EN BUSCA DE LA VERGÜENZA PERDIDA
“La vergüenza es un sentimiento
revolucionario”, escribió Karl Marx. Porque sentir vergüenza es tener conciencia
de que algo está mal y el cuerpo no se mueve si el alma no se conmueve. Hace
unos días el líder de un país debió dimitir a favor de que, en pleno
confinamiento por la pandemia, andaba de farra. Se pusieron colorados todos,
empezando por los propios. Fue un síntoma de salud para la sociedad de ese
país. Pero ese país no es el nuestro.
Tras tres años de mandato Boris Johnson
renunció al cargo de Primer Ministro del Reino Unido. Lo forzó a hacerlo una
sucesión de escándalos y de renuncias que crearon un ambiente inmanejable para
él. Un malestar cuya génesis fueron las fotos de las fiestas que hacía en
Downing Street, la calle londinense donde el gobierno tiene su sede, en plena
cuarentena por el coronavirus. Cuando se permitió a sí mismo hacer lo que para
todos los demás estaba prohibido.
A más de 11 mil kilómetros de Londres, en
el norte del Gran Buenos Aires, otro líder de otro país hizo lo mismo. Violó su
propio decreto y participó de festejos en la quinta presidencial mientras su
pueblo tuvo que permanecer encerrado. Los chicos perdieron aprendizajes que
quizás nunca recuperen. Muchos no pudieron despedir a sus seres queridos.
Algunos ni enterrarlos como su Dios manda. Miles perdieron trabajos y otros
miles bajaron persianas para siempre. Pero Alberto Fernández sigue siendo el
presidente de la Argentina, gambeteó cualquier responsabilidad judicial
intercambiando limosna por condena, y los de su palo lo bancaron a morir. La
vergüenza es un sentimiento que por estas latitudes está en retirada. Casi
nadie se pone colorado por casi nada.
Inglaterra sigue siendo un país colonial
en pleno siglo XXI. Por acá lo sabemos bien. No están en condiciones de dar
lecciones de libertad mientras dominen lo que no es suyo. Pero su pueblo y su
dirigencia política todavía sienten vergüenza por algunas cosas. Y eso es un
claro síntoma de salud.
En la Argentina hace mucho que robar dejó
de ser un bochorno, a saber mentir se lo llama “inteligencia”, se confunde a
los patoteros públicos con “gobiernos fuertes”, a la disciplina se la considera
una rémora de la dictadura militar, y el país está minado de delincuentes con
votos.
Hesíodo, un poeta de la Antigua Grecia,
pensaba que la vergüenza venía en ayuda de las personas.
Vergüenza. Volvé.
Walter
Anestiades
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