Cuando Juan
Domingo Perón volvió a la Argentina en los años setenta, después de dieciocho
años de exilio, solía divertirse muchísimo viendo en televisión “La peluquería
de don Mateo”. Allí su anfitrión “hablaba” desde un teléfono público con Henry
Kissinger, el funcionario más eficaz en la defensa de los intereses del
Departamento de Estado norteamericano en el planeta. Kissinger recibía los
“consejos” de don Mateo sobre la guerra de Vietnam. Pero no era Jorge Porcel
quién interpretaba al peluquero ucraniano (Porcel quedó en el imaginario al
hacerlo en unos tiempos más cercanos del que han quedado unos cuantos
testimonios fílmicos). El actor que le daba rostro, cuerpo y voz en esos
momentos era Fidel Pintos, el creador de un fenómeno eficaz hoy como nunca en
la política argentina: la sanata.
La “sanata” es un
modo de hablar planificadamente incomprensible, en la que se expone un
argumento absurdo y sin ideas claras. Pero dicho por determinado protagonista y
de singular manera, suena verosímil a las entendederas de gente naif y que
sufre de pereza mental. También puede colonizar una mente intelectualmente más
sólida según la estrategia y el momento.
Fidel Pintos, el
“narigón” Fidel Pintos, creó la sanata para no morirse de hambre en los años
treinta en medio de la gran depresión económica mundial y la “década infame”
nacional. Su personaje de sanatero hizo las delicias de generaciones de oyentes
de radio y televidentes de programas míticos de la televisión nacional de los
sesenta y setenta como “Operación Ja Ja” y fundamentalmente “Polémica en el
bar”.
Porteño el hombre,
nació en 1905 y se fue en 1974, tres semanas antes de la muerte de Perón. Nunca
habrá imaginado, quizás sí, que iba a convertirse en el ideólogo y referente
intelectual de los hombres de estado en la Argentina del siglo XXI.
Ningún pensador ha
influído tanto en las estrategias comunicacionales y el discurso de, por
ejemplo y son solo tres cuando los hay más, Cristina Kirchner (Presidente de la
nación), Maurice Closs (Gobernador de Misiones) y Ewaldo Rindfleisch (alcalde
de Oberá). Tres sanateros de primera.
La innegable
pérdida de calidad de nuestra educación
sumado al fenómeno de un embrutecimiento creciente de la burguesía vernácula
componen un contexto sumamente propicio para la entronización de la
sanata. Sanata que cuenta con tanto
consenso que nos genera el interrogante de si la decadencia argentina tiene
piso.
La retórica es la sanata duchada, bien
vestida y perfumada. Por cierto que el mecanismo retórico de construcción del
discurso en general, incluído el discurso político, no es novedad y ha sido
objeto de estudio desde Noah Chomsky (“Las estructuras sintácticas”, publicado
en 1957) para acá, incluyendo los aportes
de fonetistas, sociolingüistas y análisis parciales varios.
Cristina, Closs, Rindfleisch, ya no
precisan ser buenos oradores. De hecho la Cristina senadora era una oradora de
poderoso perfil cuando la Cristina Presidente es una refutación de la que era
(o una precisión de lo que siempre fue). Pero suple eso con creces al igual que
Closs o Rindfleisch con una acción cuya génesis antidemocrática se ha
relativizado por parte de la sociedad: el eludir las conferencias de prensa o
las entrevistas con periodistas críticos como un modo fundamental de no
responder jamás lo que deberían republicanamente responder. La sociedad, lejos
de exigir que sus mandatarios sean interpelados por cuestionarios en serio, ha
optado por ser cómplice de pone-micrófonos que no tienen prurito alguno en
entregarle a su público propaganda como si fuera información. Que las mayorías
no puedan asociar calidad institucional con calidad de vida ha sido un triunfo
cultural innegable del Poder. Y que tal situación se vea revertida, en parte, solo
cuando las condiciones económicas empeoran, es demostrativo de la anatomía de
esa victoria.
Es complejo el
abordaje pero resulta triste ser testigo de la adhesión a funcionarios y
gobernantes que viven cada vez mejor, por parte de un electorado que vive cada
vez peor.
El mismo Fidel Pintos, fogueado en las
desmesuras de tener mucho trabajo y de no tener ninguno, definió: “un actor es
un señor que hoy come faisán y mañana se come las plumas”.
Vaya hegemonía la
de la sanata en estos tiempos.
Gobernantes que comen
y comen faisán.
Apoyados por los que, patéticamente
satisfechos, comen solo las plumas…
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