sábado, 22 de julio de 2017

           CARLOS FERNÁNDEZ: 

              UN BUEN AMO

      



     Bien clarito habló Marco Tulio Cicerón cuando afirmó que “la libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo”. Contemporáneo de Julio César, Cicerón conoció el aplauso, el exilio y su propia ejecución. Fue partidario del equilibrio de poderes en la Roma de los excesos, situándose tan fuera de tiempo como lo está un ciudadano en el feudo misionero de la renovación.

     Lleno, demasiado lleno está de municipios  de tierra colorada en los que sus habitantes creen haber encontrado “un buen amo”. Oberá parece haber conseguido el suyo. Se llama Carlos Fernández.

     Médico pediatra (y uno muy bueno), Fernández supo sacar ventaja política de esa condición. En los pueblos y las ciudades pequeñas el médico goza de un respeto reverencial. Por la noche obereña desfilan jeans y minifaldas llevados por chicos y chicas que él trajo al mundo. Y eso no se olvida.

     Para mayor fe, su imagen y su acción contrastan de modo contundente con la de su antecesor Ewaldo Rindfleisch, que mejoró su posición económica en el estado y pergeñó una administración hermética que puso el foco exclusivamente en los negocios. Fernández no se enriqueció con la política, es de mejor trato, más abierto y, hasta ahora, no se conocen casos de corrupción en su gobierno de diecinueve meses.

     Pero más allá de sus buenas formas y su honestidad personal, que por comparación con Rindfleisch son una bocanada de oxígeno que en la ciudad sin duda se precisaba mucho, Fernández no deja de ser un “amo”. Uno "bueno". Pero un “amo”.

     Hemos gastado teclados escribiendo para detallar los modos en el que el feudalismo se pudo entronizar  en Misiones. Pero siempre saliendo de la explicación demagógica  que postula a la sociedad como mera “víctima” de unos señores muy malos que ejercen el poder despóticamente, de manera incontrolable y sospechosa, a pesar de tener en contra a la mayoría de un pueblo que le  busca la vuelta al asunto para liberarse. ¡Qué se van a querer liberar! Nada que ver. La provincia se llenó de capangas con votos y, a lo sumo, los cambian por otro capanga.

     “El Poder no crea la obediencia. Es la obediencia la que crea el Poder”, razonó Étienne de La Boétie hace unos quinientos años. Pero podría haber razonado así no en la Francia de 1548 sino tomando un café en el Bar Español de Posadas ayer a la tarde. Su discurso sobre la “servidumbre voluntaria” describe con precisión de cirujano el mayoritario comportamiento de la sociedad misionera desde 2003. Rovira, Closs y Passalacqua son personajes que solo se han mejorado la vida a sí mismos y a sus tartufos, El resto sigue con problemas en el suministro de luz, en el de agua potable,  muchos sin siquiera cloacas, todos sin gas natural y la mayoría cobrando diez mangos. A tiempo, pero diez mangos. Sin embargo han contado y cuentan con un grado de sumisión obscena que deja en ridículo a quiénes aún no se animan a asumir en qué clase de sociedad viven y a la que le piden el voto siempre sin conquistarlo nunca.

     Es en ese contexto en el que puede haber un Rindfleisch déspota, incapaz, sanatero y atracador. Pero también un Fernández simpático, de buenos modales, sencillo y transparente. Los dos son renovadores. Los dos son lugartenientes de Rovira. Los dos bancan al espacio político que garantizó la impunidad del crimen de “Marilyn” Bárbaro. Los dos siguen sumando apoyos para el señor feudal. Los dos silencian el atropello a la justicia. Uno, Rindfleisch, saqueó Oberá. El otro, Fernández, vio  pasar las pruebas del saqueo delante de sus narices sin hacer nada. Ni ayer como concejal ni hoy como intendente.

     Misiones en el siglo XXI. Una tierra colorada que quizás se ponga de ese color de la vergüenza por el modo en que mandan los que gobiernan. Un lugar en donde la lucha por la libertad se reduce a sacarse de encima a algunos amos impresentables.


     Para reemplazarlos por otro amo.  Uno “más bueno”.

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