NO VUELVEN MÁS
“¿Dónde
estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue…”, arranca Jorge Luis Borges en
su poema “Lo perdido”.
La remontada final de Juntos por el Cambio
fue sustantiva pero no alcanzó.
Alberto Fernández mantuvo su caudal de votos de agosto-sumó solo doscientos
cincuenta mil-y Mauricio Macri cosechó dos millones trescientos cincuenta mil
más que en las PASO. Fernández sacó doce millones de votos y el 48% y Macri
diez millones de sufragios y el 40%. Suficiente para que el candidato de
Cristina Kirchner gane en primera vuelta y
el diez de diciembre asuma la presidencia del país.
El
poder volvió a Cristina Kirchner. Obviar que ella eligió a Alberto, que
ella tiene el treinta del cuarenta y ocho por ciento conseguido, y que a ella
responden los legisladores electos que pertenecen a “La Cámpora” y que desde
diciembre serán el grupo más numeroso dentro del bloque oficialista, pudo haber
sido una táctica inteligente para la campaña electoral. Pero seguir negándolo ahora es cosa de necios.
Cristina
Kirchner eludió el peligro de perder la impunidad. Como lo eludió el
exalcalde Rindfleisch cuando la mayoría de los misioneros y de los obereños
votaron masivamente en junio al partido que lo protege de tener que dar
explicaciones en la justicia. Zafó ella y sus hijos Máximo y Florencia. Incluso
Máximo ya es el candidato que el
kirchnerismo irá perfilando. Porque ya aprendimos que los Kirchner saben volver. Pero no saben irse.
Macri ganó en cuatro de los cinco grandes
distritos: Capital Federal, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Y perdió de un modo
contundente en la provincia de Buenos Aires, allí dónde votan cuatro de cada
diez argentinos. De los dos millones de
votos de diferencia que el Frente de Todos le sacó a Macri, uno y medio son del
territorio bonaerense. Y específicamente del conurbano, donde el caudal de Sergio Massa fue decisivo
para la derrota del presidente y también para la despedida de la gobernadora
Vidal.
Los resultados de un comicio siempre son
multicausales. Por supuesto que la primera causa es la tétrica gestión económica del gobierno (Nicolás Dujovne, ministro
de Economía, mamita!), logrando superar los índices sociales ya “deplorables”
(para usar el calificativo de Alberto) que dejó la gestión de Cristina. Otra
fue la unión de varios sectores del peronismo, en un país en donde el voto peronista sigue siendo mayoría y
casi invencible si no se lo divide. Pero también el añejo error político de
encerrarse. Macri se aferró a Durán Barba y a su “mesa chica” cuando Juntos por
el Cambio es una casa que tiene tres dueños: el PRO, la Coalición Cívica y la
Unión Cívica Radical. Y, sin embargo, Macri
trató a los radicales como si fueran inquilinos. Por otro lado, los dirigentes
de Juntos por el Cambio sobreestiman la
moral de muchos argentinos. Hablan de república en sitios donde prefieren a
los buenos amos. Y denuncian corrupción en sectores donde la violación de las
normas, más que provocar indignación, genera envidia.
Con
un optimismo berreta, por estas horas es políticamente correcto manifestar
cierta esperanza de que el nuevo gobierno empiece a enderezar el rumbo y que
todo sea para mejor. Ojalá. Pero el pasado de los que van a asumir está plagado
de fracasos económicos y de conductas patoteras, el presente aún huele mucho a
ese pasado, y el futuro es una incógnita porque nadie tiene idea de que van a
hacer, inclusive ellos mismos. Por eso ese optimismo es berreta.
Es
altamente probable que en el futuro inmediato lo que haya no sean menos
problemas, sino menos quejas por los mismos problemas.
¿Dónde estará la Argentina, la que pudo
ser y no fue por la oportunidad totalmente desperdiciada por el presidente
Macri y los suyos?
Macri
tuvo una oportunidad que quizás ni siquiera alcance a dimensionar. Perdió
mucho tiempo y nos lo hizo perder a todos.
Y cada uno de nosotros sabe bien lo que
sucede con los días perdidos.
No vuelven más…
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