“Siempre hay
que decir la verdad. Y especialmente cuando no conviene”, aconsejaba don Miguel
de Unamuno. En la Argentina hace años que se consolidó la tendencia opuesta. La
verdad se expone poco. Y especialmente cuando no conviene. El Frente de Todos,
que se posicionó como la opción reactivadora de la economía ante el ajuste
macrista, debutó con su propio ajuste.
La diferencia es que ahora, como no conviene, casi nadie lo llama ajuste.
La flamante ley de emergencia económica le
permitirá al gobierno nacional disponer de más “caja”. La tendrá a favor de una
mayor presión tributaria sobre la clase
media, que a la manera del mito de Sísifo siempre es la que sube la piedra hasta
la cima, hasta que la piedra cae y debe volver a hacer el esfuerzo de subirla,
hasta que cae de nuevo y así eternamente. Y a favor de un recorte del sistema
previsional que al gobierno le permitirá ahorrar pero que afectará a los jubilados que cobran más de veinte mil pesos (una
vergüenza). Además los gobernadores podrán incrementar los impuestos locales
tras la suspensión del pacto fiscal (al ministro misionero de Hacienda, Safrán,
se le debe hacer agua la boca).
Un
dato insoslayable: este nuevo ajuste lo pagarán, básicamente, la clase media
urbana, el campo y los jubilados que no perciben la mínima. Sectores donde el
kirchnerismo espanta mucho más de lo que atrae. Una medida vengativa que lleva el
inconfundible copyright de Cristina Kirchner.
Otro dato insoslayable. Martín Guzmán, el
ministro de Economía, confesó en la tele que “sería muy difícil” encarar las
negociaciones con el Fondo Monetario Internacional sin esta ley, que habilita
el uso de reservas para pagarle a los bonistas. Pregunta: ¿entonces el gobierno
que llegó al poder prometiendo todo lo contrario ahora va a liquidar deuda pública con la plata que no le dará a
los jubilados? Respuesta: sí.
Es
tradicional que una porción del electorado, que suele ser mayoría, le de
permiso a ese rejunte de dirigentes que la van de peronistas para que hagan durante años lo que a otros
no les toleran ni diez minutos. Menem, Rodríguez Saa, Duhalde, Néstor,
Cristina y ahora Alberto gozaron y gozan de unos salvoconductos sociales que
Alfonsín, De la Rúa y Macri nunca tuvieron. Es irrefutable, porque los
resultados están a la vista de quién los quiera ver, que va para cuatro décadas
que peronistas y no peronistas compiten
por ver quién gobierna peor. Tras la salida de la más nociva de nuestras
dictaduras, la democracia nunca pudo dar respuesta a los problemas sociales que
se fueron agudizando. Y ajustar,
ajustaron todos.
Ya
que la propaganda oficial utiliza el concepto de “solidaridad” para esconder el
de “ajuste”, vale la pena recuperar un interrogante que resume buena parte del
debate político del siglo XX: ¿se puede
obligar a la gente a ser solidaria?
Es fácil detectar a personajes afines a
este gobierno kirchnerista que hasta el diez de diciembre se preocupaban por
padecimientos sociales que ahora les importan un comino. Miden con dos varas. A
los hechos no los aprueban o desaprueban en sí mismos sino a partir de quién
los genera. Defienden una acción con la misma pasión con la que son capaces de
defender la acción contraria si su reina baja línea. Para sus dirigentes la
lucha no es por cambiar las cosas, sino por tener el mayor poder posible todo
el tiempo que se pueda. Y sus militantes
creen ser partícipes de una revolución política que, por cierto, está más cerca
de llegar a ser una ficción de cinco o diez capítulos en Netflix que de ser una
realidad que le mejore la calidad de vida a la gente. Eso sí: a diferencia
de los chambones del PRO y del radicalismo, que se ponen a gobernar sin
estrategia comunicacional justo en el país del "bla, bla, bla", a la
hora de agarrar la guitarra y hacer de payadores, a estos verseros ni José
Betinotti los iguala.
En Misiones algunos kirchneristas
intentan, ahora, despegarse de la renovación. Pero no les sale. Es que llevan
demasiado tiempo siendo una de las zorras de Rovira.
Un
gobierno demuestra que es peronista no cuando llega al poder sino cuando lo deja.
Perón se fue del gobierno y de este plano de existencia en 1974 dejando un 2,7%
de desocupación (niveles del primerísimo primer mundo). Menem dejó un 24% de
desempleados en 1999 y Cristina Kirchner un 30% de pobres en 2015 con un INDEC
desaparecido para esconder el dato. Como se ve, Perón y la justicia social se fueron al mismo tiempo.
A seguir soportando más ajuste pero con
alegría, porque ahora es nacional y popular. En paralelo, en puntitas de pie,
van saliendo de la cárcel cada muñeco que mamma mía!!!
Gracias a las varas distintas con las que se
mide, Cristina y Alberto en el país, como Rovira en Misiones, o Rindfleisch y
Fernández en Oberá, pudieron y pueden hacer y deshacer como gusten.
Como todo es más de lo mismo, se sigue ajustando a los laburantes.
Como hicieron Martínez de Hoz, Sigaut, Alemann, Pastore, Wehbe, Grinspun, Sourrouille, Pugliese, Jesús
Rodríguez, Roig, Rapanelli, Erman González, Cavallo, Roque Fernández, Machinea,
López Murphy, Frigeri, Remes Lenicov, Lavagna, Felisa Miceli, Peirano,
Lousteau, Carlos Fernández, Boudou, Lorenzino, Kicillof, Prat-Gay, Dujovne ,
Lacunza y ahora Guzmán. De estos últimos treinta ministros de economía que tuvo
el país, más de la mitad-dieciseis-lo fueron en gobiernos que se
autodenominaron peronistas. Seis en gobiernos radicales. Cinco lo fueron en la
dictadura (de esas que aún les agradan a
nuestros “liberales”). Y tres durante el macrismo. Todos tomaron medidas para
ajustar a los trabajadores (activos y pasivos).
Las tan mentadas diferencias políticas
son, básicamente, retóricas. A la hora
de manejar la economía todos se parecen mucho. Sí se diferencian en que
algunos toleran al que piensa diferente y otros no se toleran ni entre ellos. Como
Perón ya no está y nunca más se repartió
la torta como lo hizo él (el kirchnerismo se comió la torta y repartió las
miguitas) el debate se da entre relatos. En presentarse como diferentes. Fue
Oscar Wilde el que dijo que “el deber es lo que esperamos que hagan los otros”.
Parafraseándolo, el ajuste es lo que todos los gobiernos esperan que hagan los
otros. Y entre esos otros estás vos.
Solo que algunos, como Cristina y Alberto
ahora, para hacer el ajuste y otras
cosas, tienen permiso. Es que hoy por hoy cualquiera pone los deditos en “v”, se saca una selfie y
ya es peronista. Aunque no tenga la más pálida idea de la historia y la
doctrina del movimiento y adore a personajes que, cuando gobiernan, logran que
la justicia social no pase de beneficiarlos a ellos mismos y a sus parientes.
Cristina y Alberto tienen permiso para
ajustar y vía libre para venderlo como un acto solidario. Tienen un permiso que
no precisan pedir.
Y
que los giles siempre les dan.
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