viernes, 2 de agosto de 2013

TIRANOS CON VOTOS

    



     Entre los clásicos de los libros de “autoayuda” existe uno escrito hace dos siglos y medio, en 1748, que no se menciona como tal.  ¿Su título?  El espíritu de las leyes”. ¿Su autor? Charles Louis de Secondat, Señor de la Brede y Barón de Montesquieu. ¿En qué ayuda? Instruye sobre la imprescindible División de Poderes que preserva a las Democracias, en las que funciona un sistema de controles al propio Poder político, de las Tiranías, en las que todo se concentra en la voluntad de quién gobierna. A ver si somos más contundentes: en Democracia hay alternancia en el Poder, el Poder no se concentra en uno solo, impera la ley por encima de la voluntad de quién manda, se asume que las mayorías son circunstanciales, hay respeto por las minorías, quién gana los comicios se legitima pero eso no le da la “razón”, se rinde cuenta de los actos de gobierno, la prensa pregunta y repregunta y  la Constitución se reforma cada vez que el Racing Club de Avellaneda sale campeón. En las Tiranías sucede lo opuesto: quién gobierna se queda más años de lo debido, el Poder lo ejerce uno solo, los que ganan creen tener razón, los que pierden se transforman en marginales o clandestinos, se hace lo que se quiere y al que le gusta bien y sino también, el periodismo se hace levantando un teléfono desde Casa de Gobierno y la Constitución siempre jode los intereses del que gobierna entonces se la cambia más seguido que los pañales a un bebé de meses.

     América Latina tiene una largo y lamentable historial de Dictaduras militares que usurparon el Poder legítimo para asumir uno de facto. Y también tiene un largo y lamentable historial de Tiranos con votos. Votos provenientes de pueblos subyugados por la ignorancia cívica, la represión intelectual, la redistribución de la pobreza, oposiciones servidas “a la carta” del propio Poder, la autocensura crónica y un patético conformismo de las masas que toleran comer sólo las sobras del gran banquete que disfrutan diez tipos.

    La Argentina de Cristina Kirchner es el ejemplo perfecto de una Tirana con votos. Todos los días se jacta de la manera más obscena posible de su falta de escrúpulos para ejercer el Poder. Hace literalmente lo que se le canta sin que haya un solo límite. En los últimos tiempos, después de una década de dejar hacer, la Corte Suprema de Justicia de la Nación metió un par de fallos en contra de sus intereses que impactan mucho más por lo que tuvieron de excepcional que por algo habitual. Ahora, los domingos a la noche, millones de argentinos “descubrieron”  y “escucharon” mirando el programa de Jorge Lanata lo que no quisieron ver durante diez años (y por cierto que hubo quién se los mostraba o decía por radio, televisión, cable, gráfica, internet y hasta por sms.). Lo mismo habían hecho con Carlos Menem. También, otros diez años.

     ¿Qué hacer con una sociedad que cree, ilusa y tontamente, que pueden progresar en serio dándole todo el Poder a alguien sin que nadie lo controle y que repara en su error sólo cuándo tarda más en encontrar el fondo de su bolsillo?

    La modernidad, en política, reconoce su génesis con la limitación del Poder Público frente a la gente. Es lo que Montesquieu concibió como un sistema de “checks and balances” (controles y contrapesos). Demasiada ignorancia cívica, cuando no brutalidad, hay en estas latitudes como para que el grueso de la población entienda de una buena vez que una mejor calidad institucional trae aparejada una mejor calidad de vida.

     Entonces, diría Mariano Moreno, como no saben salir de la Tiranía, solo saben cambiar de Tiranos.

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