jueves, 15 de marzo de 2012

PROGRAMAS QUE SE "OYEN" PERO NO SE "ESCUCHAN"

Es un fenómeno instalado en el éter de Oberá. Programas periodísticos que se "oyen" pero no se "escuchan". Incluso hasta muy oídos. Pero poco y nada escuchados.

¿Cuál es la diferencia? Oír significa percibir con el sentido del oído las palabras que se emiten. Escuchar va más allá. Implica prestar atención y poner en juego otras funciones cognitivas. Tiene que ver con razonar acerca del mensaje alejándose de la actitud del receptor pasivo. Uno oye voces y sonidos. Uno escuha mensajes. Oir me lleva a decir "oigo". Escuchar me lleva a decir "entiendo".

La superficialidad le va copando terreno a la profundidad en varios programas. No aquella que tiene que ver con el bienvenido entretenimiento (todo espacio radial necesita que su audiencia "respire" en medio de la densidad informativa) . Por cierto algunos han incorporado música con estilo a sus programas y eso es tan bueno como entrarle a la realidad desde el humor cuándo el tema lo permite. Nos referimos a esa superficialidad que logra que los temas profundos no se desarrollen lo suficiente. Bernardo Nesustadt tenía un latiguillo para éso: "¿lo dejamos ahí?"

Gran parte de la agenda de los programas periodísticos obereños han sido ganados por las nuevas inquietudes que trae la Argentina planífera. Inundados de mensajes de texto enviados por personas cuya única preocupación aparente es saber cuándo van a cobrar su bendito plan social, el interrogante "¿qué número de documento están pagando hoy?" torna a esos momentos radiales en algo sumamente aburrido.






El blindaje mediático del que sigue disponiendo el alcalde Ewaldo Rindfleisch ante los temas más urticantes de su gestión deriva en que sus pláticas con los colegas que a él acceden-que son bien pocos-no aporten casi nada. Meterse con los intereses de Rindfleish sigue siendo el gran límite al que muchos programas pueden llegar . Se suma lo dicho sobre la gran cantidad de personas que llaman a las radios para que ahí les digan lo que deberían informarle en los bancos. Y agregamos los sorteos de los productos de algunos anunciantes, una práctica irreprochable cuándo se sabe estimular a la audiencia para que entienda que un sorteo puede ser parte de un programa pretendidamente periodístico pero no su fin mayor. Sobre todo en un clima de época en la que hay demasiada gente que adopta la fácil postura de esperar que todo le sea regalado. Para que la cultura del esfuerzo no se convierta en un modo de vivir desaprendido y olvidado.


En resúmen, pareciera que algunos medios de comunicación han renunciado a una de sus funciones que es educar. De educar cívicamente. De generar debates. De dar a conocer no sólo las obligaciones sino también los derechos que cada uno posee. De poner el acento en cuáles son las funciones indelegables del Estado. En machacar acerca de que la seguridad no es cosa sólo de policías. Que la Justicia no es sólo cosa de jueces. Que la educación no es sólo cosa de maestros. Que la medicina no es sólo cosa de médicos. Que ser intendente es bastante más que arreglar calles y plazoletas. Que tener buenas calles y rutas es muy importante pero nunca más que tener acceso a la red de agua potable y tener cloacas para poder sentarse en un inodoro y no tener que tirar la propia bosta al pasto. Que las declaraciones de un funcionario público deben ser monitoreadas desde la capacidad de contraponer información que no sea sólo la oficial hasta el comprobar en los hechos si lo que se dijo tuvo que ver con lo que se hizo. Que tener una ciudad turística implica bastante más que una buena cantidad de personas visitando el mejorado Salto Berrondo. Que no hay democracia sin alternancia en el Poder. Que nadie gobierna más o menos bien si no se lo controla. Y que protestar el lunes contra lo que se apoyó con el voto el domingo anterior es cosa de enfermos más que de ciudadanos.

La ciudad de Oberá dispone de bibliotecas y de varias librerías. Sería importante que algunos que pretenden hablar por un micrófono las visiten y consuman lo que suele haber en ésos lugares. Tiene que haber una diferencia entre la capacidad de argumentar de un periodista y la del verdulero de la esquina de mi casa.


Sospechamos que ver casi reducida la "participación" de las audiencias a preguntar si hoy están pagando no sé que cosa o a dejar los tres últimos números de su documento para ganarse medio kilo de helado no es un síntoma de buena salud social. La cada vez más popular pereza mental deja graves secuelas si no se la combate también desde los medios de comunicación. Algo que se puede observar en cada comicio.


Se puede y se debe articular entretenimiento con estimulación del pensamiento crítico. Ninguna sociedad ha evolucionado jamás si primero no aprende a ser exigente.

Es tarea del periodista estimular al público para que sea alguien que escucha y no sólo alguien que oye. Sino, el fenómeno de tener pasantías de oyentes-que en cuánto reciben el dato pedido dejan de prestar atención o cambian el dial-se acentuará. Todo periodista que se tome su laburo más o menos en serio necesita ser escuchado.

El gran escrito inglés Gilbert K. Chesterton (1874-1936) definió con ironía: "el periodismo es el arte de saber escribir al márgen de los avisos".

Radiofonía obereña de 2012.
Con programas periodísticos que se oyen.
Pero no se escuchan...

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