LO QUE HAY QUE TENER PARA INDIGNARSE
Frente a hechos aberrantes no todas las
personas consiguen indignarse. ¿Por qué?
La etimología nos da la respuesta: para “indignarse”, primero, hay que
tener “dignidad”.
El concepto de "dignidad" en su
dimensión político-social, aparece en la "dignitas" (en latín) de la
antigua Roma en la que está ligado a la política, entendiendo a la política
como lo que era en su génesis: la preocupación del ciudadano por la cosa pública.
Impregnada de un carácter moral, la dignitas romana representaba la cualidad
distintiva del hombre que era íntegro. Así las cosas la dignidad tiene mucho
que ver con la educación, pero también con un impulso interior, algo que viene
desde adentro y se gesta en las tripas. La dignidad es el rival directo e
irreconciliable de la esclavitud de modo tal que para alcanzar la dignidad hay
que amar la libertad. Debe ser por eso
que en cualquier tiempo y lugar a un “ciudadano” le sobra toda la dignidad que
al “vasallo” le falta.
En su dimensión teológica, el
crisitianismo nos enseña que la dignidad del ser humano nace de su semejanza
con Dios. En todo credo, la dignidad surge cuando lo divino que habita en el
hombre supera a lo animal que hay en él. San Agustín nos dice claramente que
Adán-el primer hombre y de ahí su descendencia-fue creado a imágen y semejanza
de Dios y que por eso adquirió dignidad.
Ergo, no cualquiera se
"indigna". Hay quienes podrán enojarse, molestarse, tener bronca.
Pero para poder “indignarse” hay que
sentir visceralmente que te quieren quitar tu dignidad. Y para que te puedan
quitar algo, primero tenés que tenerlo. Es una idea que adquirió las formas de
la convicción en lo bello y lo sublime que observa Kant, en los trabajos de Nietzche,
en los de Schopenhauer, en los de Schiller, en la lucha por los derechos
humanos en serio, en el rico y en el pobre, en el cristiano y en el ateo, en el
joven y en el viejo, en el hombre y en la mujer. Seguro te debés acordar que la
dignidad, en la Argentina de nuestros padres, era mayoría.
La pérdida de la capacidad de asombro es la
principal característica de una Argentina que devino en el sueño de todo
déspota: mansos y conformistas se cuentan por millones y más que rebelarse
contra el Poder que los oprime buscan ser parte de él. Es cierto que la mentira
nunca ha tenido tanta libertad como para lograr que tantos compatriotas de
buena fe crean que comer miguitas de la
gran torta que degluten los poquitos de siempre (los de siempre porque
nada ha cambiado) es estar mejor. Tan
cierto como que conviven con nosotros
tipos y tipas a quiénes la corrupción del Poder, en vez de “indignación”,
les provoca “envidia”. Y en eso tengo
malas noticias: siempre que la economía parezca
que va bien, será una enfermedad incurable.
Hace mucho que hemos puesto el ojo en esa
parte de la sociedad que no tiene problemas en bancarse las barbaridades
perpetradas por los ocupantes de un Poder al que tanto investigamos. Años
contando cómo se roba, se mata y se miente a indiferentes que se resisten a
comprobar que hoy es aquél mañana que ayer no te importó. Tácticamente
erróneos, algunos siguen hablando de los dirigentes. Sin hablar de la
gente, a la que esos dirigentes tanto se parecen.
Podrá morir un fiscal horas antes de
hacer públicos sus argumentos para denunciar a la Presidente de la nación.
Podrán quemar viva a una familia para robarles. Podremos devolverle un cadáver
a la madre que nos entregó un hijo. La angustia recorrerá cuerpo y alma de los
que ven chicos que en el país de las vacas no gustaron el sabor de la leche.
Los hijos del Poder podrán violar y matar a todas las chicas que no sepan como
enamorar. Podrán crecer los sobreprecios, la falta de agua y de luz. Podrán
muchos morir en la víspera y otros cobrar contentos la limosna de la que jamás
dejarán de depender. Todo puede suceder.
Y una vez sucedido, a montones no se les
moverá un pelo y hasta dirán y escribirán sus estupideces pagas mientras el
resto se seguirá preguntando cómo no se dan cuenta que la impunidad trae más
impunidad y que indignarse ante ciertas cosas es la única actitud posible de un
criollo bien parido.
Entonces uno deberá seguir contando cada
día que, pobres, esa clase de personas no puede indignarse. Sencillamente no
pueden.
Porque-como hemos visto-para poder
“indignarse”, primero hay que tener
“dignidad”.
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