martes, 20 de septiembre de 2011

¿POR QUE NO HAY INDIGNADOS EN LA ARGENTINA?

Los movimientos sociales de los autodenominados "indignados" se propagan por todo el globo terráqueo.
Desesperados por una crisis económica y social que se los quiere llevar puestos, los españoles coparon todo espacio público en buena parte del país. La plaza Tahrir fue el símbolo de la revolución egipcia que acabó con la dictadura de Hosni Mubarak. Manal Al Sharif es una chica de 32 años pero los quiere a la par de los 32 años de cualquier muchacho , de modo tal que se subió a un auto y paseó y paseó en él a ver si de una buena vez en Arabia Saudita las leyes permiten que una mujer también pueda manejar en ese país. Los jóvenes marroquíes se juntan cara a cara, o por Twitter o por Facebook para protestar contra la clase política que rodea al rey Mohammed VI. París volvió a arder cuando miles de franceses también hicieron de sus plazas una trinchera moral. La ola de violencia en Inglaterra ha dejado muertos y miles de detenidos que piden bastante más que una suficiente cantidad de libras para comprar cosas. El tirano Ben Alí debió abandonar el poder en Túnez. Hartos de la dura crisis financiera que el gobierno les hace pagar a ellos y de la "ayuda" del Fondo Monetario Internacional que también pagarán ellos, cien mil griegos salieron a las calles de Atenas. Tan hartos como otros cien mil chilenos que piden calidad educativa y para todos.

En el mismo mundo y en el mismo año la Argentina es el sueño de todo déspota: mansos y conformistas se cuentan por millones en una sociedad en la que lo fashion es chuparle las medias al Poder. ¿"Indignados " por aquí? No. Ultimamente la gente-poca-sale un ratito de su casa para pedir que les permitan volver a las tribunas visitantes de las canchas de fútbol frente a la sede de la AFA en Buenos Aires o para hacer dos cuadras de cola frente a la sede del correo en Posadas y no quedarse afuera del reparto de decodificadores y antenas de televisión digital.

¿Por qué? A ver, es cierto que la mentira nunca ha tenido tanta libertad como para lograr que tantos compatriotas crean que comer más miguitas de la rica y gran torta que se morfan los poquitos de siempre es estar mejor. Pero quizás la génesis de la palabra dignidad nos dé una mano y nos ayude a entender.

"Dignidad" en su dimensión político-social, aparece en la "dignitas" (en latín) de la antigua Roma en la que el concepto está ligado a la política, entendiendo a la política como la preocupación del ciudadano por la cosa pública. Impregnada por un fuerte carácter moral, la dignitas romana representaba la cualidad del hombre íntegro. La dignidad tiene mucho que ver con la educación, pero también a un impulso interior, algo que viene desde adentro. La dignidad es el rival directo e irreconciliable de la esclavitud. Para alcanzar la dignidad hay que amar la libertad.
En su dimensión teológica, el crisitianismo nos enseña que la dignidad del ser humano nace de su semejanza con Dios. En todo credo, la dignidad surge cuando lo divino que habita en el hombre supera a lo animal que hay en todo hombre. San Agustín nos dice claramente que Adán-el primer hombre y de él su descendencia-fue creado a imágen y semejanza de Dios y que por éso adquirió dignidad.

Por éso, no cualquiera se "indigna". Hay quienes podrán enojarse, molestarse, tener bronca. Pero para poder indignarse hay que sentir desde las tripas que te quieren quitar tu dignidad. Y para que te la puedan quitar algo, primero hay que tenerlo. Está en lo bello y lo sublime que observa Kant, en Nietzche, en Schopenhauer, en Schiller, en la lucha por los derechos humanos en serio, en el rico y en el pobre, en el cristiano y en el ateo, en el joven y en el viejo, en el hombre y en la mujer. La dignidad es mucho más que tener la guita suficiente para pagar la cuota del auto.

Millones de indignados claman por sus derechos en todo el mundo. En la Argentina la libertad sacia su sed de tal en ver a Boca y a River "gratis" por la televisión "pública".
En la Argentina casi no hay indignados.
Es que, como vimos, para poder indignarse, primero hay que tener dignidad.

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