miércoles, 7 de octubre de 2009

LA RESIGNACION COMO ESTILO DE VIDA

Y dijo Bonaparte: "la palabra resignación no figura en mi vocabulario".
Probablemente Napoleón siempre supo que Waterloo llegaría. No enfrentaba sólo a las potencias europeas y a sus ejércitos. Asomaba una nueva forma de vivir. Inglaterra y la Revolución Industrial darían forma a lo que sería el capitalismo moderno y la entronización de un mundo dominado por sajones y soportado por latinos. Pero durante quince años el gran corso los tuvo en jaque a todos. Más que en jaque. Porque no se resignó.
Uno siempre apuesta a que existan muchos napoleones que tampoco se resignen aunque enfrenten a un modo de vida que los deja afuera si no hacen determinadas concesiones y que aún haciéndolas no tiene lugar para todos. No se trata de utopías. Se trata de mejorar un poco. De hacer algo. De no resignarse. De no tolerar cualquier cosa.
La palabra "tolerancia" proviene del latín "tolerantia", que entre los romanos significaba algo muy sencillo: "aguante". La virtud del tolerante era su capacidad para soportar todo tipo de penas pero sin aprobarlas. La constancia, el perseverar, el seguir a pesar de todo , no tenía que ver con enamorarse de lo establecido y aceptar, sumisamente, que las cosas eran como son, que siempre lo serían y que, la peor de las posturas, después de todo no estaba tan mal que fueran así. La fortaleza de espíritu era y es el primer paso para intentar modificar la realidad.
Oberá es una sociedad resignada. Se nota en su gente. Se nota en sus dirigentes.
Miles de personas creen que haber logrado comer es la aspiración máxima del día y su condición no les permite poder creer otra cosa.
Pero otras miles, que pueden hacer más que alimentarse diariamente, también adoptan la postura de aquél que cree, o le han hecho creer, que el conformarse con poco es una virtud. Virtud propagada por aquellos que, irónicamente, nunca sacian su codicia.
Los medios de comunicación son parte de esa cultura de la resignación. El protestar, el ejercer los derechos de ciudadano porque primero se sabe que los tiene, siempre ha sido fagositado por una retórica conservadora que llama "tirabombas" a los que se animan a contar un poquito de lo que sucede en la realidad. O que coloca el cartelito de "polémicos", de "sindicalistas"-que en Oberá es tan mala palabra como las malas palabras-de "loquito" , de "opositor" o hasta de "antiobereño" . Como diría Lanata, a la manera de Guillermo Moreno con la inflación, los medios de comunicación han sabido proteger a los obereños de la realidad.
Tal es el grado de sumisión al grupo político que hace un lustro maneja Oberá que ha conseguido instalar sin mucho esfuerzo la idea de que , con sólo contar lo que pasa, uno es "opositor". Y que en toda actividad, cualquiera se puede ganar enemigos con sólo hacer su trabajo como corresponde.
Pàrrafo aparte para la "oposición", si es que se puede hablar de que tal cosa exista en Oberá. Salvo excepciones que pueden ser contadas con los dedos de media mano, las voces discordantes se limitan a vecinos valientes, a periodistas que solo hacen su trabajo-de ahí la ineludible crítica-, a murmullos en la vía pública, a charlas de amigos en algún cumpleaños o a la súbita aparición de candidatos que uno o dos meses antes de cada elección se deciden a manifestar públicamente su "indignación" por los males no resueltos de Oberá.
El caso de la C.E.L.O- o C.E.L.O.R, como la llamamos en este blog- es paradigmàtico. Sobre un universo de mas de veinte mil socios , con más de quince mil en condiciones de votar, las elecciones anuales para designar autoridades en la cooperativa no registran más de tres mil o cuatro mil sufragios. Vale citar que la enumeraciòn de los motivos objetivos por los que un socio de la C.E.L.O.R debería comprometerse con la designación de sus autoridades podría hacer que este artículo concluya el año que viene.
Por cierto que hay ciudadanos de Oberá que no se resignan a tolerar cualquier cosa que el poder disponga hacer aunque sea injusto. Los hay. Pero son menos. Frente a los indiferentes, a los conformistas, a los resignados, son menos.
"La palabra resignación no figura en mi vocabulario", decía Bonaparte.
Por cierto esa es una palabra que sí figura en el vocabulario de muchísimos obereños.
Pero que figure en el vocabulario no es lo tremendo del asunto.
Lo grave es que la resignación, en Oberá, ya se convirtió en un estilo de vida.

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