“Siempre
imaginé que el Paraíso sería algún tipo de
biblioteca”. Jorge Luis Borges.
No me extraña pero debería. Por éstas
horas muchos obereños están algo molestos porque una carpa se va a levantar en
un microcentro que estudia para caótico y va sacando excelentes notas. Así que mensajes de texto inundan los
celulares de los conductores de radio para expresar esa molestia. Se viene la “Feria Provincial del libro” y todos se
comunican para preguntar porque no la hacen en otro lado. Pero nadie se
comunica para preguntar por el contenido
de la feria, acerca de que autor vendrá a firmar sus libros, ni quién va a
exponer sobre alguna cosa y ni siquiera cuando empieza. ¿Por qué? Porque no van
a ir.
Siempre ha sido más fácil decir que uno
lee que leer. Es que disimular a uno lo ayuda mucho a parecer. Pero el problema es que no hace nada para que uno pueda ser.
De todo lo que pasa en Oberá lo bueno
siempre viene en formato de cultura.
Eventos, libros, música, festivales, cine, tradición, charlas, debates, teatro.
Pero, invariablemente, la gran mayoría se lo pierde casi todo a la manera de
aquél que fracasa en el amor no porque no lo reciba sino porque es él quien no
sabe amar. En Oberá, la ciudad sin ciudadanos, casi nadie sabe que el gusto no es un maestro que viene de adentro sino un alumno que se
educa afuera. Por eso sobran artistas.
Pero falta público.
Te podría
contar que un libro nos enseña palabras. Que las palabras nos ayudan a
organizar nuestro pensamiento. Y con el pensamiento organizado uno aprende a
decir lo que siente. Y que cuando uno aprende a decir lo que siente, porque
expresarse no es un derecho sino un deber, la sensación de plenitud es tan fuerte que
solo quién lo probó lo sabe.
Pero prefiero contarte otras cosas.
Prefiero contarte que existe un mundo entrañable de vivencias que tienen sed de
palabras. Y que leer forma parte de esas
cosas que permiten chupar el tuétano de la vida, como escribió Thoreau. Besar a la chica que te gusta.
Escuchar esa música que te transporta. Comer o tomar desde y hasta el deleite.
Viajar a esos lugares que no parecen un sueño sino que son un sueño. Un gol de
Boca. Despertarse con un buen café. Amanecer con el placer de la perfecta
compañía. Defender una buena idea. Soñar despierto que es mucho mejor que vivir
dormido. Comulgar en el día y pecar en la noche. Torear al tiempo, desafiar a
la muerte y hasta perder la felicidad a propósito para volver a buscarla. O lo que para vos sea.
De todo éso se pierde uno cuando no lee porque un buen libro estimula a
dejar de ser espectador de la propia vida.
Don Miguel
de Unamuno apostaba a que nuestra alma no iba a salvarse o a ser condenada
por quiénes hayamos sido en esta
vida, sino por lo que quisimos ser.
Cosas que no se valoran y que por eso se pierden.
De eso, más o menos, hablan los textos,
las bibliotecas y las ferias de libros. Que están ahí para abrirte la cabeza,
para estimular tu imaginación, para invitarte a rebelarte, a buscar más y
mejor. Para que tu alma deje de ser analfabeta. Para que el día no termine sin
haber crecido un poco.
Para Walt Whitman, la vida es como un
gran libro en el que cada uno de
nosotros puede agregar su propia estrofa.
¿Cuál será tu estrofa?
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