EL PROGRESO DEL ATRASO
“Nuestras
vidas se definen por las oportunidades. Incluso por las que perdemos”, escribe
Scott Fitzgerald en “El curioso caso de Benjamín Button”. ¿Cuántas
oportunidades seguirá perdiendo Oberá cuando, legitimando la postergación de
los barrios, reduce el “progreso” a cambiar la estética del centro? Sin dudas la renovación se anotó un triunfo
cultural notable. Consiguió que miles de misioneros, a una vida mejor, ni siquiera se la puedan
imaginar.
Uno no tiene el debido conocimiento para
decir si está bien o si está mal apear los pinos de la Plazoleta Güemes. Pero
sí la capacidad de asombro intacta para que emerja cuando se lee o se escucha a
tantos sosteniendo que la obra de remodelación de la Güemes equivale al progreso
de la ciudad.
Alcanza con recorrer Oberá, un poco ni
siquiera demasiado, para tutearse con barrios sin alumbrado público, casas a
las que no llega el agua potable de red o calles de tierra en pleno siglo XXI.
¿Un progreso en serio no debería contemplar a toda la ciudad? A ver si ahora,
resulta que Oberá empieza en la esquina de Dinco y termina en la Catedral.
Ya pasó en tiempos de Rindfleisch con la
remodelación del centro cívico. Una obra planeada desde una oficina lejana y
vendida como un “progreso” que solo se llevó recuerdos. No hagas el esfuerzo de
entenderlo ahora. Lo vas a entender cuando alguien se lleve los tuyos.
¿Algún día Oberá será gobernada por gente
que tenga no un proyecto de poder sino un proyecto de ciudad? ¿Ideas que,
además de poner al centro en el siglo XXI, saquen a los barrios del siglo XIX?
Que se debata entre progreso y atraso está
muy bien.
Pero, primero, se debería poder distinguirlos.
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