“Las palabras son balas”
(Josef Stalin, Dictador de la Unión Soviética.
1878-1953)
Revoluciones
eran las de antes. La francesa,
decapitando literal y políticamente al absolutismo. La de Pancho Villa en México,
contra la exclusión sistémica de Porfirio
Díaz. La rusa, acabando con el
privilegio clasista de los zares. La de Gandhi,
una revolución en paz que les enseñó a los hindúes que era posible saludar a
los ingleses dándoles la mano en vez de arrodillarse. La de Perón en la Argentina,
generando las condiciones para que la calidad de vida de los trabajadores haya
sido la más alta de nuestra historia. La de Fidel Castro, logrando que Cuba
dejara de ser la “puta” de los EE:UU.
En nuestros días el concepto de “revolución” se tergiversó tanto que miles de latinoamericanos
creen formar parte de procesos de cambios radicales que no son otra cosa que gatopardismo: cambiar para que nada
cambie. De norte a sur y de este a oeste Rafael
Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, el matrimonio Kirchner
en la Argentina
y el mismísimo Hugo Chávez en Venezuela armaron astutamente un
cotillón político que actúa como un instrumento fenomenal de persuasión. Hacen
creer que las cosas cambiaron. Pero no
cambiaron.
¿Es cierto que América Latina aún sufre por años de dictaduras militares que
fueron pergeñadas por los cerebros del Departamento de Estado de los EE:UU?
Es cierto.
¿Es
cierto que esas dictaduras militares persiguieron, secuestraron, torturaron y
obligaron al exilio o mataron al que se atrevía a disentir? Es cierto.
¿Es cierto que los gobiernos
constitucionales que aplicaron políticas neoliberales
generaron una desigualdad social de la hostia? Es cierto.
¿Es cierto que cada país latinoamericano es
rehén de una deuda externa constituída por dineros que disfrutaron sus elites y
que injustamente deben pagar sus pueblos? Es cierto.
¿Es cierto que mucha de nuestra gente vive
una existencia miserable sin la debida atención de su salud, sin acceso a una
buena educación, con inseguridad, sin Justicia, sin trabajo o con salarios
fagocitados por el costo de vida? Es cierto.
¿Es cierto que los líderes “revolucionarios”
de hoy (Correa, Kirchner, Morales, Chávez) después de llevar ya años en el Poder por fin han tocado en
serio intereses de los poderosos a favor de la igualdad, distribuyeron mejor la
riqueza, dieron pleno empleo, acabaron con el hambre y la desnutrición, son
paladines de la libertad de expresión e
instalaron un nuevo sistema educativo que está empezando a dar sus frutos? No.
No es cierto. Es una reverenda mentira.
Fenomenalmente contada. Pero mentira.
Chávez gobernó Venezuela durante 14 años.
Correa lleva 6 en Ecuador y Evo otros tantos en Bolivia. . Los Kirchner pasarán
la década en la Argentina. Todos
dicen repudiar las dictaduras pero no pasa un día sin que vuelquen todo el
poder del Estado en contra de aquél “atrevido” que se les oponga, convirtiendo
al democrático ejercicio de decir lo que se piensa en un acto de coraje.
Reemplazaron, en algunos
casos, los nombres de las elites que se hicieron millonarios a costa del Estado
por una nueva elite que integran ellos y sus amigos. Chávez se pasó sus casi
tres lustros de gobierno despotricando contra el “imperio” (el yanqui) pero
Venezuela vive exclusivamente de venderle petróleo a EE:UU, ergo, al “imperio”.
Los pobres siguen tan pobres como siempre y además son rehenes de planes
sociales que deben “agradecerle” a los gobiernos votándolos para siempre. Los
aumentos salariales se dan a los gritos pero la inflación que se los devora
apenas se le permite susurrar.
Odian al periodismo que los
critica porque para ellos, reyezuelos despóticos, la información debe ser
reemplazada por la propaganda. El opositor es un enemigo “del pueblo” al que hay que denigrar sin límites. La Justicia es una corte de
adulones que lo único que garantiza es impunidad para ellos. No llegaron al
Estado para reparar los daños causados por el neoliberalismo privatizador (que
muchos de ellos en su momento apoyaron). Llegaron al Estado para servirse.
¿Resultados de todas éstas
“revoluciones”? La desigualdad sigue
igual o peor que antes. La vida es tan miserable como siempre. Los servicios
básicos (agua, luz, gas, teléfono) y los pilares de una verdadera calidad de
vida (Salud, Seguridad, Educación, Justicia y Trabajo bien remunerado) siguen
siendo una utopía en la vida de millones. Al calor de la obra pública-encarada
por un Estado al que nadie controla y que todo lo esconde-los amigos del Poder
se enriquecieron para ellos, sus hijos, sus nietos y un par de generaciones
más. Muchos de éstos líderes no resistirían un reportaje medianamente a fondo y
no podrían explicar como es eso de que empezaron a prosperar justo cuando
empezaron a gobernar.
Aparatos de propaganda estratégicamente
pensados para hacer la “gran Goebbels” (“Miente, miente, que algo queda”)
convirtieron a los medios de comunicación públicos en el celular de los
funcionarios. Sería más fácil ver a Riquelme jugando en River que a un opositor
en la televisión pública. Todo el tiempo, como indicaba Antonio Gramsci (teórico marxista del siglo 20) se lleva a cabo una
ofensiva cultural que destruye valores para construir unos nuevos que le sean
funcionales al Poder. El Poder mete la nariz en cada lugar o institución en
dónde se produzcan ideas. La
Democracia tiene sus reglas pero hay que meterle en la cabeza
al pueblo que frente a un “proceso revolucionario nacional y popular que está
transformando la realidad” cositas como la Constitución, la
división de poderes, la alternancia en el ejercicio del poder, la transparencia
de los actos públicos o las libres conferencias de prensa, son conceptos
elaborados en tiempos y por personas que no tuvieron en cuenta los intereses
“populares”.
No hay ninguna revolución en marcha en
ningún lado. Venezuela, Ecuador, Bolivia y la Argentina son países
calesita. Allí, los pobres nunca dejarán de serlo y los únicos cambios y las
únicas transformaciones que ocurren no se verifican en los hechos sino en el plano de lo simbólico, la retórica y los discursos. Discursos que ganan el favor de masas fanatizadas por la
divulgación de cáscaras ideológicas y el
reparto de las miguitas que sobran del gran banquete. Todo se reduce a un gran
y constante “bla, bla, bla” al que cada
vez cuesta más poder refutar en libertad.
Murió
Hugo Chávez y algunos lo comparan con Perón.
Ignorantes. O no tienen la más pálida idea de lo que hizo Chávez o no tienen la más pálida idea de lo que hizo Perón.
Murió Hugo Chávez y algunos temen que se
frene la revolución que dicen que llevó a cabo en su República Bolivariana.
¿Qué
revolución?
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