miércoles, 7 de octubre de 2009

¿CONDENADOS A LA ILUSION?

Don Leopoldo Marechal , un gran escritor argentino, peronista él en una època en la que no era sencillo confesarlo, sostenía que "Cuando se recibe un nombre, se recibe un destino".

Nos gusta esa idea de Marechal. La de creer que el nombre de algo o de alguien no es cuestión azarosa. Que el nombre importa. Que algo dice. Que marca una pauta. Quizás un destino.

Este nueve de julio la Argentina cumplirá ciento noventa y dos años de vida independiente. La Argentina. ¿La Argentina? ¿Todos sabemos lo que quiere decir esa palabra? Seguramente no todos.

No sé si a vos que estás leyendo este artículo también te sucede, pero a mí me gusta la palabra "argentina" . Se me hace que suena bien. Y además, también ignoro si sentís igual, me gusta ser argentino.

La palabra "argentina" proviene del latín "argentum" (’plata’). Ya desde las épocas de Pedro de Mendoza para referirse a la región del Río de la Plata, se utilizaron los nombres de Gobernación del Río de la Plata y Provincias del Río de la Plata. En 1776 el nombre del territorio se oficializó como Virreinato del Río de la Plata.



El río que da su nombre al virreinato, es el que en 1516 Juan Díaz de Solís denominó Mar Dulce, llamado también río de Santa María y río de Solís. Los portugueses lo denominaban Rio da Prata a causa de los rumores que postulaban la existencia de metales preciosos, y que finalmente se impuso como Río de la Plata.



La latinización del nombre apareció en un atlas veneciano de 1536, y luego Martín del Barco Centenera, miembro de la expedición de Juan Ortíz de Zárate, imitando a Ercilla con su La Araucana, publicó en 1602 un largo poema de la historia del río de la Plata y de los reinos del Perú, Tucumán y del Estado del Brasil, bajo el título La Argentina, en el que se denomina al territorio del río de la Plata como El Argentino.




Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX el poeta Manuel José de Lavardén incluyó el adjetivo "argentina" en su obra, y desde el periódico El Telégrafo Mercantil se expandió el término Argentina como nombre del país.



El nombre de Argentina sin embargo, no se utilizó en los comienzos del Estado, figurando en cambio Provincias del Río de la Plata para la Primera Junta; Provincias Unidas del Río de la Plata en 1811 y en la Asamblea de 1813; y Provincias Unidas de Sudamérica para el Congreso de 1816.



El Congreso de 1824 la denominó Provincias Unidas del Río de la Plata en Sudamérica, Nación Argentina, República Argentina y Argentina, en la constitución sancionada el 24 de diciembre de 1826 la Constitución de la República Argentina; aunque por su carácter unitario la Constitución de 1826 nunca entró en vigor, sentó el precedente del término, que aparecería en todos los bocetos subsiguientes.



Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se emplearon los nombres de Confederación Argentina, Estados Unidos de la República Argentina, República de la Confederación Argentina y Federación Argentina.



La Constitución de 1853 se sancionó en nombre del pueblo de la Confederación Argentina, pero la Convención Nacional de Santa Fe modificó el texto constitucional promulgándolo el 1º de Octubre de 1860, donde se cambió el término Confederación por Nación, y Provincias Confederadas por Provincias; se agregó además un nuevo artículo, el número 35, que dice: "Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber, Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintos para la designación del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras Nación Argentina en la formación y sanción de las Leyes".



El 8 de octubre de 1860 en la ciudad de Paraná, el presidente Santiago Derqui decretó que "siendo conveniente a este respecto establecer la uniformidad en los actos administrativos, el Gobierno ha venido a acordar que para todos estos actos se use la denominación República Argentina".



Desde 1860 el General Bartolomé Mitre utilizó el nombre de Presidente de la República Argentina, quedando fijado desde entonces definitivamente el nombre con el que se reconocería mundialmente a nuestro país

Es llamativo que los navegantes españoles y portugueses hayan elegido llamar a nuestro país NO POR LO QUE ERA, SINO POR LO QUE ELLOS CREIAN QUE ERA. Aquí no había el territorio rebozante de plata , de metales preciosos, que las leyendas contaban que había.

Esto es, desde su génesis, la Argentina estuvo ligada a la ILUSIÓN, a esa forma romántica de la mentira. Fue bautizada de ese modo porque algunos creían estar ante riquezas que nunca encontraron. Sencillamente porque no las había.

Uno piensa en la sucesión de ocasiones en la que los argentinos nos hemos hecho ilusiones, nos hemos mentido a nosotros mismos, o hemos permitido que nos mientan. De ilusión en ilusión. De frustración en frustración. Creyendo que hay lo que no hay. Como aquéllos españoles. Cómo aquéllos portugueses.

Suele sucedernos como sociedad, que creemos estar mejor de lo que realmente estamos. Presos de un falso optimismo diseminado por los únicos que suelen recoger los beneficios de tanta ilusión vendida y tanta ilusión comprada.

Creíamos que cada golpe militar solucionaría las cosas. Que pondrían "orden".

Creíamos que la plata era "dulce".

Creíamos que ganábamos la guerra de Malvinas.

Creíamos que un gol de Maradona podía ser la revancha de una derrota bélica.

Creíamos que con la democracia se comía, se curaba y se educaba.

Creíamos que el que apostaba al dólar perdía.

Creíamos que en alguna època de nuestra historia, la Argentina fue un país próspero cuando sólo éramos el granero del mundo.

Creíamos que un peso valía un dólar.

Creíamos que porque Graciela Fernández Meijide o "Chacho" Álvarez hablaban bien, gobernarían bien.

Creíamos que Sarmiento nunca faltó a la escuela.

Creíamos que San Martín cruzó los Andes sin despeinarse y erguido en su caballo blanco.

Creíamos que Rosas era un dictador y los otros eran los demócratas.

Creíamos que con los Kirchner "veníamos bien", hasta que se desató el conflicto con el campo.

Creíamos, y seguimos creyendo, que porque económicamente nos va mejor, o creemos que nos va mejor, el señor que nos gobierna está en su derecho de hacer lo que se le ocurra cuándo, cómo y dónde guste.

"Creíamos" y no "algunos creían" porque, se sabe, solemos no hacernos cargo como sociedad de aquello que fracasó pero que en algún momento apoyamos mientras parecía "exitoso". "La victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana", decía John Fitzgerald Kennedy. Nadie apoyó ningún golpe de estado, nadie fue a la plaza a vivar a Galtieri, nadie puso la guita en la timba financiera y nadie votó a Menem.

El ex presidente Eduardo Duhalde-aquél que no necesitó de votos para serlo en plena etapa constitucional- expresó algo que puede graficar muy bien esta tendencia ilusoria: "Argentina está condenada al éxito", arriesgó. Tal vez estemos "condenados a la ilusión".

¿Cómo era éso que decía nuestro amigo Marechal? "Cuando se recibe un nombre se recibe un destino".

Alguien creyó que aquí había mucha plata.

Y nos llamó "argentina". Que significa "plata".

Cuenta la leyenda que, desde entonces, los argentinos solemos creer casi cualquier cosa, fundamentalmente, que estamos mejor de lo que realmente estamos.

Cosa que duele. Si es que como a mi, te gusta ser argentino. Es nuestra historia.

Leyenda vs Historia.

Es que lo lamentable no es lo que contaba la leyenda.

Lo triste es lo que cuenta la historia...

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