Quién no
recuerda el monólogo final de “Solos en la madrugada”, cuando el locutor José
Miguel García Carande (a cargo de José Sacristán) pregunta si nos vamos a pasar
otros cuarenta años hablando de los cuarenta años? El film del director José
Luis Garci es todo un símbolo de la España que empezaba a dejar atrás las
cuatro décadas de dictadura franquista.
Parafraseándolo,
¿en la Argentina nos vamos a pasar otros cuatro años hablando de los últimos
cuatro años? Porque ya nos pasamos estos cuatro hablando de los últimos
doce. Y en esos doce nos hablaban todo el tiempo de los anteriores treinta.
Mauricio Macri elevó todo lo que pudo la
figura de Cristina Kirchner para que el recuerdo de su “deplorable” segunda
presidencia (como decía Alberto) pudiera más que el presente afectado todavía
más por la política económica de su gestión. Ahora ese monumento a la
contradicción que es Alberto Fernández, prepara su propio informe sobre la
herencia que le dejará Macri, para contrastarlo con el balance del propio
Macri.
Se tornó demasiado recurrente la actitud
de tornar omnipresente lo recibido por parte de quiénes han sido electos para
mejorar las cosas, y no para vivir quejándose de lo difícil que eso es para
justificar que no mejoraron nada. En Misiones, por poner un ejemplo cercano y
actual, es posible leer a pusilánimes que, presos del pánico a Carlos Rovira,
todavía buscan las causas de la decadencia provincial en los años de Ramón
Puerta, quién dejó la gobernación ¡hace veinte años!
Desde que Juan Domingo Perón pasó a la
inmortalidad ningún gobierno ha podido
exhibir logros sustentables en nuestra calidad de vida. Peor aún, algunos
fracasaron en lo económico y encima se portaron como déspotas.
Gestión
republicana, tolerante y con prosperidad para todos es algo que no logró nadie.
Y para empeorar el asunto, en la Argentina es minoritaria la conciencia de que todo desarrollo empieza con libertad y
trabajo y que recorriendo ese camino fue que progresaron los países que hoy
tienen mejor calidad de vida. Por aquí siguen creyendo en los buenos amos y que
eso de la división de poderes y los pesos y contrapesos de los que hablaba el
barón de Montesquieu son mera bibliografía que hay que tragarse para aprobar
alguna materia de alguna carrera. De modo tal que los adolescentes tardíos que
creen estar, como diría Charly, cerca de la revolución, dispensan las patoteadas
y la corrupción en nombre de igualdades
que no pasan del discurso. Son los
mismos que creen que la plata del estado la pone Dios.
¿Se viene más de lo mismo? ¿Personajes que
ya fracasaron en la gestión armando un relato para que se les permita, en
nombre de la sacrosanta guerra contra el neoliberalismo, hacer cualquier cosa y
obtener impunidad porque ellos son el pueblo? ¿Otra vez con ese cuento infame?
Hay que elevarse por encima de esa
dicotomía falsa de la derecha mala y la izquierda buena y viceversa. Las cosas
son más complejas. Por eso las redes sociales, incapaces de albergar esa complejidad
en el debate, nunca van a reemplazar del todo a los medios tradicionales.
“Solos en la madrugada” era un programa
de radio “hecho por desesperados para desesperados”, contaba el personaje de
Sacristán.
Desespera pensar que los próximos años
seguirán siendo como los últimos cuarenta.
Unos años perdidos…
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