domingo, 3 de agosto de 2014

LA SANATA

                    


     Cuando Juan Domingo Perón volvió a la Argentina en los años setenta, después de dieciocho años de exilio, solía divertirse muchísimo viendo en televisión “La peluquería de don Mateo”. Allí su anfitrión “hablaba” desde un teléfono público con Henry Kissinger, el funcionario más eficaz en la defensa de los intereses del Departamento de Estado norteamericano en el planeta. Kissinger recibía los “consejos” de don Mateo sobre la guerra de Vietnam. Pero no era Jorge Porcel quién interpretaba al peluquero ucraniano (Porcel quedó en el imaginario al hacerlo en unos tiempos más cercanos del que han quedado unos cuantos testimonios fílmicos). El actor que le daba rostro, cuerpo y voz en esos momentos era Fidel Pintos, el creador de un fenómeno eficaz hoy como nunca en la política argentina: la sanata.


     La “sanata” es un modo de hablar planificadamente incomprensible, en la que se expone un argumento absurdo y sin ideas claras. Pero dicho por determinado protagonista y de singular manera, suena verosímil a las entendederas de gente naif y que sufre de pereza mental. También puede colonizar una mente intelectualmente más sólida según la estrategia y el momento.


      Fidel Pintos, el “narigón” Fidel Pintos, creó la sanata para no morirse de hambre en los años treinta en medio de la gran depresión económica mundial y la “década infame” nacional. Su personaje de sanatero hizo las delicias de generaciones de oyentes de radio y televidentes de programas míticos de la televisión nacional de los sesenta y setenta como “Operación Ja Ja” y fundamentalmente “Polémica en el bar”.


    Porteño el hombre, nació en 1905 y se fue en 1974, tres semanas antes de la muerte de Perón. Nunca habrá imaginado, quizás sí, que iba a convertirse en el ideólogo y referente intelectual de los hombres de estado en la Argentina del siglo XXI.


     Ningún pensador ha influído tanto en las estrategias comunicacionales y el discurso de, por ejemplo y son solo tres cuando los hay más, Cristina Kirchner (Presidente de la nación), Maurice Closs (Gobernador de Misiones) y Ewaldo Rindfleisch (alcalde de Oberá). Tres sanateros de primera.


     La innegable pérdida de calidad  de nuestra educación sumado al fenómeno de un embrutecimiento creciente de la burguesía vernácula componen un contexto sumamente propicio para la entronización de la sanata.  Sanata que cuenta con tanto consenso que nos genera el interrogante de si la decadencia argentina tiene piso.


      La retórica es la sanata duchada, bien vestida y perfumada. Por cierto que el mecanismo retórico de construcción del discurso en general, incluído el discurso político, no es novedad y ha sido objeto de estudio desde Noah Chomsky (“Las estructuras sintácticas”, publicado en 1957)  para acá, incluyendo los aportes de fonetistas, sociolingüistas y análisis parciales varios.


         Cristina, Closs, Rindfleisch, ya no precisan ser buenos oradores. De hecho la Cristina senadora era una oradora de poderoso perfil cuando la Cristina Presidente es una refutación de la que era (o una precisión de lo que siempre fue). Pero suple eso con creces al igual que Closs o Rindfleisch con una acción cuya génesis antidemocrática se ha relativizado por parte de la sociedad: el eludir las conferencias de prensa o las entrevistas con periodistas críticos como un modo fundamental de no responder jamás lo que deberían republicanamente responder. La sociedad, lejos de exigir que sus mandatarios sean interpelados por cuestionarios en serio, ha optado por ser cómplice de pone-micrófonos que no tienen prurito alguno en entregarle a su público propaganda como si fuera información. Que las mayorías no puedan asociar calidad institucional con calidad de vida ha sido un triunfo cultural innegable del Poder. Y que tal situación se vea revertida, en parte, solo cuando las condiciones económicas empeoran, es demostrativo de la anatomía de esa victoria.


     Es complejo el abordaje pero resulta triste ser testigo de la adhesión a funcionarios y gobernantes que viven cada vez mejor, por parte de un electorado que vive cada vez peor.


      El mismo Fidel Pintos, fogueado en las desmesuras de tener mucho trabajo y de no tener ninguno, definió: “un actor es un señor que hoy come faisán y mañana se come las plumas”.


      Vaya hegemonía la de la sanata en estos tiempos.


      Gobernantes que comen y comen faisán.


       Apoyados por los que, patéticamente satisfechos, comen solo las plumas…



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