Es el título del libro
que debería escribir ahora Horacio
Verbitsky. Corría 1991 cuando se
publicó “Robo para la corona”, un verdadero best
seller nacional que desmenuzaba con precisión de cirujano el hecho de que
la corrupción en el menemismo era toda
una política de gobierno. La frase del título se le adjudica a Samuel Apfelbaum, más conocido por su
seudónimo de José Luis Manzano,
ministro del Interior de Carlos Menem presidente. El riojano de la corona.
¿Te acordás? Fue hace veinte años. La época en que ser un funcionario corrupto estaba mal visto y la patria periodística se
componía de gente que se dedicaba con
fervor a ese género hoy en un desuso
planificado que es el periodismo de
investigación. Artículos, editoriales, libros, programas de radio y de
televisión narraban cotidianamente como “privatizar” se había convertido en un
nuevo sinónimo de “robar” en la
Argentina de Menem. En paralelo, la mayoría de la sociedad
disfrutaba de la burbuja económica de un
dólar igual a un peso que convertía a todo ese material periodístico en un
gran entretenimiento pero que no modificaba un àpice la intención de voto.
Hasta que el “tequilazo” de 1997 trajo problemas al bolsillo de los argentinos
. Bolsillos que debajo de billetes, monedas y tarjetas de crédito siempre
guarda bien en su fondo y en un pañuelito, un poco de moral. Es que “uno se vuelve moral cuando es desdichado”, decía el
gran escritor franchute Marcel Proust.
De pronto esa época y sus valores fueron tirados por
el inodoro. Llenando el éter de chupamedias, el kirchnerismo fue imponiendo con
paciencia una nueva mirada sobre la
corrupción de un funcionario: ya no es algo detestable a denunciar, sino un
episodio de cotillón frente a las “grandes transformaciones” que Bonny and
Clyde han hecho en una década. Ahora si
nos enteramos que un funcionario roba-si
nos enteramos-es producto de la
reacción de las corporaciones, atentas a que les están mojando la oreja.
Veinte
años después el menemismo se reconvirtió en kirchnerismo y cambió la
metodología: ahora se chorea estatizando.
Pero ya no están-al menos en cantidad-los artículos,
libros y programas que hacían periodismo de investigación. De investigación al
Poder. Poder Económico y Poder Político. En una Argentina tan desigual como siempre que le cuenten a Neruda el versito de que ahora el Poder Económico está enfrentado
con el Político.
Horacio
Verbitsky sintetiza como nadie esta ambigüedad
de periodistas que, frente a hechos similares, tienen actitudes distintas.
¿Dónde están los nuevos “Watergate” de este pretendido Carl Bernstein argentino?
¿Dónde aparecen sus
investigaciones fundadas sobre personajes como Amado Boudou, Julio De Vido,
Cristóbal López, Felisa Miceli, Hebe de Bonafini y su organización de defensa
de los derechos humanos devenida en empresa constructora, Ricardo Jaime, Pepe
Albistur, Daniel Cameron o Claudio Uberti?
¿Todos los días una columna en “Página 12” y nunca un aporte
esclarecedor sobre el caso Skanska, sobre la arbitraria y oscura distribución
de la pauta oficial, sobre Ciccone o sobre la fantástica evolución patrimonial
de la “exitosa abogada”?
Sus defensores dicen que es un periodista
con medio siglo de trayectoria entre nosotros. Eso no importa mucho porque la peste tiene mil. Dicen que escribe fenómeno. Su padre lo hacía
mucho mejor. Sus detractores lo critican ferozmente sacando a relucir su pasado
en la guerrilla setentista como un modo de refutar sus ataques al ahora papa Bergoglio. Se equivocan
porque no hace falta buscar en su pasado.
Lo peor de Verbitsky está en su presente.
“La función del
periodista es molestar”, definió en más de una oportunidad. ¿En qué
“molestará” Verbitsky a Cristina o a Boudou?
“Periodismo
es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa. El resto es propaganda”, apuntó para los manuales.
El
resto es propaganda, Verbitsky.
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