viernes, 11 de julio de 2014

       EL ORGULLO DE SER ARGENTINO…


     Desde que el misionero Romero le atajó un par de penales a los holandeses y el rosarino Maxi Rodríguez le perforó el arco al golero tulipán poniéndonos en la final de un mundial de fútbol tras un cuarto de siglo, “el orgullo de ser argentino” se convirtió en una sensibilidad declarada que copó la parada. Se la oye decir, se la expresa por televisión o grabada en una remera, se la puede leer en varios portales de internet  o en las redes sociales.
     No sé si a vos te pasará lo mismo pero yo no necesito que un tiro libre de Messi sea gol o que el domingo levantemos nuestra tercera Copa del Mundo en mundiales de mayores para sentirme orgulloso de haber nacido acá.  “Acá” es mi Argentina.  Tú Argentina. Nuestra Argentina.
     Ser argentino es algo que no cambiaría ni aunque pudiera. Amo las cosas que se me hacen irremplazables de nuestra idiosincrasia. Amo nuestros cafés. La impresionante belleza de nuestras mujeres. A Perón y a Evita del mismo modo que otro a Irigoyen, Illia o Alfonsín. A San Martín, a Belgrano y a Artigas (el más argentino de los uruguayos). Amo la obra excelsa de Borges, Eduardo Mallea, Cortázar, Alfonsina y Rodolfo Walsh.  A Boca Juniors. A Buenos Aires. También a la Oberá  que tanto me da. Amo los olores de mi infancia  con el café con leche listo para tomar. El bandoneón de “Pichuco” y además el de Piazzolla.  La voz de Gardel cuando dice “yo sé que ahora vendrán caras extrañas…” y le creo su dolor. A Luca Prodan, a Charly y al flaco Spinetta. A la estética de mi lenguaje, que es un idioma que le ofrece a las sensaciones unas garantías que no les debe ofrecer ningún otro. A Rosario, la tierra de mi viejo, la quiero precisamente  porque parió a mi viejo. Y a Pompeya, el porteño barrio de mi vieja, lo quiero porque de ahí era ella. Amo la pizza de muzzarella con fainá y a nuestros vinos sin rival. Las medialunas de grasa. La radio. Nuestros artistas. Olmedo. Las revistas de “Isidoro”. Nuestra variedad de climas. El mar, las montañas, las sierras y nuestros ríos. A lo que estudié y a lo que debería estudiar. A lo que aprendí acá y a lo que también acá debería seguir aprendiendo. A Pappo.  A “La noticia rebelde”. La película “Camila”. A mi hermana. A mis sobrinos. A mi mujer que es mi amor. A los abuelos que no conocí.  A las calles que recorrí. Al sol de cada día y a cada una de mis noches.

     Cada crítica que le hago a mi país, a mi ciudad natal, a mi barrio, o a donde vivo ahora, es hija de la indignación que me produce que no seamos ni la mitad de lo que podemos ser. Que nuestro sistema de Salud haya sido eliminado en Primera Ronda, nuestra Justicia en Octavos, la Seguridad en Cuartos y nuestra Educación ya no clasifique más a ningún mundial. Me molesta que le roben a mi país y con la camiseta puesta para impactar a los giles. Que nos tengan postrados y no los canallas de afuera, que los hay, sino los déspotas de adentro.

     Así las cosas el domingo a la tarde-noche seré el primero en festejar si ganamos. Como hice en 1978 o en 1986 porque ganar un mundial es hermoso. Ser colectivamente feliz es hermoso. Y si perdemos me amargaré. Como me sucedió en 1990.

      Pero no me vengan con el impresentable cuento de que descubrieron el valor de la argentinidad en un quite de Mascherano.  La pelota no es la patria así que no intenten trasladarme a mí sus dudas acerca de algo que hace mucho tengo en claro.
     Ese algo es que me encanta ser argentino.
      Y para que me siga encantando, yo no necesito levantar ninguna copa.


     

    

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