lunes, 29 de marzo de 2021

 

NUNCA? ¿RARA VEZ? ¿A VECES? ¿SIEMPRE?

 

     Es el título de una película que cuenta la experiencia de una chica de 17 años que quedó embarazada y viaja desde su pueblo a Nueva York para abortar, porque ahí es legal. La asistente social le pregunta si es abusada y si le pegan. Las opciones para responder son esas cuatro: ¿nunca, rara vez, a veces, siempre? Qué pasaría si a cada chica obereña le preguntáramos lo mismo. ¿Te forzaron a tener relaciones sexuales? ¿Te agredieron físicamente? ¿Nunca, rara vez, a veces, siempre?

     Vi el film en el canal de cable HBO. Es una coproducción anglo-estadounidense del año pasado, dirigida por la neoyorquina Eliza Hittman. Si tenés la oportunidad (por el momento la dan en un canal que es codificado) mirala que vale la pena. Está bien actuada, no da golpes bajos y aborda una temática de la que se habla mucho y no se hace tanto. La traigo a colación porque me hizo pensar en algo concreto y cercano.

     Sabemos que en Oberá pasa de todo aunque, oficialmente, nunca pasa nada (recordemos que en el libro que el propio estado comunal promovió como la historia oficial de la ciudad se amputó “La Masacre de Oberá”, nada menos). Desde la venta de bebés, con personas que aparecieron por la televisión poniéndole precio a una criatura y siguieron en la suya, tranquilas y sin problemas. Hasta los abusos en familias de cualquier clase social. Cierta vez un juez se preguntaba al aire en una entrevista que le hicimos en la radio: “¿adónde se traslada a un menor cuándo corre peligro en su propia casa?”. El estado obereño no ofrece casi nada para quiénes son abusados y cuyas familias están más cerca de ser el problema que de ser la solución. Claro está, siendo buena parte de la sociedad pacata y tan “cristiana”, suele responderse que “eso pasa en todos lados” y algún funcionario puede sanatear enumerando las “políticas sociales que se implementaron en la gestión de…”. Correcto. Es parte de la retórica política. Y ya que estamos acá, hablemos de acá.

     No es mucho lo que se puede avanzar desde un texto periodístico sobre temas íntimos que encuentran buena parte de su complejidad en esa intimidad. Pero no hace falta ser pretenciosos. Suficiente con escribir algo y usarlo como disparador para estimular el pensamiento de un pueblo que se autocensura demasiado.

     ¿Qué pasaría si a cada chica obereña se le preguntara a solas, desde un lugar profesional, a salvo de miradas inhibitorias, si ha sido obligada por un adulto a tener relaciones sexuales, si sufre violencia física y si acaso el sufrimiento en silencio es el único modo que encuentra de resistir en un mundo que no se le acomoda?

     ¿Cuál sería la respuesta?  

     ¿Nunca? ¿Rara vez? ¿A veces? ¿Siempre?

 


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