miércoles, 11 de marzo de 2015

          ENFERMOS DE IMPORTANCIA

     Una cosa es ser un ciudadano comprometido con el porvenir de su metropóli y otra, muy distinta, es ser un hombre carcomido por su insatisfecho ego  que va convirtiendo a su lucha social en un pretexto para trascender él. ¿Cómo distinguir a unos de otros?  Puede que sea imposible.

   

      Ya hemos recordado varias veces que en la antigua Grecia el “idiota” era aquél hombre despreocupado de los asuntos de su ciudad. El “idiota” era el antagonista del “ciudadano”, que sí metía las narices en la cosa pública. La palabra idiota fue impregnándose de una connotación peyorativa hasta hacerse socio en el club de los sinónimos de “tonto”, “imbécil”, “subnormal”, “retrasado” o “ignorante”. Del mismo modo el involucrarse en la búsqueda de la felicidad colectiva ya no fue cuestión reservada a los hombres y mujeres íntegros. De hecho, ahora mismo  hay cada “idiota”-en su acepción moderna- que la va de líder comunitario y que bien nos vendría perderlos por el camino!.

     A ver si distinguimos:  no hablamos del cretino que se postula como un sujeto independiente delante de sus pares cuando en realidad lo banca por atrás el mismo Poder que critica por adelante. Abundan estos seres despreciables, obviamente. En Oberá, por ejemplo, las comisiones vecinales suelen estar dominadas por algunos de los muppets del alcalde Rindfleisch. Es simple: al manejar indirectamente una comisión vecinal y acotar la capacidad de reclamo a la acción de las mismas el intendente de Oberá, como tantísimos otros en el país, controlan la protesta social. Esos agrupamientos suelen ser las divisiones inferiores de la política. Luego, al crecer, algunos de sus integrantes pasan a jugar en primera en el equipo de todos y nos terminamos yendo a la “B”. Por tener un pésimo promedio al cabo de años.


      Hablamos de otra clase de sujeto. Que es más complejo en su andar. A ver: “el hombre mediocre”-como lo describe José Ingenieros en su texto de hace poquito más de un siglo-es sumiso a toda rutina y a los prejuicios, formando parte de un rebaño cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que acompaña . El mediocre es maleable, ignorante y cómplice de los intereses creados. Vive según las conveniencias y si no es un cobarde le pega en el palo. A veces, ese nuevo hombre mediocre-un siglo más viejo del estereotipo de Ingenieros-se mete a “hacer algo”. Ese es el punto. Porque su actitud de  “hacer algo” no obedece a ninguna clase de rebeldía contra las injusticias  sino a la necesidad ineludible de no morirse de aburrimiento y a la única injusticia que le urge reparar: que no se lo tenga en cuenta a él.


     No pretenden cambiar nada. Tampoco hacer gatopardismo porque pretender que pergeñan alguna mínima estrategia de orden comunal es sobreestimarlos. Se conforman con figurar. “Figuro, luego existo” diría un Descartes del siglo XXI. Pero atención si consiguen que les den bola porque podemos asistir al crecimiento de un vanidoso que retroalimenta su ego con la preponderancia que va adquiriendo. Se van transformando en vanidosos insaciables que pretenden que hablan de los problemas de todos cuando siempre hablan de ellos. Se va haciendo evidente que mueren por los mass-media y odian los cortes de luz pero porque los desconecta del Facebook. Creen que la foto de su perfil en las redes sociales tiene a todos pendientes y se la pasan opinando. Opinan verdaderas estupideces. Pero les encanta hacerlo porque su acción egocéntrica maquillada de altruista es su mejor emoción del día y prefieren generar bronca antes que apatía. No lo leyeron ni conocen la frase pero compartirían aquello de Dalmiro Sáenz en “Yo te odio, político” cuando señala que “lo contrario del amor no es el odio. Es la indiferencia”.


     Se dirá que en todo lo que se hace y hasta en un debate de ideas uno siempre defiende dos cosas: una tesis sí, pero también a sí mismo. Correcto pero hay que tener cuidado con los desbordes de estos “enfermos de importancia” porque tener elevada la autoestima es tan sano como diferente de tener que soportar a quiénes huyen de la oscuridad de su casa refugiándose en la luz de la calle. Estos sujetos cuando suben lo hacen solos pero cuando caen, porque siempre caen, aterrizan arriba de todos. Algunos no pasan de la esquina de su casa pero otros llegan lejos favorecidos por la mayoritaria falta de compromiso social. Entonces. ¿no está perfecto que se involucren en algunas luchas comunitarias? No, porque ya te advertimos que lo que menos les importa es el bienestar general. Es una ficción que encarnan en la búsqueda de un bienestar personal. Y debería llamar a gritos a la reflexión a los que no se comprometen ni a una conversación. Ser indiferente debería ser pecado porque los peores ocupan el lugar que dejan los mejores. Bueno, según recuerdo es pecado. En la “Divina Comedia” el Dante cuenta que el “anteinfierno” está reservado para los indiferentes.


     Vaya si la Argentina precisa gente comprometida y puesta a controlar al Poder. Sabemos (¿sabemos?) que una sociedad alerta y exigente es la salvaguarda de una democracia con calidad institucional y que una democracia con calidad institucional lleva a una mejor y sustentable calidad de vida, cosa que ya nos hemos cansado de explicarle inútilmente a los que viven en un termo y por ende no escuchan.


     Pero ser ciudadano es una cosa que poco tiene que ver con “figurettis”. Ser ciudadano  es tener un sueño colectivo. Es entender que uno no puede ser feliz en medio de una sociedad infeliz. Es querer progresar tomados de la mano. Es ser lo suficientemente sabio como para comprender que la unión hace la fuerza y que el que inventó ese refrán sabía de lo que hablaba. Es ceder cuando hace falta y tener una gran autoestima pero, como no es vanidad, permite caminar hacia adelante sin pisar a nadie ni armar escaleras en donde cada humano o grupo a integrar sea un escalón.


      La  vanidad engendra al tirano. Capaz de recorrer largos caminos esa clase de sujeto puede que acumule más y más Poder. Siempre con el cuento de que las mejoras serán universales. Pero al final son sólo individuales: ellos  ven las necesidades de su carne colmadas mientras el resto debe volver a empezar. Líderes de la decadencia en una sociedad tan decadente que no toma conciencia de cuán bajo ha caído.


     Así, motorizados por un ego que cotiza en bolsa amén de talentos para abrirse paso porque donde llegaron ellos no llega cualquiera, hay casos de personas que llegaron adonde supieron arribar pero   adonde no debieron arribar: Cristina llegó a ser ésta Kirchner, Maurice llegó a ser éste Closs y Ewaldo llegó a ser éste Rindfleisch.  Devenidos no en líderes positivos sino en enfermos de importancia que hicieron lo que hicieron, hacen lo que hacen y vaya uno a saber lo que aún harán porque se niegan a dejar lo que hoy tienen.


      Todo empieza siempre con un “yo”.
      Escondido en un “nosotros”.
    




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