“ ¡No hay nostalgia más dolorosa que
aquella de las cosas que no han sido nunca!”
(Fernando Pessoa, poeta portugués. 1889-1935)
La política me importa desde que tengo
uso de razón. Iba de la mano con mi interés por la historia y la curiosidad por
informarme disfrutando de un noticiero de televisión tanto como de “Meteoro”,
“El zorro” o “La mujer biónica” (qué buena estaba Lindsay Wagner!). Mi viejo
era peronista. De ésos románticos que al partido nunca le debieron un favor
pero sin viceversa. Después de Malvinas un viejo de pelo blanco (Reynaldo
Bignone) anunciaba por la tele que se venía la “institucionalización del país”.
Ergo, los milicos iban a permitir que se vote.
Para 1983 tenía catorce años y me entusiasmaba viendo los actos
partidarios multitudinarios como el “alfonsinazo” en Ferro o el peronismo reunido en el Obelisco. A mí
se me hacía que en cualquier momento reaparecía Perón y levantaba los brazos.
La gente militaba por ideas. Nacía y moría peronista. Nacía y moría radical.
Nacía y moría “zurda”. Nacía y moría “gorila”. Más o menos las cuatro
categorías políticas de la época.
Estaban Oscar Alende por el PI (Partido
Intransigente) y Alvaro Alsogaray por la UCeDe (los “gorilas” de la Unión del
Centro Democrático, la de Amado Boudou). Y el “colorado” Abelardo Ramos. Y
Rafael Martínez Raymonda. Y el Partido Comunista que apoyaba la fórmula del
peronismo. Lúder-Bittel.
Uno todavía no votaba. Pero mis viejos y
mi hermana mayor sí, de modo tal que los acompañé a una escuela en el barrio
porteño de Pompeya, ubicada en diagonal a un comité radical. Todo el mundo
creía que ganaba el peronismo. Pero ganaron los radicales. El domingo 30 de
octubre de 1983 la fórmula Alfonsín-Martínez sacó casi ocho millones de votos
y, por primera vez, perdía el
peronismo. Más tarde iba a descubrir que
habíamos ganado todos.
Al viejo no le gustó ni medio que perdiera
el peronismo. Pero en ésa época encontrabas radicales antiperonistas, no
peronistas antiradicales, así que el sábado 10 de diciembre me llevó a Plaza de
Mayo a la asunción del primer Presidente electo por el pueblo en diez años,
desde Perón en octubre de 1973.
Los pibes, mis compañeros de secundaria,
eran casi todos “radichas”. Estaban copados con Alfonsín. Franja Morada había
llegado para entronizarse por un rato largo. Tengo grabado en mi mente esa
calcomanía con los colores celeste y blanco y la inscripción “R.A”, que los
giles llevaban en la carpeta o en la mochila pretendiendo que significaba
“República Argentina” cuándo en realidad para ellos quería decir “Raúl
Alfonsín”.
La sensación que todos teníamos es la
misma de aquél que se está ahogando en el agua y logra salir a la superficie
para que el aire invada sus pulmones. Era una Buenos Aires en la que se podía
andar de noche a cualquier hora (en serio!). El cine reverdecía. La música,
sobre todo el rock, se ponía más creativa que nunca. En cualquier esquina un
cartel publicitario te anunciaba que en tal lado a tal hora tocaba “Sumo”. La
revista “Libre” era el trofeo a ojear: traía “minas en bolas” que en esos
tiempos quería decir “en tetas”. Y “ratearse” del colegio para ir a tomar algo
a un “Pumper Nic” (con el sonido de la FM “Rock and Pop” de fondo) era “el”
programa.
Crecí. Está bueno crecer. En el camino la
sociedad se fue haciendo un poco peor. La droga fue asentándose como parte de
nuestra vida cotidiana potenciando la inseguridad a niveles de películas de
Steven Seagal. La noche pasó de soñada a prohibida. La Justicia, la gran
esperanza, se plasmó en servilletas y en Consejos de Magistraturas para
hacerlas más a medida del Poder. De pronto los radicales se hicieron
peronistas. La izquierda se hizo derecha. La derecha se hizo peronista y los
peronistas se hicieron primero liberales y después un Frente para la
Victoria que mandaba a meterse la
marchita en el c.. . (?). Demasiada mentira con votos. Demasiado feudo.
Pobreza. Los salarios subiendo agotados escalón por escalón y la inflación
paseando por ascensor. El peso valía lo que un austral y hasta lo que un dólar.
En realidad, nunca valió nada. Muchos creyéndose Napoleón. Cada uno tuvo su
Waterloo.
Creo que dejamos de respirar tan bien. O es
por tanto faso. O es por tanta mentira.
Votar es hermoso aunque los indiferentes y
los idiotas (en el sentido griego del término)
hayan dejado en minoría a los ciudadanos. Irigoyen, Alvear, Perón, Menem
dos veces, Néstor y Cristina son apenas el puñado de mandatarios
constitucionales votados en elecciones transparentes que completaron su
mandato. El resto se fue antes o lo fueron. Mucho aristócrata en el medio.
Mucho uniforme en el medio. Mucha urna trucha en el medio.
Treinta años consecutivos de democracia.
Nunca antes en la Argentina.
Sé que al recordar un momento solemos ser
más felices de lo que realmente fuimos cuando vivimos ése momento . Quizás
entonces uno ahora crea que la Democracia de hace treinta años era mejor de lo
que fue. No debe ser cierto que la vida de antes era, en muchos aspectos, mejor
que la de ahora. No lo es.
Pero…¿y si lo fuera?
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