ENFERMOS DE IMPORTANCIA
Una cosa es ser un ciudadano comprometido
con el porvenir de su metropóli y otra, muy distinta, es ser un hombre
carcomido por su insatisfecho ego que va
convirtiendo a su lucha social en un pretexto para trascender él. ¿Cómo
distinguir a unos de otros? Puede que
sea imposible.
Ya hemos recordado varias veces que en la
antigua Grecia el “idiota” era aquél hombre despreocupado de los asuntos de su
ciudad. El “idiota” era el antagonista del “ciudadano”, que sí metía las
narices en la cosa pública. La palabra idiota fue impregnándose de una connotación
peyorativa hasta hacerse socio en el club de los sinónimos de “tonto”,
“imbécil”, “subnormal”, “retrasado” o “ignorante”. Del mismo modo el involucrarse
en la búsqueda de la felicidad colectiva ya no fue cuestión reservada a los
hombres y mujeres íntegros. De hecho, ahora mismo hay cada “idiota”-en su acepción moderna- que
la va de líder comunitario y que bien nos vendría perderlos por el camino!.
A ver si distinguimos: no hablamos del cretino que se postula como
un sujeto independiente delante de sus pares cuando en realidad lo banca por
atrás el mismo Poder que critica por adelante. Abundan estos seres
despreciables, obviamente. En Oberá, por ejemplo, las comisiones vecinales
suelen estar dominadas por algunos de los muppets del alcalde Rindfleisch. Es
simple: al manejar indirectamente una comisión vecinal y acotar la capacidad de
reclamo a la acción de las mismas el intendente de Oberá, como tantísimos otros
en el país, controlan la protesta social. Esos agrupamientos suelen ser las
divisiones inferiores de la política. Luego, al crecer, algunos de sus
integrantes pasan a jugar en primera en el equipo de todos y nos terminamos
yendo a la “B”. Por tener un pésimo promedio al cabo de años.
Hablamos de otra clase de sujeto. Que es
más complejo en su andar. A ver: “el hombre mediocre”-como lo describe José
Ingenieros en su texto de hace poquito más de un siglo-es sumiso a toda rutina
y a los prejuicios, formando parte de un rebaño cuyas acciones o motivos no
cuestiona, sino que acompaña . El mediocre es maleable, ignorante y cómplice de
los intereses creados. Vive según las conveniencias y si no es un cobarde le
pega en el palo. A veces, ese nuevo hombre mediocre-un siglo más viejo del
estereotipo de Ingenieros-se mete a “hacer algo”. Ese es el punto. Porque su
actitud de “hacer algo” no obedece a
ninguna clase de rebeldía contra las injusticias sino a la necesidad ineludible de no morirse de
aburrimiento y a la única injusticia que le urge reparar: que no se lo tenga en
cuenta a él.
No pretenden cambiar nada. Tampoco hacer
gatopardismo porque pretender que pergeñan alguna mínima estrategia de orden
comunal es sobreestimarlos. Se conforman con figurar. “Figuro, luego existo”
diría un Descartes del siglo XXI. Pero atención si consiguen que les den bola
porque podemos asistir al crecimiento de un vanidoso que retroalimenta su ego
con la preponderancia que va adquiriendo. Se van transformando en vanidosos
insaciables que pretenden que hablan de los problemas de todos cuando siempre
hablan de ellos. Se va haciendo evidente que mueren por los mass-media y odian
los cortes de luz pero porque los desconecta del Facebook. Creen que la foto de
su perfil en las redes sociales tiene a todos pendientes y se la pasan
opinando. Opinan verdaderas estupideces. Pero les encanta hacerlo porque su
acción egocéntrica maquillada de altruista es su mejor emoción del día y
prefieren generar bronca antes que apatía. No lo leyeron ni conocen la frase
pero compartirían aquello de Dalmiro Sáenz en “Yo te odio, político” cuando
señala que “lo contrario del amor no es el odio. Es la indiferencia”.
Se dirá que en todo lo que se hace y hasta en un debate de ideas
uno siempre defiende dos cosas: una tesis sí, pero también a sí mismo. Correcto
pero hay que tener cuidado con los desbordes de estos “enfermos de importancia”
porque tener elevada la autoestima es tan sano como diferente de tener que soportar a quiénes huyen de la oscuridad de su casa refugiándose en la luz de la calle. Estos sujetos cuando suben lo hacen solos pero cuando caen, porque siempre caen,
aterrizan arriba de todos. Algunos no pasan de la esquina de su casa pero otros
llegan lejos favorecidos por la mayoritaria falta de compromiso social.
Entonces. ¿no está perfecto que se involucren en algunas luchas comunitarias?
No, porque ya te advertimos que lo que menos les importa es el bienestar
general. Es una ficción que encarnan en la búsqueda de un bienestar personal. Y debería
llamar a gritos a la reflexión a los que no se comprometen ni a una
conversación. Ser indiferente debería ser pecado porque los peores ocupan el lugar que dejan los mejores. Bueno, según recuerdo es
pecado. En la “Divina Comedia” el Dante cuenta que el “anteinfierno” está
reservado para los indiferentes.
Vaya si la Argentina precisa gente
comprometida y puesta a controlar al Poder. Sabemos (¿sabemos?) que una
sociedad alerta y exigente es la salvaguarda de una democracia con calidad
institucional y que una democracia con calidad institucional lleva a una mejor
y sustentable calidad de vida, cosa que ya nos hemos cansado de explicarle inútilmente
a los que viven en un termo y por ende no escuchan.
Pero ser ciudadano es una cosa que poco
tiene que ver con “figurettis”. Ser ciudadano
es tener un sueño colectivo. Es entender que uno no puede ser feliz en
medio de una sociedad infeliz. Es querer progresar tomados de la mano. Es ser
lo suficientemente sabio como para comprender que la unión hace la fuerza y que
el que inventó ese refrán sabía de lo que hablaba. Es ceder cuando hace falta y
tener una gran autoestima pero, como no es vanidad, permite caminar hacia
adelante sin pisar a nadie ni armar escaleras en donde cada humano o grupo a
integrar sea un escalón.
La
vanidad engendra al tirano. Capaz de recorrer largos caminos esa clase
de sujeto puede que acumule más y más Poder. Siempre con el cuento de que las
mejoras serán universales. Pero al final son sólo individuales: ellos ven las necesidades de su carne colmadas
mientras el resto debe volver a empezar. Líderes de la decadencia en una
sociedad tan decadente que no toma conciencia de cuán bajo ha caído.
Así, motorizados por un ego que cotiza en
bolsa amén de talentos para abrirse paso porque donde llegaron ellos no llega
cualquiera, hay casos de personas que llegaron adonde supieron arribar pero adonde
no debieron arribar: Cristina llegó a ser ésta Kirchner, Maurice llegó a ser éste
Closs y Ewaldo llegó a ser éste Rindfleisch.
Devenidos no en líderes positivos sino en enfermos de importancia que hicieron
lo que hicieron, hacen lo que hacen y vaya uno a saber lo que aún harán porque se
niegan a dejar lo que hoy tienen.
Todo empieza siempre con un “yo”.
Escondido en un “nosotros”.
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