(Sacerdote: “Hija, piensa en la otra vida”.
Camila: “Pero yo pienso en ésta”.
Del film “Camila”-1984, María
Luisa Bemberg-. Camila O Gorman va a ser fusilada por amar de un modo
inoportuno a un cura. Otro cura la visita
en la cárcel en la que está presa para darle la extremaunción y recibe
esa respuesta).
Si es cierto que
el paraíso se gana por lo hecho en ésta tierra pues allá debe estar ahora el
obispo emérito de Puerto Iguazú Joaquín
Piña Batlevell, nacido en Europa en 1930 pero más latinoamericano que ésos
que se la pasan con el “San Martín”
y el “Bolívar” en la boca pero
también con el “Washington” en los
bolsillos. Cuando era más joven se enfrentó a la dictadura con votos de Stroessner en Paraguay. Cuando ya no era tan joven desafió al feudo con votos que
armaron Rovira y Closs en Misiones. Tenía 83 años
de edad y seguía comprometido con la
cosa pública y peleando por construir más ciudadanía. Alrededor de él imberbes
de dieciocho y muchachos de treinta
repetían el discurso antipolítica berreta. Ese que copian para autojustificar
su denigrante falta de compromiso. Piña vivió comprometido. A la manera del Cristo al que juró servir. El Cristo que no se fue a la estratósfera
sino que vino acá a la tierra. En una Misiones
poblada de Pastores que hacen carrera cerrando la boquita Joaquín Piña siempre la abrió para interpelar al Poder. “Siempre hay que decir la verdad
y especialmente cuando no conviene”, escribió otro español, Don Miguel de Unamuno. Lo podría haber
escrito Piña.
Recuerdo la
primera vez que lo vi. Hacía un año que me había radicado en Misiones y Piña llegó a Oberá predicando
ciudadanía. Era 2006 y algunos misioneros querían un “Rovira eterno”. Fuimos a verlo con el colega Pepe Tarditti y al llegar lo oí hablando de lo mismo que le oí
hablar la última vez que lo vi: de la “República”.
Piña fue
contemporáneo de un evento bisagra para la Iglesia católica como el “Concilio Vaticano II”. Tras él la “Teología de la liberación” forzó a las
iglesias latinoamericanas a posicionarse
a favor o en contra de la defensa de los derechos humanos en una región plagada
de dictaduras militares. La “opción
preferencial por los pobres” no
fue para Piña una doctrina. Fue un
estilo de ser sacerdote. Fue la voz de muchos para quiénes, fogueados en la
injusticia, una vida mejor es algo tan ignorado que ni siquiera la pueden
desear.
En 2006 “El” llegó a Misiones
para apoyar a Rovira en su intento
de reelección indefinida. Después de todo, “El” había hecho lo mismo en su Santa
Cruz. Pero Piña fue la cabeza de
un grupo corajudo de ciudadanos, dirigentes políticos, sociales,
religiosos y periodistas (“Frente Unidos por la Dignidad”) que se las ingenió para poner el primer freno que la historia
kirchnerista reconoce: 56% votó por
el No a la re-re indefinida y apenas
el 42% por el Sí.
Dicen que murió de un infarto. No dicen porqué el
avión sanitario del Estado provincial no
estuvo para trasladarlo vivo
como sí estuvo para trasladarlo muerto. Asombra el que personas trascendentes y vinculadas como Piña, en momentos en que peligran sus
vidas, puedan estar injustamente solos.
El legado de Piña fue luchar contra la opresión del Poder. Y practicar un cristianismo en
donde el tamaño de la esperanza en la otra vida sea tan grande como la preocupación
por ésta. “Amé la justicia y odié la mentira” fue el título del primer libro
que escribió éste jesuita.
Es que Joaquín Piña pensó siempre en la otra vida.
Y en ésta también.
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