sábado, 30 de junio de 2012

LA RADIO BAJO LA ALMOHADA



 
  Discépolo decía que "la nostalgia es la felicidad de estar triste". La muerte de Juan Alberto Badía provoca en uno nostalgia. Pasajera, claro. Porque cada época de nuestras vidas puede tener cosas buenas. No es cuestión de vivir en el pasado. Es probable que creamos que hubo un tiempo en que  hemos sido más felices de lo que realmente  fuimos. Como sea,  Badía me provoca evocar esas noches de radio bajo la almohada.
     Quién no vivió  los setenta y los ochenta no lo va a entender. La radio,  creadora de climas, vivió en ésos años una etapa única por lo creativa. Nada de improvisados que se creen que para estar ante un micrófono alcanza con un tanto de desfachatez. Esos que hablan sin decir y encima se les nota. Se les nota que el tiempo que deben estar al aire suele ser una carga porque no se les cae una idea y cuando se les cae mejor que la levanten rápido.Las palabras los tratan de usted.
      Los ochenta  fueron tiempos de programas guionados. Con un rumbo. Hechos por gente que sabía lo que quería. Que tenía algo para decir y encontraba el lenguaje y el necesario manejo de los tiempos para seducir desde el clima que creaban. Se tuteaban con las palabras.
     Hay muchos que han escuchado a Dolina. Pero son bien pocos los que lo han escuchado en su mejor momento. Cuando junto a Adolfo Castelo hacía "Demasiado tarde para lágrimas" por radio "El Mundo" de una a tres de la mañana (en serio), cuando ese horario era absolutamente marginal. Fue entre mayo de 1985 y fines de 1986. La creatividad de Dolina más la calle que a Castelo le salía por los poros los convertía en una dupla exacta. Para 1987 Castelo se había ido y lo reemplazó el locutor Guillermo Stronati. Dolina se convirtió en Dolina pero el programa jamás fue el mismo.Casi nadie lo sabe.
     El nacimiento de la "Rock and Pop" fue otro hito inolvidable. Ir a tomar algo a los "Pumper Nic" , ratearse para ir a buscar minas a los colegios de minas (después los hicieorn mixtos a todos y le quitaron magia a la cosa) era el rebusque de miles de adolescentes en Buenos Aires que respiraban los nuevos aires de la Democracia al compás de los nuevos aires del rock nacional que en los ochenta vivió, que duda cabe, su etapa más brillante. Desde la radio, Mario Pergolini, Lalo Mir, Ari Paluch, Douglas Vinci, Elizabeth Vernaci y Bobby Flores le ponían el ambiente a esos momentos de diversión tan piola como sana.
     En Buenos Aires-y por ende en el resto del país-la inseguridad se limitaba a algún chorro que cada tanto se mandaba alguna y dentro de ciertos códigos. Era muy incipiente el establecimeinto de la ley de la calle, salvaje y alevosa, que impera hoy. Se salía de noche. Y se volvía a casa por la mañana. Caminando. No en una bolsa policial para cadáveres. Por éso los programas periodísticos-con Neustadt, Carlos Varela, Aliverti, Magdalena, Santo Biasati, Llamas de Madariaga-tenían tiempo para hablar de política con tipos que se sabía que eran. Los radicales eran radicales, los peronistas eran peronistas, los de izquierda de izquierda y los gorilas gorilas.Una sola camiseta. Convicción, no conveniencia.
     Las FM, a la hora de pasar música, se caracterizaban por algo que perdieron en el camino: el buen gusto.
     Por las mañanas, desde siempre el gran horario de la radio, un lujo en AM: Antonio Carrizo, Héctor Larrea, Silvio Soldán (que ha hecho cosas mejores en su vida que pelearse en los medios con la Suller y salir con la falsa doctora Rímolo), Fontana, "Pinocho" Mareco ó Pinky. Profesionales de la hostia, diría un gaita.

    La noche invitaba a soñar despierto. Uno soñaba con el día siguiente. Lejos de la prepotencia televisiva que, cable mediante, se instaló las veinticuatro horas, con decenas de canales, muchos de ellos descartables, y que aparece hasta en los bares. Señal de que los chabones ya no saben entretener a una naifa con la parla, de modo tal que las imágenes de un televisor ayudan a combatir el embole típico de parejas sin química que nada tienen para decirse. Ni con la palabra. Ni con la mirada. Y la radio, chiquita, a pilas o transitores, a puro dial y muy lejos de internet, se ponía abajo de la almohada. Qué lindo era dormirse así!
     Juan Alberto Badía fue un genuino representante de esos días, de esas noches, de esa musica, de esa manera de hacer radio. Nadie salía al aire si no estaba respaldado por una mediana formación cultural. Eso los hacia sólidos. Y buenos.
     No sé si ésto que escribí es cierto. Pero tenía ganas de escribirlo.Quizás sea una leyenda. Quizás lo de hoy sea mejor y le gane por goleada a ésa época y no se pueda obviar que la tecnología ha dotado al presente de unos recursos que lo hacen  insuperable. Puede que ésa sea  la realidad.
    Pero como en el viejo oeste, entre la leyenda y la realidad, uno se queda con la leyenda.
    Esa que nos cuenta de unos tiempos en los que el éter era una fiesta. Nuestra vida era una fiesta.
    Cuando por las noches la radio estaba en el mejor de los lugares..
    Cuando poníamos la radio debajo de la almohada...

  

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