“La
resignación es un suicidio cotidiano”.
(Honoré
de Balzac, novelista francés del
siglo 19)
Oberá
es una sociedad mayoritariamente resignada.
Se nota en su gente. Que casi no pare dirigentes. Se nota en sus dirigentes.
Que viven haciendo lo que se les antoja con la gente.
Ignoro de dónde salió para después
propagarse con fuerza la idea de que conformarse
con poco es una virtud. ¿De un cristianismo “trucho”? ¿De una memoria que por transmisión generacional inculcó que
al que protesta le puede pasar lo mismo que a sus abuelos en la masacre de
1936? ¿De un Poder omnímodo que armó una
red de dependencias familiares,
económicas y culturales fabricando
personas fácilmente “apretables”? ¿De
todo ésto junto?
Como sea es imprescindible encontrarle
límites al miedo porque el miedo paraliza y nadie cambia nada estando quietito
y domado. Los miedos son inherentes al ser humano, es cierto. Pero, ¿en qué
punto esos miedos se tornan patológicos? Uno se pregunta, ¿qué será más poderosa hoy en
Obera: la censura o la autocensura?
Hasta hace unos años los medios de
comunicación locales eran parte importante de la transmisión de ésta cultura de
la resignación. El protestar, el ejercer los derechos de ciudadano porque
primero se sabe que los tiene, era fagositado por una retórica conservadora que
llamaba "tirabombas" a los que se animaban a contar un poquito de lo
que sucedia en la realidad. "Sindicalista"-sigue
siendo un término que en Oberá es más una descalificación que una calificación
sectorial. El Poder tiene su propia dialéctica
y logró que durante años-básicamente desde hace una década- muchos medios “protegieran” a los obereños de la
realidad.
Hoy por hoy ésto ha evolucionado pero
hasta un límite muy preciso: el malhumor social se traduce en mensajes de
texto, en expresiones en las redes sociales, en algún llamado telefónico pero
siempre como acciones individuales. El concepto de colectivo en Oberá sigue siendo una quimera. La falta de
agrupamiento genera o bien la aparición de “llaneros solitarios” (como el señor
que fue a ducharse a la CELO,
aplaudido por socios que estaban ahí para pagar facturas. ¿Acaso ellos no sufrían
la misma falta de agua de red?) o bien la esperanza en mesías y salvadores (una
suerte de Messi que gambetee todos los problemas y meta goles para ganar). Por eso no aparecen dirigentes. El “animémonos y vayan” que decía don
Arturo Jauretche. ¿Pelear por personas que esperan partes de guerra de batallas
en las que no se entrometen?
Resignarse
es una cosa muy distinta de aceptar.
En la resignación se ignoran
las posibilidades de mejorar para empezar a cambiar. En la aceptación hay
conciencia del límite, que nunca es infinito. Algunos creen-o les han hecho
creer-que resignarse es una forma ventajosa de preservarse de peligros. Tenemos
malas noticias para darles. Por el sólo hecho de vivir en sociedad todos
estamos comprometidos, nos guste o no. Los cortes de agua les llegan a todos,
resignados o no. A ésta altura del partido está más que evidenciado que resignación, indiferencia y cobardía
son tres primos hermanos.
Los problemas de Oberá no los va a
resolver ningún Cristo que se dedique a hacer lo que una sociedad contemplativa
de su propia vida no haga. Juntarse
con el otro. Hablar. Discutir. Debatir. Sacar lo que se tiene afuera. Organizarse.
Educarse. Pensar colectivamente en las reales posibilidades que la Democracia brinda para pelear
con fuerza y dentro de la ley. Eso
empezará a cambiar las cosas. Por cierto que este verano de 2013 no es momento para cobardes.
“La palabra
imposible no está en mi vocabulario”,
decía Napoléon Bonaparte.
Es actuar en equipo usando la cabeza.
O morir
de cobardía.
Que es la manera de morir dos veces.
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