jueves, 3 de enero de 2013

LOS COBARDES MUEREN DOS VECES



      

         

      “La resignación es un suicidio cotidiano”.
         (Honoré de Balzac, novelista francés del siglo 19)


    
     Oberá es una sociedad mayoritariamente resignada. Se nota en su gente. Que casi no pare dirigentes. Se nota en sus dirigentes. Que viven haciendo lo que se les antoja con la gente.

     Ignoro de dónde salió para después propagarse con fuerza la idea de que conformarse con poco es una virtud. ¿De un cristianismo “trucho”?  ¿De una memoria  que por transmisión generacional inculcó que al que protesta le puede pasar lo mismo que a sus abuelos en la masacre de 1936?  ¿De un Poder omnímodo que armó una red de dependencias  familiares, económicas y culturales  fabricando personas fácilmente “apretables”?  ¿De todo ésto junto?


     Como sea es imprescindible encontrarle límites al miedo porque el miedo paraliza y nadie cambia nada estando quietito y domado. Los miedos son inherentes al ser humano, es cierto. Pero, ¿en qué punto esos miedos se tornan patológicos?  Uno se pregunta, ¿qué será más poderosa hoy en Obera: la censura o la autocensura?

     Hasta hace unos años los medios de comunicación locales eran parte importante de la transmisión de ésta cultura de la resignación. El protestar, el ejercer los derechos de ciudadano porque primero se sabe que los tiene, era fagositado por una retórica conservadora que llamaba "tirabombas" a los que se animaban a contar un poquito de lo que sucedia en la realidad.  "Sindicalista"-sigue siendo un término que en Oberá es más una descalificación que una calificación sectorial.  El Poder tiene su propia dialéctica y logró que durante años-básicamente desde hace una década- muchos medios “protegieran” a los obereños de la realidad.

     Hoy por hoy ésto ha evolucionado pero hasta un límite muy preciso: el malhumor social se traduce en mensajes de texto, en expresiones en las redes sociales, en algún llamado telefónico pero siempre como acciones individuales. El concepto de colectivo en Oberá sigue siendo una quimera. La falta de agrupamiento genera o bien la aparición de “llaneros solitarios” (como el señor que fue a ducharse a la CELO, aplaudido por socios que estaban ahí para pagar facturas. ¿Acaso ellos no sufrían la misma falta de agua de red?) o bien la esperanza en mesías y salvadores (una suerte de Messi que gambetee todos los problemas y meta goles para ganar).  Por eso no aparecen dirigentes. El “animémonos y vayan” que decía don Arturo Jauretche. ¿Pelear por personas que esperan partes de guerra de batallas en las que no se entrometen?

     Resignarse es una cosa muy distinta de aceptar.
En la resignación se ignoran las posibilidades de mejorar para empezar a cambiar. En la aceptación hay conciencia del límite, que nunca es infinito. Algunos creen-o les han hecho creer-que resignarse es una forma ventajosa de preservarse de peligros. Tenemos malas noticias para darles. Por el sólo hecho de vivir en sociedad todos estamos comprometidos, nos guste o no. Los cortes de agua les llegan a todos, resignados o no. A ésta altura del partido está más que evidenciado que resignación, indiferencia y cobardía son tres primos hermanos.

     Los problemas de Oberá no los va a resolver ningún Cristo que se dedique a hacer lo que una sociedad contemplativa de su propia vida no haga. Juntarse con el otro. Hablar. Discutir. Debatir. Sacar lo que se tiene afuera. Organizarse. Educarse. Pensar colectivamente en las reales posibilidades que la Democracia brinda para pelear con fuerza y dentro de la ley. Eso empezará a cambiar las cosas. Por cierto que este verano de 2013 no es momento para cobardes.


     “La palabra imposible no está en mi vocabulario”, decía Napoléon Bonaparte.
       Es actuar en equipo usando la cabeza.
       O morir de cobardía.
        Que es la manera de morir dos veces.
    

    





    
    

    

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