lunes, 2 de octubre de 2023

 

               EL ENTRETENEDOR


     Javier Milei no solo cuenta con la ventaja de nunca haber gobernado y entonces nunca haber fracasado. A diferencia de sus rivales, que además de haber gobernado y fracasado también aburren mucho, el “peluca” se enfoca en decir palabras, repetir slogans y en tener actitudes que vayan en la dirección claramente favorita de las audiencias: entretener.

     Quizás muchos no recuerden quién es Francisco De Narváez, pero seguramente sí recuerden la expresión “Alica, alicate”. Es lo que decía el humorista Roberto Peña cuando lo imitaba en la parodia política de “Gran Hermano” que Marcelo Tinelli hizo en la previa de los comicios legislativos de 2009. A De Narváez le fue excelente con eso: apoyado por Mauricio Macri (era el candidato de Unión-PRO) derrotó por dos puntos en territorio bonaerense al mismísimo Néstor Kirchner.

     La relación del mundo de la política con el espectáculo no tiene nada de novedad: “Somos actores trabajando en el gran tablado del mundo”, decía Robespierre. “Si les gustó la representación, aplaudan”, dicen que dijo César Augusto antes de morir. Siglos después los diarios, la radio, la televisión e internet con las redes sociales llevaron esa relación a niveles tan dominantes que pareciera que en la política ya es peor aburrir que ser un canalla.

     La adhesión a un candidato siempre es multicausal, claro. Y habrá quiénes depositen en Milei una genuina esperanza de cambio o de adhesión a algunos de sus postulados. Pero amerita el preguntar si los votantes de Milei saben que ser un “libertario” es ser un “anarquista” y si los que viven directa o indirectamente del estado comunal, provincial o nacional entendieron que están votando a quién considera que el estado “es una organización criminal”. Si sus electores de las provincias donde ganó lo escucharon decir que quiere eliminar la coparticipación de las que esas provincias viven. O si comprendieron, como ocurrió con los misioneros, que la casta nacional que rechazaron en agosto es la misma casta provincial que apoyaron en mayo.

     Milei es un producto netamente mediático cuyo copryght desconocemos. Hace años que se tornó omnipresente en los mass-media. En la medida en que el rating lo fue avalando, porque un tipo gritando con un pelo que parece una peluca entretiene mejor que cualquier idea, una vez que alcanzó a tener millones de votos su figura se cotizó y se cotizó mucho. Pero cuesta creer que su mediatizada entronización haya nacido solo como un evento espontáneo y solo afincado en el rating que generó y genera. Pasarse los días desayunando en radio Mitre, almorzando en TN, merendando en América TV y cenando en La Nación+ es algo que, de espontáneo, no suele tener nada de nada.

     Si hay espectáculo hay guión. Y al guión alguien lo escribe. ¿Quién? Es lo que no sabemos.

     En días donde el debate político ha sido denigrado a niveles que dan tristeza, cuando el slogan asesinó a la idea, cuando los emojis disimulan la falta de vocabulario, cuando entrar a internet a putear con pasamontañas reemplazó el cara a cara, y cuando la pereza mental se hizo más popular que nunca, personajes como Milei sacan un estupendo partido de todo eso. Puede que también sea el “buen amo”, diría el sabio Cicerón, que los nuevos fanáticos estaban esperando.

          Como ya hemos notado, el hombre del siglo XXI descubrió por fin cuál es el sentido de la vida: entretenerse. Las personas y los hechos ya no son buenos o malos, fáciles o complejos, profundos o superficiales. O son entretenidos o son aburridos. Y pobre de la verdad cuando es verdad pero no entretiene.

     “Nosotros vendemos diversión”, dijo el genio moderno del terror Stephen King al hablar de sus libros y de las películas sobre sus libros.

     En la Argentina hacemos algo parecido pero con la realidad.

      Vivimos una vida de terror.

      Y nos parece entretenida.

 

 

Walter Anestiades

 

 

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