LA
CELO Y EL DÍA DE LA MARMOTA
“Pasé más de
la mitad de mi vida preocupándome por cosas que nunca pasaron”, admitió Winston
Churchill. Los socios de la CELO hacen exactamente lo contrario: pasan su vida
despreocupados de lo mucho que sucede en “su” cooperativa. Como Ewaldo
Rindfleisch hace dos décadas, ahora Pablo Hassan tiene el control total de la
entidad a través de las marionetas que la administran. La jugada le sirve,
primero que nada, a los intereses de Carlos Rovira. En su momento permitir eso
tuvo resultados lamentables. Y volver a permitirlo ahora, los tendrá también.
En un
desolador deja vu a fines de julio el grueso de los socios de la CELO-unos
treinta mil-se desentendió de los comicios para elegir delegados. El intendente
movió su estructura (entre la municipalidad y la cooperativa son algo más de
dos mil votos) y obtuvo una obvia y holgada victoria frente al esfuerzo
personal de los socios dignos que, como siempre, fueron mejicaneados por las
estructuras de una oposición política cuyos líderes negocian toda su vida y,
cuando mueren, siguen negociando. Bastaría que unos tres mil socios, uno de
cada diez que nunca votan, dejen de quedarse paveando y vayan a votar para que
sus candidatos ganen las elecciones. Pero nunca lo hacen. No les interesa.
Dicen que votar no sirve para nada. ¿Y entonces? ¿Cómo se mejora el
funcionamiento de la entidad que te da la luz, el agua y hasta te entierra?
¿Cuál es la ganancia de contemplar y solo contemplar la propia vida sin el
coraje de intentar mejorarla?
Hace unos días
se realizó una asamblea de delegados que fue todo lo vergonzante que puede ser
una asamblea de delegados así parida. Con el clásico hermetismo feudal se
aprobó “a libro cerrado” nada menos que la Memoria y Balance de dos ejercicios
contables (el socio interesado en más datos puede consultar a una tarotista), y
se le dio el ok a la lista que armó el poder. En la próxima reunión se
repartirán los cargos tal como se les indicó.
En la lista de
consejeros electos figura Carlos Eichelt, hermano de Nori y cuñado de
Rindfleisch. Parece una joda. Pero es en serio.
Incluso se
aprobó que los consejeros, en vez de percibir una remuneración por cada reunión
del Consejo de Administración a la que van, reciban una suma mensual ligada
proporcionalmente a lo que cobra el gerente general. Lo propuso el delegado
electo Armando Avancini (todo un prócer del cooperativismo local). Parece una
joda peor que la anterior. Pero también es cierto.
Es ineludible
recordar que la campaña electoral de la lista ganadora se basó en el camelo de
que eran gente nueva y que nada tenían que ver con la política. El cuentito fue
reproducido, como siempre, por un periodismo local cuya decadencia no encuentra
piso.
Con la llegada
de la época estival volverán los cortes de luz y de agua provocados por una
oferta que no puede enfrentar ningún aumento de la demanda. Se sabe que eso
ocurre porque durante demasiado tiempo se desinvirtió donde se debía invertir.
Como ahora el traspaso generacional del servilismo que vive la sociedad obereña
garantiza las mismas conductas de hermetismo, corruptela y sumisión al poder, entonces
todo seguirá igual. Ergo, un espanto. Un espanto agravado por las quejas
virtuales y por ende inofensivas de los insufribles socios que se quedan sin
agua, sin luz o sin las dos cosas pero que jamás pisan un centro de votación ni
mueven un dedo para generar algo mejor que un lamento idiota.
En las líneas
por venir voy a trazar una analogía entre la situación de la CELO y una
película. Lo que vas a leer ya lo escribí y lo publiqué hace diez años. Aunque
parezca escrito esta mañana. Y ese es el punto.
A esta altura
casi todo el mundo vio o al menos supo de la existencia de “El día de la
marmota”, una película estrenada en la década del noventa y protagonizada por
Bill Murray. Cuenta la encerrona que de pronto vive Phil Connors, un
meteorólogo que trabaja en televisión y viaja a un pequeño pueblo en Pensilvania
a favor de asistir a la fiesta de la marmota, una folklórica manera que los
granjeros tienen de predecir la duración del invierno, según el comportamiento
del animalito. La fiesta es el 2 de febrero. Pues bien, tras ir a la fiesta y pasar
una agradable jornada, Phil se va a dormir al hotel y a las seis de la mañana del
otro día se despierta y descubre que, por alguna razón mágica, no es otro día
sino el mismo día. Es, de vuelta, el 2 de febrero. Y vive exactamente lo mismo
que el día anterior. Y eso le vuelve a pasar cada vez que despierta. Siempre es
el 2 de febrero. Siempre es el mismo día. Le pasan las mismas cosas. Conoce a
la misma gente. Tiene las mismas charlas. Cada detalle es idéntico. Todo es
igual al día anterior. Para Phil Connors, hoy es igual que ayer. Y mañana igual
que hoy.
La historia y
el presente de la CELO se cuentan así. Siempre igual. Siempre lo mismo.
Como en “El
día de la marmota”.
-Walter Anestiades
-Ilustración: Nicolás Eugenio Aguilar
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