miércoles, 7 de octubre de 2009

RODEADO DE INDIFERENTES

Mientras Europa se topaba con la primera fase de la revolución rusa, en febrero de 1917 ese gran teórico del socialismo marxista llamado Antonio Gramsci publicaba algo que nos permite entrar decididamente en tema:
"Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes", escribía.
Es que nos vamos a ocupar del movimiento social que es mayoritario en la Argentina desde hace ya demasiado tiempo: el de los indiferentes.
Tomando distancia del radicalismo de Gramsci hay que decir que uno no los odia. Pero cómo molestan! Mucho más de lo que ellos mismos creen. Los indiferentes hacen bastante daño con su pasividad. Y no mejorarán las cosas si es que no dejan de ser tantos.
Esa forma de vivir apática, desganada, éso de irla de neutral, empieza a explicar casi todos nuestros problemas como sociedad. Sucede que el indiferente a la cosa pública se autoconvence fácilmente de que porque él no se mete en política-en la concepción aristotélica del término-logra permanecer al márgen de sus efectos y de sus consecuencias. No sabe, nadie le explica, y no se preocupa en averiguar, que las decisiones que se toman en cualquier instancia de gobierno sí lo afectan. La política se mete de prepo en la película cotidiana de nuestra vida. Se mete con nuestra salud y la de los nuestros. Se mete con nuestra educación y con la de los nuestros. Se mete con nuestra seguridad y con la de los nuestros. Se mete en nuestro bolsillo y en el de los nuestros. Se mete en todo. No pide permiso y entra igual. Ella nos busca a nosotros. Y siempre nos alcanza.
En la antigua Grecia se llamaba "idiotas" a los que no participaban en política. De ahí deriva el término. Pues bien, la Argentina está llena de "idiotas".
No se trata de militar en el partido Obrero ni de vivir en una unidad básica. Hablamos de política no en un sentido partidario sino como la concebía Aristóteles. El hombre es un "animal político" por naturaleza, decía, de modo tal que una ciudad-estado necesita aunar voluntades hacia un mismo fin para funcionar correctamente. Involucrarse en la cosa pública es algo bastante distinto de militar o afiliarse a un partido político, cosa que tampoco está mal sino todo lo contrario. Nuestra democracia es una democracia de partidos políticos. Pero a los efectos de "recuperar" a los indiferentes que no se comprometen ni a una charla conviene marcar límites entre la militancia partidaria y la saludable costumbre de "querer saber de que se trata".
Uno de los modos anticívicos por excelencia que pareciera cobrar cada vez mayor fuerza en nuestro país es la desidia a la hora de votar. Es muy común oir lamentos acerca de la obligatoriedad del sufragio. Se escucha de boca de aquellos que no entienden el poder que conlleva el voto y que se refugian detrás de expresiones hijas de mucha pereza mental como "los políticos son todos iguales", "todos roban", "gane quién gane yo tengo que seguir laburando", "a mí no me interesa la política" , "mejor malo conocido que... ( expresión que llevada a la práctica deriva en votar recurrentemente a los mismos, una práctica que sigue haciendo desastres en la Argentina)" y clichés por el estilo.
Aprender a repartir poder con el voto ( por ejemplo elegir candidatos de distintas listas para generar contrapesos) , saber qué se elige, a quién se eligió más allá de listas sábanas o asumir que la democracia no se agota en ir a votar algún domingo cada dos años, no son lecciones que uno debe aprenderse para aprobar Formación Etica y Ciudadana en el colegio. Son asuntos en los que nos va la vida.
Dejar de ser indiferente a lo que pasa es dejar de ser indiferente a lo que "nos " pasa. No se trata aquí de plantear utopías sobre la conformación de una sociedad ideal. Nos referimos a cuestiones prácticas que deberían redundar en algunas mejoras de la calidad de vida general. No se puede votar sin la debida información y permitir el acceso al poder a personajes a los que poco después se pretende echar con cortes de ruta, puebladas o cacerolazos. Hay que aprender a protestar con el voto. Preocuparse por aquello que amerita preocuparse antes y no después de elegir.
Algunos esperan. Siempre esperan. Y en el esperar puede ser que les toque festejar logros por los que ni siquiera se despeinaron para conseguirlos. También puede que esperar a ver que pasa los descubra bancando determinadas situaciones no gratas durante demasiado tiempo. Que es más o menos como vivimos por estas latitudes. El indiferente suele ser confundido por algunos entusiastas de las modas con el independiente. El independiente toma una posición equidistante pero a la vez activa. El indiferente es pasivo. No sabe que votar porque ante todo no le importa votar. Legitimador inconsciente del status quo, ni siquiera sospecha cuanto beneficia a algunos políticos cuyo mayor capital consiste en mantener el velo corrido sobre sí mismos.
Nadie sabe nada sobre el futuro. Aunque de mantenerse esta actitud de indiferencia frente a lo que nos pasa como sociedad se puede sospechar que sin ilustración, como decía Mariano Moreno, "mudaremos de tiranos sin destruir la tiranía".
Es de esperar que la gente del campo, la misma que hace apenas meses votó un boomerang, haya aprehendido-así con "h" intermedia-que no se puede ignorar las otras cosas que pasan porque la economía mejora o parece que mejora. Los problemas políticos, tarde o temprano, terminan afectando la marcha de cualquier economía.
A su manera el agro también fue indiferente a la prepotencia, la soberbia y la voracidad fiscal nacida de las necesidades de caja. Ninguna de esas maneras de gobernar dió comienzo recién este año.
Así va la Argentina. Integrada por mucha gente que se compromete, que lucha y que se involucra para que todos podamos vivir mejor. Pero que conviven y parecen ser superados en número si es que hacemos un repaso de los apellidos que gobiernan desde hace un buen rato, por los indiferentes que nunca se comprometen ni se informan de nada y en esas condiciones eligen a quienes nos gobiernan.
Que feo.
Que feo ésto.
Ésto de vivir rodeado de indiferentes.

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