CARLOS FERNÁNDEZ:
UN BUEN AMO
UN BUEN AMO
Bien clarito habló Marco Tulio Cicerón
cuando afirmó que “la libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no
tenerlo”. Contemporáneo de Julio César, Cicerón conoció el aplauso, el exilio y
su propia ejecución. Fue partidario del equilibrio de poderes en la Roma de los
excesos, situándose tan fuera de tiempo como lo está un ciudadano en el feudo
misionero de la renovación.
Lleno, demasiado lleno está de
municipios de tierra colorada en los que
sus habitantes creen haber encontrado “un buen amo”. Oberá parece haber
conseguido el suyo. Se llama Carlos Fernández.
Médico pediatra (y uno muy bueno),
Fernández supo sacar ventaja política de esa condición. En los pueblos y las
ciudades pequeñas el médico goza de un respeto reverencial. Por la noche
obereña desfilan jeans y minifaldas llevados por chicos y chicas que él trajo
al mundo. Y eso no se olvida.
Para mayor fe, su imagen y su acción
contrastan de modo contundente con la de su antecesor Ewaldo Rindfleisch, que
mejoró su posición económica en el estado y pergeñó una administración
hermética que puso el foco exclusivamente en los negocios. Fernández no se
enriqueció con la política, es de mejor trato, más abierto y, hasta ahora, no
se conocen casos de corrupción en su gobierno de diecinueve meses.
Pero más allá de sus buenas formas y su
honestidad personal, que por comparación con Rindfleisch son una bocanada de
oxígeno que en la ciudad sin duda se precisaba mucho, Fernández no deja de ser
un “amo”. Uno "bueno". Pero un “amo”.
Hemos gastado teclados escribiendo para
detallar los modos en el que el feudalismo se pudo entronizar en Misiones. Pero siempre saliendo de la explicación
demagógica que postula a la sociedad
como mera “víctima” de unos señores muy malos que ejercen el poder
despóticamente, de manera incontrolable y sospechosa, a pesar de tener en
contra a la mayoría de un pueblo que le
busca la vuelta al asunto para liberarse. ¡Qué se van a querer liberar!
Nada que ver. La provincia se llenó de capangas con votos y, a lo sumo, los
cambian por otro capanga.
“El Poder no crea la obediencia. Es la
obediencia la que crea el Poder”, razonó Étienne de La Boétie hace unos
quinientos años. Pero podría haber razonado así no en la Francia de 1548 sino
tomando un café en el Bar Español de Posadas ayer a la tarde. Su discurso sobre
la “servidumbre voluntaria” describe con precisión de cirujano el mayoritario
comportamiento de la sociedad misionera desde 2003. Rovira, Closs y Passalacqua
son personajes que solo se han mejorado la vida a sí mismos y a sus tartufos,
El resto sigue con problemas en el suministro de luz, en el de agua potable, muchos sin siquiera cloacas, todos sin gas
natural y la mayoría cobrando diez mangos. A tiempo, pero diez mangos. Sin
embargo han contado y cuentan con un grado de sumisión obscena que deja en
ridículo a quiénes aún no se animan a asumir en qué clase de sociedad viven y a
la que le piden el voto siempre sin conquistarlo nunca.
Es en ese contexto en el que puede haber
un Rindfleisch déspota, incapaz, sanatero y atracador. Pero también un
Fernández simpático, de buenos modales, sencillo y transparente. Los dos son renovadores.
Los dos son lugartenientes de Rovira. Los dos bancan al espacio político que
garantizó la impunidad del crimen de “Marilyn” Bárbaro. Los dos siguen sumando
apoyos para el señor feudal. Los dos silencian el atropello a la justicia. Uno,
Rindfleisch, saqueó Oberá. El otro, Fernández, vio pasar las pruebas del saqueo delante de sus
narices sin hacer nada. Ni ayer como concejal ni hoy como intendente.
Misiones en el siglo XXI. Una tierra colorada
que quizás se ponga de ese color de la vergüenza por el modo en que mandan los
que gobiernan. Un lugar en donde la lucha por la libertad se reduce a sacarse
de encima a algunos amos impresentables.
Para reemplazarlos por otro amo. Uno “más bueno”.
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