diarios New York World de
Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst peleaban por
conseguir más lectores apuntando a excitarlo y a emocionarlo más que a hacerlo
pensar y reflexionar (lo que el filósofo Tomas Abraham llama en un libro
“emoticias”, el buscar emocionar con las noticias). Lo de “amarillo” deriva de
un comic de la época conocido como “The Yellow kid” (El Chico Amarillo), cuyo
personaje principal, Mickey Dugan, se comunicaba con los demás a través de
frases que aparecían impresas en una suerte de pijama amarillo que llevaba
puesto. El éxito de la tira también fue motivo de rivalidad entre Pulitzer y
Hearst. Durante algún tiempo The Yellow Kid apareció en los dos diarios. Y
parece que otro diario de la competencia publicó un artículo crítico contra los
de Pulitzer y Hearst jugando con las dos acepciones de la palabra “yellow”,
amarillo y cobarde. Desde entonces “periodismo amarillo” define a una forma de
dar las noticias de un modo sensacionalista.
Pero ¿qué es primero? ¿La prensa que busca
captar audiencia desde el sensacionalismo o un tipo de audiencia que eso es
exactamente lo que busca?
¿Cuántos lectores de medios de
comunicación, de papel o digitales, entran al cuerpo de los artículos en vez de
quedarse solo con el título y la foto de esos artículos? ¿Cuántos televidentes
hacen zapping si la imagen que el televisor les devuelve no contiene una
explosión, un ser humano llorando, una mina semidesnuda, dos tipos agarrándose
a piñas, un blooper, un grupo de
panelistas gritando mucho o un videograph con algún título escandaloso?
Cuándo por WhatsApp se comparten imágenes
de alguno de los tantos accidentes viales que ocurren a diario, ¿se comparten
para tomar conciencia de lo mal que se maneja o del lamentable estado de alguna
calle o ruta, o en realidad se las mira para ver si se juna al herido o finado
y para satisfacer el morbo de ver sangre, decapitaciones y amputaciones?
La tradicional demagogia mediática, al
igual que la política, no lleva a cuestionar lo que cierto público pretende
sino a dárselo. ¿Estará bien eso?
Eludir la profundidad y dejarse ganar por
la pereza mental, a favor de estar el mayor tiempo posible entretenido, parece
ser una característica de buena parte de la sociedad y que llegó para quedarse.
De hecho, estar “boludeando” en las redes sociales se lleva unas cuantas horas
de la vida diaria de mucha gente. Correcto, Facebook o Twitter no tienen por
qué ser un ágora. Pero…
Borges sostenía que la vida “es una
intersección permanente de profundidades y superficialidades”. Todos
necesitamos entretenernos como un modo de enfrentar una vida que suele doler. Claro
que sí. Pero ese dolor propio o ajeno, las injusticias y los miserables que las
perpetran ameritan tener alguna otra actitud que no sea solo la de pretender
evadirlos. Dicen que tomar conciencia es un síntoma de salud. ¿Por qué apostar entonces
a no querer enterarnos de algunas cosas que nos afectan la vida? ¿Para que el
no saberlo nos exima de tener que hacer algo?
Te contamos que hubo quién pensó que el
periodismo amarillo era, además, cobarde.
Puede que su público también…
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