LOS DEMÁS
Una y cuarto de la tarde del lunes 1º de julio de 1974. Juan Domingo Perón es declarado oficialmente muerto por los médicos que intentaron reanimarlo tras sufrir un segundo y definitivo paro cardíaco. Tenía 78 años de edad y era, por tercera vez, el presidente constitucional de la Argentina. Su último mandato había durado 262 días. No dejaba hijos pero sí una feroz pugna por la herencia política entre leales y traidores, sindicalistas y burócratas, y entre asesinos: los de la “Triple A” y los vástagos montoneros.
También
dejaba un país con una calidad de vida que había desafiado a los golpes de
estado y a la violencia política. El desempleo era solo del 2,7%. Y la pobreza se situaba apenas en el 4,5%. Números de una economía que parecen
de un país utópico ante este presente distópico.
Perón
tuvo mucho que ver con ese bienestar. Tuvo que ver con muchos malestares.
Pero con ese bienestar también.
Atrás
quedaban tres décadas de un exitoso proceso económico que arrancó en 1.946.
Con el primer gobierno constitucional de Perón. Con sus más y con sus menos
entre el 46 y el 74 el Producto Bruto Interno-el indicador que mide lo bien o
lo mal que le va a un país-creció, en promedio, un cuatro por ciento anual. Fue el mayor crecimiento consecutivo de la
historia económica argentina.
A Perón se lo puede criticar mucho y casi
todo lo que se diga será cierto. Pero también se lo puede elogiar mucho y,
también, casi todo lo que se diga será cierto. Hace setenta y cinco años, el 17
de octubre, una multitud de trabajadores fueron a pedir por él a la Plaza de
Mayo. Esa multitud a la que el diputado
radical bonaerense Ernesto Sammartino calificaría un par de años después,
hablando en el Congreso, de “aluvión zoológico”.
Está de moda que los liberales “refresh”
que tenemos en la Argentina hablen en la tele de “una decadencia de setenta
años”. Ergo, desde que Perón se entronizó en el poder. Lo mismo decían nuestros liberales de siempre, como el patético Álvaro Alsogaray, un
liberal en lo económico que apoyó todas las dictaduras, provocando el espanto
de los europeos que, más serios, no podían creer que se pueda defender la
libertad económica pero no la individual. Espert y Milei pueden manipular
nuestro pasado porque le hablan a ignorantes incapaces de refutarlos porque
para aprender historia hay que hacer el esfuerzo intelectual de leer y a la moderna
pereza mental le queda más cómodo limitarse
a dar likes en Facebok. ¡Mirá vos! Ahora resulta que sentimos nostalgia de la
“Década Infame”, de la Argentina como virtual colonia inglesa, de la “Semana
Trágica” o del “Régimen Conservador”, donde el clientelismo y el fraude
electoral eran los cimientos de un modelo en el que ser un trabajador equivalía a ser un esclavo casi de la época de
Espartaco.
En el imaginario colectivo Perón es el
político que, desde el poder, se ocupó de esa clase de gente que todo el resto
de los políticos olvidan cuando llegan al poder: los laburantes. Y fue así.
Lo
que vino después de aquél mediodía del invierno del 74 ya lo sabemos.
Triple A vs Montoneros (ambos responsabilidad de Perón). Isabel en un cargo que
le quedaba enorme (también). El “Rodrigazo”. El golpe de estado y una dictadura
que con el combate a la subversión y la guerra de Malvinas liquidó a dos generaciones y que con Martínez
de Hoz cambió para siempre nuestra economía: pasamos del intentar producir al
buscar especular. Con la vuelta de la democracia comimos- cada vez menos-, nos
curamos-cada vez peor-, y nos educamos-cada vez con menos exigencia-. El
menemismo y el cambio cultural: “es funcionario. Mirá si se la va a perder”,
dicen hasta hoy los giles que creen que la plata del estado la pone Dios. La
Alianza, que llegó a sacarle el 13% a los jubilados (en Misiones lo hizo
Rovira). Duhalde y la pesificación asimétrica. El kirchnerismo y otro maléfico
cambio cultural: la post-vergüenza. Macri y Dujovne (y está todo dicho). Y de
nuevo Cristina Kirchner con su marioneta Alberto y la mitad del país en la
pobreza (culpa, obviamente, del Macri que mandó a matar a Dorrego, de Trump, de
la pandemia, de la derecha internacional, de la izquierda apátrida, del
neoliberalismo, del campo, del sionismo, de los running, de los que el domingo
dejarán la casa para ir a darle un beso a su mamá, de Marcelo Longobardi, y de
Mafalda también).
Hay que hacer un esfuerzo sublime para no deprimirse pensando que hoy el
peronismo orgánico está en manos de Cristina, Alberto y Aníbal Fernández, Hugo
Moyano, Máximo Kirchner, Sergio Massa, los barones del conurbano y los señores
feudales de las provincias. Y que los defensores de su ideología son Víctor Hugo Morales, C5N,
Amado Boudou, Roberto Navarro, Juan Grabois o Hebe de Bonafini. Y hay que hacer
otro esfuerzo para no automedicarse al observar que en Misiones, para cientos
de miles de electores, sigue siendo verosímil el oxímoron “peronismo-renovador”.
Perón fue el único que repartió los pedazos
de la torta. Antes y después de él, comimos miguitas.
De eso se trata el “Día de la lealtad
peronista”. Hoy apenas comprendida por una minoría, porque la mayoría cree
que para ser peronista alcanza con poner
los deditos en “V”. Y que no importa si el peronismo es alianza o lucha de
clases. Y que importa menos si se es chorro, patotero o se gobierna dejando al
trabajador en la pobreza, pero se es “compañero”. Habrá que asumir que en el
siglo XXI acomodo mata ideología y que el
peronismo es nada más que una nostalgia. Porque hoy hay cada uno que la va de
peronista que ¡mamma mía!
“No
es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”, definió
el general desde el exilio.
Lunes 1º de julio de 1.974. Una y cuarto
de la tarde.
Se
iba Perón.
Y llegaban los demás…
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