EL ERROR DE PONER LA OTRA MEJILLA
En el estupendo drama carcelario “Cool
Hand Luke”, estrenado en 1967 y que en Latinoamérica se conoce como “La leyenda
del indomable”, Paul Newman interpreta a un preso que se enfrenta al sistema
sin más respaldo que sus cojones. En una memorable escena el sádico alcalde de
la prisión (interpretado por Strother Martin), no pudiendo soportar la rebeldía
verbal de Luke, le pega y lo tira al suelo. Avergonzado no por pegarle, sino
por haberlo hecho delante del resto de los presos, el alcalde dice una frase
que quedó para la posteridad y que se metió de lleno en el argot de la política
yanqui: “Lo que tenemos aquí es un
problema de comunicación”.
Por supuesto que
un gobierno como el de Macri, que fue capaz de empeorar los impresentables
índices sociales que dejó el gobierno de Cristina Kirchner y generar más
pobreza, más inflación y más desocupación, no solo tiene un problema de
comunicación. Pero también tiene un problema de comunicación. De hecho, el no
haber “explicado” la herencia recibida se convirtió en el argumento favorito de
la dirigencia oficialista a la hora de la autocrítica.
No tener una estrategia comunicacional, en el país del “bla, bla, bla”,
es cosa de amateurs.
Eso que llamamos “realidad” siempre es interpretada. Su definición ha
sido motivadora del pensamiento filosófico desde siempre. Para Platón
trasciende la experiencia. Para Kant es la experiencia. Para Aristóteles la
realidad es netamente racional (“la única verdad es la realidad”, concepto que
en el siglo XX algunos aprendieron de boca de Perón). Para Descartes había que
distinguir entre realidad y existencia. Puede que la palabra no tenga todo que
ver pero sí tiene mucho que ver en la construcción de la realidad. Y el término
“construcción” no es casual. Por algo los gobiernos se la pasan comprando
medios y periodistas a través de la pauta oficial. La Misiones de Rovira es un
ejemplo contundente de eso. Y para el
kirchnerismo tener un “relato”, aunque su contenido se base en mentiras
bañadas, perfumadas y bien vestidas o en revoluciones ficticias, ha sido
sustantivo para su supervivencia.
Desde que
eran el PRO hasta que después fueron “Cambiemos” y ahora son “Juntos por el
Cambio”, ha sido difícil encontrar allí dirigentes que tengan el don de la
palabra. Es más, cada vez que algunos de ellos hablan, la embarran. Y ha sido
siempre una costumbre del espacio el no refutar el discurso antimacrista
berreta. Así circulan libremente y todo el tiempo, medias verdades,
inexactitudes, infamias y puras mentiras. Joseph Goebbels fue un miserable
canalla, claro está, pero aquella máxima de “Miente, miente, que algo queda”,
ha probado ser de una eficacia atemporal en múltiples circunstancias y
latitudes.
En Oberá y en Misiones siempre ha ocurrido
lo mismo. El discurso del aparato de propaganda renovador grita. Y el discurso
de la oposición susurra. Todo el día verdades que se callan o que son expresadas
con timidez y torpeza, pasan desapercibidas, al tiempo que estupideces y mentiras
divulgadas con cierta habilidad o con mucha persistencia, pasan por verdades.
Hacer bien ciertas cosas es algo que solo
puede ser valorado por buena gente. No lo pueden valorar los sinvergüenzas. No
tienen con qué.
Refutar
y decirle la verdad a un kirchnerista le produce el mismo efecto que la
kryptonita al héroe de comic “Sùperman”. Lo debilita. Y hasta lo mata.
Lástima que estos muchachos del Cambio nunca
lo hayan comprendido y que hayan preferido casi siempre poner la otra mejilla.
Tal vez sea su carácter.
Y
el carácter, como nos enseñó Heráclito hace mucho, es el destino…
No hay comentarios:
Publicar un comentario