miércoles, 7 de octubre de 2009

GENTE DE NEGOCIOS

Los Kirchner, como los Rovira o los Rindfleisch, no tienen ideología. Entraron a la política-y por éso no dudan en ser exponentes de la heterogeneidad-no para defender ideas sino para hacer negocios.
Aquél habilísimo diplomático que fue el marqués de Talleyrand sostenía que "el hombre inventó la palabra para disimular lo que piensa". En efecto, lo más sustancial que les pasó a Néstor Kirchner, Carlos Rovira o Ewaldo Rindfleisch desde que se metieron en política es que la vida les va mejor.
Es una habitualidad que comprobar ciertas cosas cueste mucho, a favor de que la corrupción es por definición un hecho que ocurre en la oscuridad. De los Kirchner se sabe con cierta precisión que acumularon bastante dinero (solamente en el último año su patrimonio creció un 158 %). De Rovira se desprende. Y de Rindfleisch se comenta (siempre en voz baja).
Por supuesto, como a nadie le gusta quedar mal, todos necesitan un discurso apropiado que les permita presentarse en sociedad como líderes políticos con ideas. Ideas muy claras que por lo menos duren un par de años.Hasta la próxima elección.
Así las cosas Kirchner es peronista pero también "transversal". Apoyó decididamente al menemismo. Al que hoy dice denostar. Lo mismo con Duhalde. Defiende la intervención del Estado en la economía. Pero siempre que ese Estado beneficie a sus amigos. Desde 1987 Kirchner logró ser intendente de Río Gallegos, Gobernador de Santa Cruz con reelección a su medida. Presidente él. Presidente su esposa,para seguir siéndolo él. Cada vez con diferentes ideas. Cada vez más próspero.

Cuenta la leyenda que Rovira le cebaba buenos mates a Ramón Puerta,su mentor . Carlitos creció en estatura. Estatura política por cierto. Manejando Vialidad, la intendencia posadeña, la gobernación por el peronismo, el mismo cargo por otro partido (un emblema de la ausencia de ideología: la Renovación).Amo y señor del parlamento misionero. ¿Cuánto habrá crecido su economía personal en la última década? Pitonisas se buscan para responderlo a falta de Justicia u oposición que lo pregunten.
La leyenda urbana cuenta que es difícil establecer qué porción de Oberá permanece aún vírgen de propiedades cuyo dueño es su actual intendente. Un hombre que hasta no hace demasiado era un laburante común que tenía una mueblería. Claro que un paso por la presidencia de la C.E.L.O y un par de gestiones municipales podrían hacen prosperar a cualquiera.

Básicamente, a los argentinos no nos molesta demasiado saber que un funcionario público mejora su vida a partir de acceder a esa condición. Es más. Muchos envidian no poder hacer lo mismo. Pero resulta que nuestra moral suele ser una moral de mierda,como dice Sergio Renán en una buena película nacional de 1981. Ni derecha del todo, ni torcida del todo.Una moral de mierda.
Y entonces ,con esa moral ambivalente, se hace necesario armar una dialéctica que presente a la gente de negocios como personas de profundas convicciones. Para hacerle caso a Talleyrand. Y como el mensaje debe llegar claro al público, ahí aparecen los medios de comunicación. Que por un poco de Santa Pauta Oficial nos hablan de cualquier Menem o María Julia como si se tratara de Gramsci o de Rosa Luxemburgo. La pereza mental del electorado, completa la farsa.
En el mundo de lo simbólico la hipocresía descansa cómoda. Se presentan como discusiones ideológicas meras pujas por negocios. Y hay quien se engancha en éso. Todos los días los saltimbanquis llenan el éter de palabras que intentan acercarse a esos tiempos en los que ésto de la política era por ideas y no por guita.
A veces uno siente nostalgia de esos días en los que la política argentina era cosa de ideas encarnadas por tipos que nacían, vivían y morían siempre en el mismo lugar y con las mismas pertenencias. Y en el mismo partido. Cuando para bien o para mal se sabía quién era quién. Cuando la corrupción-que siempre la hubo-era por comparación con estos años, de poca monta. Cosa de arrebatadores callejeros.
Quizás ahorraríamos tiempo y saliva si empezarámos por dejarnos de rodeos y dejáramos de legitimar con nuestro silencio esos simulacros de debates ideológicos acerca de lo que pasa en la cosa pública. Parece obvio, elemental y casi de perogrullo que se hace política por plata. Pero asombraría a más de uno comprender que para muchas más personas de las que creemos ésto no es ni tan obvio, ni tan elemental ni tan de perogrullo. Demasiado tiempo perdido en dejar que personas que quieren mejorar sus propias vidas sean publicitadas como pretendiendo mejorar la de los demás. Ayudaría a entender en vez de a entretener. Y quizás a votar.
A entender que quienes nos gobiernan no son gente de ideas.
Son gente de negocios.

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