ONCE CONTRA UNO
La sociedad
argentina del siglo XXI ha conseguido que el tener en la selección nacional de
fútbol al mejor jugador del mundo, sea un problema.
La primera reacción frente a este
enunciado es negarlo. O acotarlo. ¿La sociedad? No. “Parte de ella”. “Ciertos
periodistas”. “Sus compañeros”. “Los técnicos que lo dirigen”. Y expresiones
por el estilo. Esa reacción, que tiene mucho de negación, es parte del
problema.
En una expresión más del pensamiento mágico,
que en la Argentina tiene clara ventaja en el historial contra el pensamiento
crítico, nos gusta creer que Lionel Messi tiene la obligación de “salvarnos” en
cada partido que juega. Esa es la “táctica” del equipo nacional desde hace años. Esperar que se la den a él y apile jugadores,
o meta goles de tiro libre clavándola en un ángulo ¿Por qué tiene que hacer
eso? Porque lo hace siempre en el Barcelona.
Y cómo en la selección eso lo hace muy
poco, y nadie se toma el laburito de examinar no que hace de distinto Messi con
el Barcelona sino que hace de distinto el Barcelona con Messi, el rosarino suele
recibir un mote que es uno de los clichés favoritos entre la cibergilada: el de
“pecho frío”.
Así, en cada partido, pareciera ser Messi
contra los equipos rivales. Once contra uno. Para adorarlo hasta el paroxismo
si nos salva, como aquella noche que metió tres goles en Ecuador para que
podamos estar en Rusia. O para masacrarlo, como después del pésimo encuentro
que jugó contra Croacia.
La selección ha vuelto a vivir como en las
épocas A.M. (antes de Menotti). Como en los años sesenta y los comienzos de los
setenta, cuando ser convocado a ella era quemarse, cuando nuestros grandes
jugadores jamás conformaban un equipo, cuando los intereses de los clubes
estaban bien por encima del interés del seleccionado y los dirigentes eran, a
la manera del “Guazón” de Heath Ledger, agentes del caos.
Ante sucesivos desencantos de una popular
ganada por la ansiedad del placer inmediato, se fue generando una estadística
contundente: el domingo 4 de julio de 1993, en el estadio “Monumental” de
Guayaquil, Ecuador, la Argentina le ganó 2 a 1 a México con dos goles de Gabriel
Batistuta y levantó su decimocuarta Copa
América. Fue el último título ganado por una selección en mayores. El técnico
era Alfio Basile, consagrado bicampeón porque en 1991 también había logrado la
copa jugada en Chile. Pasaron veinticinco años. Un cuarto de siglo. Y seis
copas mundiales, siete con la de Rusia. Y nueve ediciones de Copa América. Sin
ganar nada.
Desde aquella fría tarde de julio del 93 hasta
hoy, en la selección jugaron tipos de la dimensión de Goycochea, Islas,
Ruggeri, Redondo, Simeone, Caniggia, Ortega, Balbo, Maradona, Burgos, Ayala,
Zanetti, Verón, Almeyda, Gallardo, Crespo, Sorín, Aimar, el “Kily” González, Milito,
Cambiasso, Mascherano, Riquelme, Saviola,
Tévez, Sergio Romero, Agüero, Palermo, Higuaín y Messi, entre otros.
Y dirigieron Alfio Basile-dos veces-,
Daniel Passarella, Marcelo Bielsa, José Pékerman, Diego Maradona, Sergio
Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli. Once
técnicos y doce ciclos.
Como se verá, echarle la culpa de los
sucesivos fracasos exclusivamente a Lionel Messi es, por lo menos, de gente mal
informada.
Y
pretender que Lionel Messi gambetee a
cinco rivales por partido, meta el gol, y nos lleve derecho a levantar nuestra
tercera copa del mundo ante la mirada de sus diez compañeros haciendo de meros
testigos, es, por lo menos, de gente torpe.
El único mesías verdadero pisó esta tierra
hace dos mil años. El resto son mortales que se equivocan.
Pero estamos en épocas de claro retroceso
de la profundidad. Nos gustan las explicaciones de ciento cuarenta caracteres o
de veinticinco segundos. Y nos gusta ser coyunturales, no estructurales. Nos
gusta creer en iluminados y líderes mesiánicos, con los que pasamos del amor al
odio. Eso causa menos fatiga que preguntarnos si es posible hacer las cosas mal
y que salgan bien. Como si las metas nada tuvieran que ver con el trabajo y
llegar a ellas dependiera de algo metafísico.
Cuando un país con una historia de títulos
y de jugadores riquísima, con actores del presente que ganan, gustan y salen
campeones en las ligas de España, Italia o Inglaterra, se clasifica a una copa
del mundo con el Jesús en la boca y vive de frustración en frustración, seguramente
hay más de uno haciendo las cosas mal.
Hace poco el jugador Paulo Dybala declaró
que “es difícil jugar con Messi”. Llamativo que el delantero de la Juventus aún no haya aprendido que lo difícil no es
jugar con los buenos, sino con los troncos.
Que Messi sea argentino y juegue para
nosotros debería facilitarnos las cosas, no complicarlas. Eso no significa de
ningún modo eximirlo de críticas cuando juega mal o se ausenta de los partidos,
cosa que hace seguido en la selección. Significa buscar la manera de aprovechar
lo que se tiene, mientras se lo tiene, y que un día ya no se tendrá y se
extrañará. Como nos pasó con Maradona.
El poeta griego Sófocles dijo que "No
haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores".
Debe ser que la vida es muy injusta con
nosotros. Habiendo tantos países donde pudo engendrarse al mejor jugador de
fútbol del mundo, justo viene a nacer acá.
En la Argentina.
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